viernes, diciembre 21, 2007

Polaroid de amor extraordinario

Un día mi amadoesposo llegó de lo más contento, celular en mano, y me dijo: “llámame para que veas”.

Marqué su número y en lugar del ringring (que ya casi no existe en ningún teléfono) me emocioné al escuchar las primeras notas de “Polaroid de locura ordinaria”, esa canción de Fito Páez que está basada en un cuento de Bucowski.

- Ay, qué lindo – dije y se me puso la boca con sonrisita feliz hasta que llegó la parte que dice “después vomitó ese ron, manchando la pared”. Ahí puse cara de “quémestásqueriendodecirtuami”.

Y me volví a alegrar, casi hasta el llanto, con “pasábamos todo el día/ tirados en la cama/ el tiempo maldita daga/ lamiéndonos los pies”

Y nuevamente me arreché con “brillaba era una perla/y nunca hacia nada” (¿cómo que nada? Te parece poco el shock cultural y la nulidad lingüística?)

Y así estaba, la cara un mar de muecas, el corazón vacilante, hasta que me puse a pensar qué hubiese pasado si en lugar de “Polaroid....”, se me hubiese aparecido mi amadoesposo con una cancioncita romanticona de esas de amor juicioso y sosegado (las hay, las hay) Cómo me habría sentido si en lugar de “Sangro, sangro, sangro, y se reía como loca”, me hubiese tocado algo engominadamente correcto. Me entró un susto horrible nada más de pensarlo. Ese mismo susto con el que me despertaba en medio de la noche y en una pesadilla que se proyectaba más allá del sueño sentía que me moría de amor por él, pero estaba al lado de otro. Pasé años despertándome así. Creyendo estar al lado de otro, pero muriéndome de amor por él. Entonces me alegraba de verlo ahí y no podía evitar despertarlo, no importa la hora que fuese. Debe ser por ésta y otras tantas chifladuras que llevo esta canción en su teléfono. Y la verdad es que no me veo a mi misma en su vida sin eso de “de todas ellas, ella fue mi frase mas hermosa”, frase reversible: “de todos ellos, él es mi frase más hermosa” (y sin verbos en pasado)

Sólo le pedí que atendiera el teléfono antes de que llegara eso de “todo su cuerpo con espinas y a mi me siguen las moscas”

Pueden escuchar la canción completa y ver a Fito en pleno concierto si hacen “play” en este video (no esta muy bien grabado, pero ...)

jueves, diciembre 13, 2007

Furor por La India


Si hay socialismo del SXXI, no es de extrañar que hayan hippies en este siglo. Neo – hippies: no son los sesentones que se niegan a crecer, sino sus sobrinos que han retomado las posturas del movimiento. El hippismo se hereda de tío a sobrino, pues como queda sentado en la historia que voy a contarles, los padres de los neohippies suelen ser banqueros de ultraderecha.

Un día el hijo de un afamado industrial hi-tech de este país vio la luz, tuvo una revelación, una epifanía y decidió despojarse de todas sus pertenencias, reunir lo poco que valía la pena y lanzarse a un peregrinaje eterno a la India. Allá conoció a otra neohippie finlandesa (o sueca, no recuerdo) con la que se unió en amor libre y sacramentado por las aguas del Ganges. Juró nunca más volver al terruño, este país lleno de guerra y cuna de religiones equivocadas. Juró olvidar los años perdidos en puestos de fronteras o en guerras, los atentados, la familia, la mierda. Juró escupir la casa paterna, llena de lujos infinitos que él detestaba. Pero todo esto lo juró en vano, porque regresó como regresan todos: delgado como un faquir, cabeza rapada, ropajes andrajosos, bolsito hindú cruzado, sandalias a pesar del frío. Volvió porque necesitaba plata y porque la sueca (o era finlandesa) estaba embarazada. La familia lo recibió, allá en su palacete hi-tech, probablemente contentos pero asustados. ¿Quién era aquel hombre ahora lleno de libros en sánscrito y repitiendo un ooooommmmmm perpetuo? ¿Quien era aquella mujer de pelo enmarañado cuya panza crecía inexorablemente? La pareja era escondida en todas las reuniones sociales, como hacían las familias antiquísimas con los hijos bobos. Pero cuando nació la niña todos los prejuicios cedieron: tenía el pelo blanco y dos ojitos llenos de amor y sus progenitores ahora se dedicaban a enseñar meditación transcendental a yuppies hi – tech estresados. Aunque seguían vestidos con harapos, parecían recuperados de aquella temporada en la India. Y lo que más enorgullecía al afamado industrial era que habían amasado una pequeña fortuna con eso de la meditación y todo tipo de pendejadas new age. Pero aquella fortuna fue utilizada para volver, ahora con una niña en brazos, a la tierra de shiva.

Tal vez un año después, unos turistas vieron a una niña sucia vagando por las calles de Bombay. Ojitos azules, pelito blanco, hablaba la lengua bíblica de por estos lados, la misma lengua de aquellos turistas. La bañaron, la vistieron con ropa limpia, la alimentaron, le dieron una muñeca dulce para abrazar y una camita cómoda para descansar. La niña, que tenía unos dos años y algo, abrazó a su muñeca y durmió todo el día. Al otro día comenzaron las averiguaciones. Los turistas detuvieron su viaje y comenzaron a preguntar aquí, allá, en la embajada, en la estación de policía. Así descubrieron que en un éxtasis supremo producido por ciertos hongos que nacen a orillas del río, una pareja de extranjeros quiso inmolar a una niña, lanzarla al Ganges en honor a no sé qué dioses. La policía los vio en pleno acto y se los llevo para encerrarlos en un hospital neuropsiquiátrico. A la niña la dejaron a su suerte, en las calles de Bombay, entregada a otro dios (uno que rige la bondad de los transeúntes o la misericordia de los turistas)

No sé cuánto tiempo pasó esa niña deambulando por las calles de Bombay, ni qué comía, ni dónde dormía. Sólo sé que ahora los abuelos se pelean por tenerla. Tampoco sé si los padres han recuperado la conciencia, encerrados en ese hospital lleno, me imagino yo, de turistas alucinados y locos locales. Lo único que sé es que esa es una de las miles de historias de este furor por la India que hay en esta parte del mundo. Y créanme que esto lo leí en el periódico y que la realidad suele superar a la ficción, como dice uno de mis maestros.

Contaría esta historia en uno de mis cuentos y le pondría un epígrafe de aquel cuento de Bolaño llamado “El ojo Silva”, pero no sé ...

lunes, diciembre 10, 2007

Tinieblas en el corazón


Me había dado por leer a autores hipernuevos y contemporáneos en edad conmigo porque tenía a mi disposición un pasillo enorme de la biblioteca de Alejandría. Otro día les cuento de esa biblioteca, de momento la historia comienza en ese pasillo de narrativa hispanoamericana y sigue por otros senderos. No es que en el pasillo sólo haya autores contemporáneos, lo que pasa es que me había dado por allí, para ver de qué me había perdido yo en estos últimos años de exilio lingüístico y apartada de la literatura (que es como estar apartada de la vida misma, diría un tipo que conozco muy bien) En realidad si hubiese leído a los clásicos, también hubiesen sido novedad ante mis ojos, que yo no he leído todo lo que debería leer o que mis lecturas son rarísimas y ni clásicos ni nuevos, sólo lo que me va cayendo en las manos, y - hace unos cuantos años- lo obligatorio. Ante aquel pasillo repleto de letras en español, a mi se me dio por leer lo nuevo, lo del 2000 para acá o lo que escriben mis contemporáneos. No digamos que he podido hacer una radiografía de las letras hispanoamericanas contemporáneas, porque tampoco es para tanto, pero si que me fajé con algunos autores al azar y otros que me recomendaron, todo para terminar un poco desilusionada. Quiero atribuir mi desconsuelo a la mala suerte o a que me he puesto muy clásica.

De lo leído, sólo puedo decir que:

1.- Hay novelas que en realidad son cuentos estirados como un chicle hasta que la anécdota se pierde. Todo chicle al final se rompe o se hace flácido. Novelas bien escritas pero flácidas. No pasa nada en sus páginas, más que la muestra de la capacidad del autor de crear bellas imágenes.

2.- Hay novelas tramposas. Dicen que la obra de arte es todo aquello que rompe con la expectativa del espectador, que presenta una solución inesperada. Sin embargo, hay novelas que serían espectaculares si siguieran la expectativa que en el principio crean en el lector. Pero no: como quieren ser originales, cambian la seña repentinamente y sin justificativos. Eso no es arte, sino arbitrariedad.

3.- Hay una cierta moda de los cuento-novelas. A mi me encantan, pero...


Conclusión:

1.- He tenido mala suerte.

2.- No se pueden establecer conclusiones con un “corpus” tan escueto y azaroso.

3.- Dios mío: ¿Cómo es que he llegado a esta edad sin leerme “El corazón de las tinieblas”? Luego de mi aleatoria incursión en las letras contemporáneas, decidí abandonar aquel pasillo y meterme en uno de esos sitios de Internet donde se bajan libros gratis y bajarme esa maravilla de Joseph Conrad.

Maestro de maestros, me inclino a sus pies.

Qué maravilla perderse en la voz de Marlow, ese personaje infinito que nos echa el cuento de su viaje al corazón del Congo belga. La historia es densa como las aguas del río en el que navega el vapor de Marlow y no se las cuento, porque seguro ya la conocen.

¿Qué hay en “El corazón de las tinieblas” que me hizo estremecer?

La oralidad. Un tipo te echa un cuento y te lo echa bien.

La tensión. Anécdota y ritmo narrativo van en comunión.

La tentación. Provoca seguir leyendo. Te mueres por seguir leyendo. Vas es tu carro manejando y no ves los semáforos porque quisieras seguir leyendo. Se te quema la comida porque quisieras seguir leyendo.

La precisión. Es un cuento largo y no una novela porque la tensión y la anécdota aguanta hasta un cierto número de páginas. No se pone Conrad a tensar el arco demasiado hasta romperlo y lograr esa flacidez narrativa de algunas novelas que en realidad eran un cuento largo y por asunto de mercado (o qué se yo) fueron convertidos en novelas.

La historia. El fin único de la narrativa es echar un cuento.

Todo este palabrerío es sólo para decir que el fin único de la narrativa es echar un cuento, así, como si mi verdad fuese la verdad de todos.

Ojalá me lluevan comentarios en contra.

domingo, noviembre 25, 2007

En el futuro será peor


"Y sí me siento parte de una generación; de una generación que no adquirió su amor por las historias, por los libros y por contar cuentos, sólo leyendo o sólo estudiando autores famosos de aquí y de allá o de dónde sea. Yo decidí escribir mis propios relatos después de ver miles de horas de televisión, de haber leído toneladas de suplementos, de haber dibujado resmas enteras de papel bond, de haber jugado Pac-Man hasta el cansancio, de haber llenado álbumes y álbumes de barajitas, de haber pasado horas en el cine, de haber sufrido humillaciones indecibles en mi país, de haberme aburrido de lo lindo leyendo los cuentos y novelas que propone el programa de bachillerato venezolano, de haber oído horas y horas de Radio Difusora Venezuela, de haber aprendido a manejar a los 28 años y de haber soñado durante siglos con tener un Javelin y una escopeta.
Lo que quiero decir es que, a partir de mi generación, escribir un cuento no es lo que era antes porque en el correr de estos años se han puesto a circular miles de artefactos y de recursos que han cambiado la forma de percibir la narrativa de nuestra propia vida, lo que, a su vez, ha cambiado nuestra forma de estudiar nuestro propio pasado y el pasado en general de la humanidad. Quien lea lo que escriben los miembros de esta generación pensando en patrones viejos, está jodido. Y les advierto que en el futuro será peor… "
Roberto Echeto, en una entrevista.

jueves, noviembre 22, 2007

Lluvia desde abajo


Llueve, pero tengo que llevar a los niños a la guardería porque me prometí a mí misma comenzar a escribir en esta mañana libre la novela que cambiará a la literatura de habla hispana.

El carro está tan lejos de la casa que es lo mismo ir caminando a la guardería.

Primer conflicto: a mi niña le gustan los vestidos. Vestidos rosados, llenos de vuelos, con telas vaporosas como alas de mariposas o exhalaciones de hadas. Fuuuuuuaaaaahhhh.

- No quiero usar pantalones –me dice mirándome con sus ojos redondos como vasos de cocacola.

- Hace frío – le digo, sacándole la pillama. (si, pillama)

- Quiero un vestido – insiste con sus ojos a punto de efervescencias gaseosas, como cocacolas agitadas.

Llueve, pero en realidad son goticas mínimas. En Maturín dirían que está garuando (y yo me extraño al saber que esta palabra existe, no es un modismo) Una lluvia mojatontos pero con un frío de perros. Necesitamos pantalones y sweteres. Todos.

Solución: Saco la artillería pesada: un abrigo polar azul marino, con elefante bordado y pelusas blancas alrededor de la capucha. Saco los accesorios de ocasión: bufanda rosa como un algodón de azúcar con colorante artificial. Gorro rosa de igual material, para llevar debajo del capuchón. Paraguas de Dora la exploradora. Guantes.
Así los ojos revierten el proceso de efervescencia. Se alegran y brillan con esa luz casi táctil con la que brillan cuando están dichosos. Temblando de emoción, mi niña se transforma en una esquimal.

- El invierno no es tan malo, ¿viste? – le digo – Tienes que usar toda esta ropa, estos gorros, estos guantes y el paraguas de Dora. ¿Cómo van las hadas en invierno?

- Te las voy a dibujar cuando regrese – dice- para que las veas.

Vestir al bebé es otro problema: nunca le han gustado los gorros. Así, va con capuchón, pero sin gorro. Zapatos de suela limpísima, porque aún no camina.

Segundo conflicto: La esquimal, el hada que viaja al polo norte, la niña que apenas muestra los ojos debajo de toda esa indumentaria, ve un pozo de agua y va corriendo a saltar dentro de él, para que sus profundidades cacao vuelen por los aires convertidas en gotas y caigan en todas partes. Una lluvia desde abajo con la que no contábamos.

El bebé, salpicado de marrón, se arranca la capucha y aplaude, se ríe infinitamente feliz y ha decidido que apenas pueda caminar va a hacer lo mismo: brincar pozos, hacer volar sus aguas por los aires.

Solución: Cambiar los gritos por risa. ¿Qué se le va a hacer? El hada esquimal decidió convertirse en tonina. El bebé, en una galleta chocolatechips.

Llegamos tarde a la guardería y a la computadora.

Otro día sin comenzar a escribir la supuesta novela. Excusas: el tiempo que vuela, el mal tiempo que nos sobrevuela con sus lluvias y granizos, dos esquimales hermosos y encharcados, cerros de ropa mojada para lavar, secar, doblar.

sábado, noviembre 17, 2007

la realidad ausente


Toda ciencia ficción es política, dicen los entendidos. Y la ciencia ficción le valió a Ricardo Piglia para hablar de realidades implantadas por un estado omnipresente en hospitales neurosiquiátricos, pero también en medios de comunicación, museos, prisiones. Así, La ciudad ausente relata la multiplicidad de realidades contrapuestas en eterna lucha en medio de una ciudad desdibujada. Cada persona parece vivir en un contexto distinto. No se trata sólo de la realidad que pretende imponer el estado en contra de la realidad que es protegida por los espacios de la contracultura. Es mucho más complejo: una especie de esquizofrenia social en la que cada individuo parece vivir en un espacio paralelo, delimitado y único. En medio de la ausencia de un hilo conductor de lo social (porque el que se pretende establecer como conductor no es más que la manipulación de un estado totalitario), una máquina destartalada, o una mujer eternizada por la cibernética –según algunas versiones – se autoproclama refugio de las voces de los otros. Así guarda grabadas historias de los que han sido desplazados, los perdedores, esas otras versiones que a una Historia con mayúsculas no le interesa. Pero estas grabaciones no son más que un apelmazamiento de voces: como transmisiones de una radio vieja y mal sintonizada se sobreponen una sobre la otra sin orden ni concierto. Es la pluralidad con su barullo e inconexión en oposición al bloque del poder.

Cambiar el lenguaje es también cambiar la realidad, dicen los que saben. Y como Piglia se vale de la ciencia ficción para contarnos esto, yo me valgo de Piglia para corroborarlo. En La ciudad ausente las palabras se van despojando de sentidos, primero en una pequeña historia: una niña cuya capacidad lingüística es un jardín cerrado al que su padre debe acceder despojándose de su propio lenguaje. Después, porque ese núcleo anecdótico contagia a toda la novela. Quien quiera cambiar el mundo que cambie el nombre de las cosas. Así, algunos asesinos son mártires, depende de en cuál lado de la frontera te encuentres. Y de este modo, se roba desde ministerios con nombres pomposos.

Para mí, La ciudad ausente es la mejor novela de Piglia. La que me atrapó. Siempre la tuve fotocopiada (por falta de plata o porque era difícil conseguirla) hasta que un día le hice una entrevista a un argentino muy rubio pero bongosero de una orquesta de salsa imposible. A él le había parecido un bodrio y no dudó en regalármela. Y ya ven, para mí fue LA NOVELA que marcó una época de mi vida. No releería nada más de Piglia. Incluso, ahora ya no le tengo paciencia a su extremada erudición, pero a La ciudad ausente vuelvo cada vez que puedo. La penúltima vez que la releí fue antes de emprender viaje a Buenos Aires porque pretendía hacer un “viaje literario” que terminó en pizzas familiares, lápices de cera y algunos post con consejos para viajar con niños.

Ahora la releo porque algo en estas realidades en las que vivo (las de mi país y las del país en el que vivo) me la recordaron.

jueves, noviembre 08, 2007

Libros abandonados


Debe ser parte de esa “educación” de comerse todo lo que tienes en el plato porque en África o aquí mismito hay niños que se mueren de hambre, debe ser por eso que uno también tiene que leer cualquier libro que comienza y no se atreve a dejarlo por la mitad, aunque el caso lo amerite. No obstante hay casos que borran años de cantaletas maternas a la hora de comer: cuando una abuela nos presentaba un plato de vísceras, no había educación que valiera. Así, hay libros como platos de vísceras que nos atrevemos a dejar por la mitad o al primer bocado, sintiéndonos culpables, claro (porque a uno le gusta leer/comer bastante, ¿no?). En estos días me puse a pensar en qué libros he dejado por la mitad o no he podido pasar de las primeras páginas. Muy pocos, ya he dicho que soy “educadita” y tiendo a terminar todo lo que comienzo (si,si,si...jajaja), pero últimamente la falta de tiempo que perder me ha hecho abandonar mis principios y dejar algunos libros por la mitad. El primero que recuerdo haber abandonado fue Nocturno de Chile de Bolaño. Sí, sí, mi querido Bolaño no es infalible. Y miren que he leído varios de este señor y lo tengo en un alta estima, no me cuento entre sus envidiosos detractores que lo odian no más porque se ha vuelto autor de culto y estoy segura que no han pasado de dos novelas de él. Yo, en cambio, lo adoro, lo he leído con gusto, soy su defensora a capa y espada, he leído casi todo lo de él (menos esos inventos póstumos). Pero Nocturno de Chile me aburrió mortalmente. Si Amberes es una novelita rara y medio fastidiosa, nada que ver con el monólogo ladilla de Nocturno de Chile. Me dolió dejar este libro, confieso, pero lo dejé porque a estas alturas de mi vida no tengo tiempo para perder y hace años que me atrevo a dejar comida en el plato (hay que cuidar la línea...) Pero bueno, lo dejé con dolor, pensando que tal vez se ponía mejor luego y que me lo iba a perder, etcétera. El segundo libro que recuerdo haber dejado a medias no me dio tanta lástima: La virgen de los sicarios de Fernando Vallejo. Al parecer a los colombianos les ha dado por las novelas de sicarios, esto lo leí en alguna parte, pero no recuerdo dónde …. Del realismo mágico al sicariato…. Y Fernando Vallejo no ha podido escapar a esta consigna ni aún nacionalizándose mexicano. La novela es un compendio de lugares comunes y de esa necesidad de “escandalizar al burgués” que luego me enteré caracteriza al autor. Narra la relación sadomasoquista y homosexual entre un viejo gay y un niño sicario que está buenísimo y que es malísimo con el pobre señor. ¿Donde vi o leí esto antes? Gran parte de la literatura y la cinematografía gay gira en torno a este tópico. Es decir: nada nuevo bajo el sol. Pero bueno, ya decía Borges que todas las historias ya han sido escritas, esto no es lo que me aburrió. Me aburrió la violencia, el escándalo, pero sobre todo que se sintiera lo forzado de ese escándalo, algo así como que el narrador dijera “asómbrense, oficinistas, amas de casa, profesorcitos de literatura” Cuando Montero Glez arma a Charolito, ese gitano arrabalero que es el protagonista de Sed de Champán no lo hizo tan forzadamente escandaloso. Yo, por mi parte, disfruté de su arrabaléz (si se puede decir así) y su bajofondismo en cada línea. Pero no es de cómo abordar lo escandaloso en la literatura de lo que estoy hablando, sino de los libros que abandonamos, que no soportamos y nos damos el lujo de dejar por la mitad.
El tercer libro que recuerdo haber dejado por la mitad fue Tokio Blues (Norwegian Woods) de Haruki Murakami. Aunque lo comencé muy entusiasmada y escuché la cancioncita de los Beatles varias veces, debo confesar que me pareció un plomo. Lentísimo. Redundantísimo. Me alegró saber que yo no era la única que pensaba lo mismo sobre esta novela de este autor tan de moda. Pero algún día la retomaré, porque según cuentan en este post, al final se pone buena.

El abandono de libros tal vez tiene que ver también con que los libros que leo casi todos no los he comprado. Son de una biblioteca estupenda como la de Alejandría. Tal vez si tuviera que pagar por los libros (mas allá de la suscripción anual), me daría más dolor no terminarlos. No sé. Lo cierto es que, aun cuando a uno le gusta comer, hay platos imposibles.

¿Qué libros has abandonado tú?

lunes, octubre 29, 2007

Todas las vocaciones, menos una, crecen.


"Porque si se lo piensa un poco, no hay decisión más infantil que la de ser escritor: una decisión que –salvo contadas excepciones- siempre se toma cuando se es niño; porque sólo entonces se cuenta con la cantidad suficiente de locura para afrontar semejante desafío y vocación. Una decisión tan irreal como la de querer ser astronauta o héroe de la Legión Extranjera (me pregunto si habrá profesión más cercana y extranjera a la del legionario o la del astronauta que la del escritor, siempre en órbita y fuera del mundo y sospechando que no será nada sencillo volver a casa) y que se produce siempre en un momento de exquisita y extrema y ficticia irracionalidad. Keiko Kai: decidimos ser escritores cuando sabemos que ya no podemos ser ninguna otra cosa. Cuando terminamos de leer ese libro de literatura infantil que nos afectará todas las edades que vendrán. Cuando –si, todo escritor de literatura surge siempre de la sombra de un escritor de literatura infantil- nos descubrimos mutantes sin cura ni remedio. Entonces somos pequeños lectores y nos decimos que queremos ser grandes escritores y se lo anunciamos a nuestros padres y nuestros padres nos miran con horror, preguntándose qué salió mal y de dónde salimos nosotros. La formación de un escritor lleva implícita la deformación de tantas otras profesiones y así nos descubrimos hijos huérfanos de un primer impulso que se produce en la infancia, en la edad mas freak de todas las edades, durante ese breve y largo tiempo en que cambiamos un poco todos los días y todas las noches por el sólo placer de sabernos únicos y elegidos y malditos y comprendiendo que ya no creceremos nunca y que, por ser escritores, seremos niños y seremos infantiles hasta el último día de nuestras vidas.

Todas las vocaciones, menos una, crecen."
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Rodrigo Fresán en Jardines de Kensington, santa biblia.

miércoles, octubre 17, 2007

Volver








“hay dos tipos de viajeros en la vida, aquellos que parten y aquellos que
retornan, los primeros miran el mapa, los segundos miran al
espejo…”

Esa frase está en una película que no he visto: “Un toque de canela”. Una película griega que me recomendó una amiga. Y la frase, por supuesto, me la dijo mi amiga, así que esto es una cita de una cita. Lo cierto es que me viene como anillo al dedo, a mi que ando de retornos y de miradas al espejo (Yo, que me había prometido no mirarme más en los espejos) Es raro volver a un lugar donde uno es extranjero. Y es raro sentirse extranjero en el terruño. Me había prometido a mi misma un post sobre viajar con hijos sin marido en aviones trasatlánticos con escala en Milán, pero la verdad es que el viaje fue tan sin contratiempos que el post sería aburrido. Los niños durmieron la mayor parte del viaje (cosa rara porque en casa no duermen casi), no tiraron la comida en la cara de los demás pasajeros, no vomitaron, jugaron y gritaron sin mayores aspavientos (o será que mi paciencia maternal me hace no ver el escándalo de mis propios hijos) Hasta me dio tiempo de tomarme varios vasitos de vino y de caer en una especie de sopor acunada por el runrún del avión y el alcohol festejado por mi sangre. Probablemente ese fue el momento en que mis hijos aprovecharon para hacer de todo en ese vuelo y luego caer rendidos por el cansancio, mientras yo dormitaba en mi sopor etílico. Pero no, no, no: yo NO me dormí pues tenía recien vista una película en la que la pobre Jody Foster viaja en avión con su hija, se duerme un ratico y cuando se despierta ya la hija no está. Una pesadilla de película que me hizo ver oportunamente mi señor marido antes de viajar sola con mis dos hijos, por si acaso. Con ese susto, no hay vino ni sueño que valga. Los que durmieron fueron mis hijos, al parecer el runrún y el exceso de chocolate son una mezcla explosiva. Así me quedé sin la crónica de las travesuras de los niños y los enredos de la madre desesperada. Y en cambio, unas ganas de filosofar sobre los retornos, las patrias, las despedidas, los exilios, las lenguas, la condición de extranjera, etcétera. Pero mejor no, porque sería un post llorón y manido: nada nuevo que decir sobre este no ser de ninguna parte.

miércoles, septiembre 05, 2007

Somos hijos de nuestros hijos


Al parecer hay quienes no distinguen entre la maternidad (o paternidad) filial y la conceptual. Si escriben algo mediocre, lo botan. Si tienen un hijo anormal, también. Así lo hicieron Arthur Miller y Pablo Neruda, como lo cuenta indignado el escritor español Rafael Reig en su blog (si haces click aquí puedes leer el post completo). A mi también me pareció terrible la poca capacidad humana de quienes pretender ser portavoces de la humanidad. Está bien, nadie dijo que un escritor deba ser un dechado de virtudes y buena conducta, pero este par sí que se creían ejemplos de posturas políticas y morales justas. Partiendo de la indignación que le produce el abandono de los hijos de estos dos escritores ultrafamosos, Reig escribe una de las frases más hermosas en cuanto a esa maravilla que son los hijos. Lo cito:

Siempre es así: son los hijos los que educan a los padres, los que nos lo enseñan todo, nacemos de ellos, de ese nudo de cariño que apretamos y que es lo único que nos construye, lo que nos hace, la estambre con la que está tejido nuestro corazón, la argamasa de nuestra vida.

Sólo somos lo que seamos capaces de querer a los demás.

Hijos de nuestros hijos. Por eso somos nuestros propios nietos.

Yo también había pensado en esto de que somos hijos de nuestros hijos. Todos los días aprendo de mis niños, me enseñan a ser mejor persona y a entender el mundo. Mis hijos me guían por caminos de flores y papagayos. Soy de nuevo una niña gracias a mis niños.

Y gracias a Rafael Reig me he dado cuenta que no soy la única chiflada que se siente su propia nieta.

jueves, agosto 23, 2007

Una madre con moto y sidecar



Me cayó del cielo un dinerito y decidí comprarme un carro usado. Para ser democrática, le pregunté a mis hijos (los propios y los heredados) qué tipo de carro querían que comprara. Sin dudarlo, dijeron en coro: una moto. Y aunque me moría por una moto y ya me veía a mi misma tragándome la autopista en una máquina infernal, la realidad llena de ojos brillantes me puso un freno. Una mamá – les dije – nunca puede ir en moto porque dónde llevaría a sus hijos. Pero que tontería, en un carrito de esos que se ponen al lado – se podría decir que me contestaron al unísono, pero la verdad es que el bebé sólo decía tatata. Bueno, lo cierto es que todos querían una moto y no veían ningún problema en cuanto al espacio. Entonces me puse a pensar en la madre ideal, porque a veces, sobre todo en los días en que comemos pan con margarina y no me da tiempo de bañar a nadie, suelo pensar en cómo será la madre ideal y en que definitivamente no se parece a mí. La madre ideal debe ser una con moto y sidecar y no esas necedades en las que pensamos las madres cuando nos sentimos culpables tras haber pasado toda la tarde tiradas en el suelo dizque jugando con nuestros hijos pero moviendo las manos mecánicamente y con la cabeza en otros asuntos. Una madre con la mesa puntual como reloj suizo, involucrada en los juegos, enseñando siempre y a toda hora no tiene nada que ver con la madre ideal. Estoy segura de que una madre perfecta es aquella feliz poseedora de una moto con sidecar: este intrépido vehículo paliaría cualquier día de comidas a destiempo, cuentos apurados, baños postergados. Una moto con sidecar libraría de todo peligro, evitaría posteriores traumas siempre adjudicados a la figura materna (ese invento machista), alimentaría y guiaría a hijos perpetuamente sedientos de acción. Una madre con moto y sidecar sería también una madre feliz. El pelo al viento, todos sus retoños muy juntitos a ella, alegres, hablándose a los gritos, cantándose a los chillidos, yendo de acá para allá todo el tiempo.

Y si la madre está feliz, entonces es la madre perfecta.

domingo, agosto 19, 2007

Siete consejos para escribir cuentos de quien sólo ha escrito siete cuentos VII


7.- No te pongas a dar consejos!

Nada peor que un novato aconsejando. Y nada peor que hacerle caso a los consejos de un escritor recién estrenado. Aunque igual de pavoroso es prestarle atención a lo que dicen los autores consagrados. Pero lo más terrible de todo es creer que con consejos se puede llegar a escribir algo. Que cada quien se guíe por sus instintos. Los míos quedan aquí expuestos.

Aunque si una cosa he de decir, un ultimito consejo, quizá el único:

Escribe, no para llamar tonto al lector, sino para contarle una historia.

Escribe, no para mortificar al lector, sino para contarle una historia.

Escribe, no para mostrarle tu “inteligencia” y tu “background” al lector, sino para contarle una historia.

Escribe, no para pantallar con todo lo que has vivido frente al lector, sino para contarle una historia.

Escribe, no para escandalizar al lector, sino para contarle una historia.

Y cuando escribas, no pienses en el lector, piensa en la historia.

Digo todo esto un poco harta de la intelectualidad de ciertos cuentos, de las ganas de escandalizar al burgués de ciertos escritores recientes, de la falta de anécdota de ciertos libros insoportables.

En alguna parte lei un consejo esclarecedor: quien quiera escribir que vaya a menos reuniones de escritores y más a la peluquería.

Uff, por fín terminé con esto!!

jueves, julio 19, 2007

Siete consejos para escribir cuentos de quien sólo ha escrito siete cuentos VI




Ay, no lo puedo creer: Ya estoy con el sexto consejo. He de confesar que cuando comencé a escribir esto no tenía ni para dos consejos y ya ven!!


6.- Hay que escribir más.

Juan Rulfo escribió una obra minúscula y se convirtió en uno de los grandes de la literatura latinoamericana. Para eso fueron suficientes escasas paginitas, pero llenas de una vida (o de una muerte) nunca antes vista. Otros escribieron 2 grandes libros y ya. Ricardo Piglia, por ejemplo, no ha podido escribir otra novela desde 1997 (ya son 10 años!) aunque en cada entrevista a lo largo de toda una década comenta que está a punto de terminar otra obra de ficción. Pero ¿quién le va a reprochar al “último lector” que no escriba novelas desde hace 10 años?, ¿quién le va a preguntar qué ha estado haciendo en todo ese tiempo además de leer y ensayar? Piglia puede darse el lujo de no hacer nada (o casi nada) porque antes de echarse en su hamaca allá en Princeton, se sentó y se encerró y escucho las voces de los desaparecidos y de los otros, y perdió y se inventó la tradición más larga de la literatura argentina. Pero tú, que no has conmocionado a la literatura local de ninguna manera, ¿te vas a conformar con unos cuenticos aquí y allá? ¿Te vas a poner la chapa de escritor y te vas a dedicar a tocarle el culo a las carajitas en cuanto happening literario se te ponga en la agenda? ¿Te vas a dormir en los laureles o como dirían en mi pueblo: te vas a echar las bolas al hombro? La historia está llena de poetas sin poemas y escritores sin escritos. Gente de obra escasísima (y no por eso un Rulfo o un Rimbaud) que se dedican a tocarse el diente roto con la punta de la lengua, como en el famoso cuento de Pedro Emilio Coll. Si un día un amigo se ganase un loto y monta una editorial alternativa (de esas que estuvieron tan de moda a finales de los 90) y les dice: “dame lo que tengas, que te lo publico”, pues no tendrían nada que darles. Se excusarían seguramente diciendo que no quieren ser publicados por un amigo, etcétera... Todo este palabrerío es sólo para decir que hay que escribir más. Y no porque en la cantidad esté la calidad, sino porque el escritor de oficio escribe, verdaderamente escribe. Hay que llenar folios y más folios, hay que acabar la tinta de la impresora, llenar la memoria de la computadora, armar libros de más de 80 páginas. Como diría el controversial Bolaño, escribir varios cuantos al mismo tiempo, escribir varios libros al mismo tiempo, ser una máquina de escribir. Regodearse en el placer de la pila de hojas que crece frente a nosotros. Hojas llenas del negro de las letras. Muchas, muchas hojas escritas por nuestros dedos. El sonido de nuestros dedos oprimiendo las teclas. El runrún de la impresora escupiendo páginas. El cartucho de tinta recién comprado que se acaba. Placeres infinitos que sólo han experimentado y comprenden aquellos que escriben que jode, ¿verdad?

domingo, julio 15, 2007

Siete consejos para escribir cuentos de quien sólo ha escrito siete cuentos V


Este es el quinto consejo de una serie de siete consejos para escribir cuentos en los que he venido pensando a lo largo de ya casi tres meses, para no pensar en por qué será que no estoy escribiendo mucho últimamente y para autoinvocarme a la musa -que no existe, se sabe, pero algo hay que invocar o a algo hay que echarle la culpa - .... También para no pensar en por qué si no escribo, igual mi eliptical trainer sigue llenándose de polvo allá en la esquina...

5.- Invéntate una tradición y unos maestros.

Hay quienes tienen la suerte de vivir junto a maestros, seguirlos. Hay quienes son aceptados en famosos talleres literarios y viven en hordas poéticas o narrativas, leyéndose los unos a los otros de manera casi endogámica. Pero hay quienes viven al margen de todos los centros, lejos de maestros y talleres, de hordas y pandillas, de endogamias e incestos. A ellos mi consejo: invéntate maestros. Y como son ficticios, algunos pueden incluso estar muertos y no por ello dejar de ser tus maestros. A los muertos, prende velas: un altar con flores, frutas y velas. Con los vivos no intentes ningún contacto más que leerlos con adoración y situarte entre ellos, creerte parte de ellos. Y así te vas armando tu propia tradición, tu patiadero. Todo escritor que se respete tiene su propia tradición: unos la muestran explícitamente (como Piglia, Vila – Matas y todos esos a los que les gusta hablar de literatura en sus novelas) y otros la ocultan (o simplemente no son explícitos, son más discretos) Esta idea genial no es mía, sino de Jorge Fornet en su libro sobre Piglia .... Independientemente de si eres explícito o no, necesitas una tradición: en la construcción de esa tradición está la clave de tu propia voz. Y para armarla necesitas bastante trabajo: buscar, pero sobretodo leer. Todo este palabrerío se puede resumir en una sola frase: hay que leer más. Pero leer de verdad, no andar paseando con el libro. Leer que jode, no sólo en el baño. Agudizar el ojo, apurar el paso, leer todo lo que se pueda. “Todo el que lee mucho termina escribiendo”, decía aquel veterano de Vietnam, centro de la novela La velocidad de la luz, de mi maestro Javier Cercas.

En la foto: mi maestro Ricardo Piglia, leyendo. Ven, esto de inventarse maestros es buenísimo porque así uno anda de “tú a tú” (en este caso sería de “tú a vos”) con gente que de otra manera ni nos verían....jajaja!

sábado, julio 07, 2007

Siete consejos para escribir cuentos de quien sólo ha escrito siete cuentos IV



Espero no haber sonado demasiado esotérica con el consejo anterior, nada que ver. Se trata sólo de la magia de la creación que va desde el orgasmo ilimitado que junta un óvulo a su amante espermatozoide hasta la alegría tontísima de quien termina de escribir un post. Ese momento sublime que tiene que ver con voces y drogas de nuestro propio cuerpo. Pero de lo sublime, pasemos a lo terreno: el cuarto consejo es el desmoronamiento.

4.- Fracasa.

Un triunfo por cada mil fracasos. Quien quiera escribir habrá de caer mil veces en las garras del fracaso. Perder. Abandonar. Tirar los viejos escritos en las aguas pastosas del Manzanares cumanés. O el Orinoco soberbio. O el Nilo con sus mosquitos. O el mar que llaman río, turbio y rojo, allá en Buenos Aires. O en las más próximas aguas, cuales quiera que sean. Dejar que la corriente se lleve todo y traiga aguas nuevas. Levantarse, las rodillas raspadas de la caída, las manos sucias, y seguir. Seguir a toda costa y a pesar de todos. ¿Acaso Rulfo y García Márquez ganaron todos los concursos en los que participaron? Cuenta la leyenda autocompasiva que va de boca en boca entre los perdedores profesionales de competencias literarias que tanto el mexicano como el colombiano perdieron sendos concursos. Entonces ¿por qué uno no va a perder? Yo agradezco haber perdido un concurso hace mil años, agradezco haber estado a punto de recibir una mención y al final no recibirla, agradezco haber sido rechazada de talleres literarios de prestigio porque eso me hizo llorar infinitamente sobre mis cuenticos hasta borrarlos del papel y la memoria. Quemarlos. Abandonar: no sirvo para esto, me dije, no escribo más ... No vuelvo a las letras que duelen como una catástrofe.... para darme cuenta tiempo después que más duele no escribir. ¿Qué hubiese sido de mí sí mis primeros torpes escritos hubiesen sido aceptados por los dioses literarios? Lo mejor fue fracasar y borrar todo aquello, para entonces retomar con más fuerza, con más rabia, con hambre. La piel curtida a fuerza de caídas. No sé, una especie de “Karate Kid” literario o cualquiera de esas películas en las que un bueno-para-nada se transforma en un héroe a fuerza de coñazos: razón tenía Swatzeneger que lo que no mata, fortalece. Aquel poema de Rafael Cadenas es un himno.

martes, julio 03, 2007

Siete consejos para escribir cuentos de quien sólo ha escrito siete cuentos III


Retomando el hilo y sacándome las bambalinas del pelo, este es el tercero de los siete consejos para escribir cuentos que me tienen ocupada en estos días (que ya son meses):

3.- Sé neutro, sé un médium.

La lógica les dice que luego del “aplasta tu culo en una silla” y el “enciérrate” debería venir el “autoflagélate”, pero no es así. Escribir bajo el influjo de la tristeza y del dolor sólo sirve para poetas, creo. Y ni siquiera para ellos, que me perdonen mis amigos poetas, que saben sacarle partido a sufrimientos pasados y ajenos y cuando crean metáforas ya están en la otra orilla del dolor, del lado de allá, mirando de lejos lo que pasó. Nadie escribe bajo el influjo de la emoción, esto ya lo decía Quiroga, así que mejor esperar que la emoción pase, sea dolor o sea placer, que pase, nadie hace nada bueno mientras siente, además de sentir. Y escribir es sentir de otra manera, convertir la realidad en sentido y para eso debemos abandonarnos a los significados que la propia realidad nos entrega .... es que me creí la gran cosa luego del premio y ahora quiero hacer una verdadera ars poética usando palabras que ni yo misma entiendo... jajaja! .... Se neutro, decía, porque es la única manera en que podrás sentir lo que sienten tus personajes. Así dejarás que la historia fluya y sea ella quien decida por donde seguir. Convertirte en un médium atravesado por las voces de los otros (y la tuya misma de vez en cuando, claro, que todo médium es un poco embustero e impostor) Mi querido Javier Cercas decía que si sabes de antemano exactamente todo lo que vas a escribir antes de sentarte a escribir, estás jodido. No lo decía así, pero más o menos. Escribir es terminar diciendo algo que ni tú mismo sabías que ibas a decir. Esas voces, pues, que te poseen cuando encerrado y sentado frente al monitor luchas con la madeja de las palabras. Entonces: a sentarse, a encerrarse, a hacerse el sueco poniendo en cero los sentimientos propios, o lo que es lo mismo: contar lo ajeno como propio y lo propio como ajeno. A dejarse poseer por las historias: las que planeamos contar y las que nacen en el momento de la escritura. Como bien lo ha dicho Rodrigo Fresán en Jardines de Kensington: “Ser escritor es ser alguien que no eligió sino que fue elegido por esa vocación sin retorno del loco socialmente aceptado. Alguien que pasa cinco, nueve, doce horas al día encerrado en una habitación oyendo voces que sólo él puede entender ...”

martes, junio 19, 2007

Siete consejos para escribir cuentos de quien sólo ha escrito siete cuentos


¡!Y ha ganado un concurso!!!

Aquí debería escribir el tercer consejo, pero la verdad es que no puedo concentrarme. Desde que recibí aquella llamada en medio de la noche hace casi una semana, no puedo dejar de pensar en otra cosa: mi libro, mis siete cuentos, esos que terminé de escribir el verano pasado en medio de los vaporones de los últimos meses de embarazo, aunados a los vaporones de los vientos empolvados y enmoscados que vienen de Sudan en los agostos de por estos lados (en ese verano prolongado que llega hasta septiembre) Mis siete cuentos sudados con un sudor real y psicológico, decía, mis cuenticos ganaron un concurso!!! Y desde entonces en un acto de vanidad y pantallería sin precedentes no hago más que besarlos y releerlos e imaginarme cómo va a ser el libro y qué voy a decir en las entrevistas y quién me va a tomar una buena foto en la que me vea como esas escritoras españolas que mas que escritoras parecen unas femfatales o unas ninfas. Y voy por este mundo donde nadie se imagina que yo pueda ganar un premio de nada, donde nadie sabe nada de ese otro lado del mundo de donde yo soy y en donde mis cuentos ganaron un premio... voy por este mundo, decía, como una loca cuyos pies no tocan tierra, cuyos ojos permanecen volteados (mirándose en un universo paralelo, recogiendo un premio, arropada por el aplauso infinito) Desdoblada, esquizofrénica, moviendo los labios en una conversación que nadie entiende, con una alegría que pocos comparten aquí en este mundo pero que en aquel otro mundo es alegría de muchos (bueno, no exageremos, es alegría de varios) Mis cuentos, mis siete cuenticos ganaron un premio que yo no pude ir a recibir personalmente por estar en este desierto lejano, pero ya mi madre se encargó de recoger y hablar con periodistas (y quien sabe que habrá dicho) Mi hermana aprovechó para hacerse pasar por mí en los alrededores del lugar de premiación, donde no sabían que yo no había ido (y quién sabe qué habrá hecho) Y otro tanto habrá hecho mi padre, mientras yo en este mundo paralelo vivo como en un sueño, con cara de loca, y ya no quiero trabajar, ni limpiar la casa, ni cuidar a mis bebés, ni comer, ni bañarme, sólo besar infinitamente mis siete cuenticos y releerlos hasta que sea la memoria quien los lea y no los ojos. Enloquecida...
Ya se me pasará, espero, y entonces seguiré con los consejos...

jueves, mayo 24, 2007

Siete consejos para escribir cuentos de quien sólo ha escrito siete cuentos II


Este es el segundo de siete consejos dirigidos en realidad a toda persona (ya se sabe: cambiar las “o” por las “a” o por las “e”) que pretenda escribir cuentos.

2.- Enciérrate.

Si he de aplastar el culo en una silla, que sea en la silla de un café parisino y/o porteño, en una mesa bien ubicada, frente a un café con leche sin azucar o un güisqui doble, dirán algunos. Porque cuenta la leyenda que Sartre escribía en mesas de cafés parisinos. Entre tazas de café, el menú y la colilla derretida en el cenicero, probablemente frente al Sena, en esos cafés cuyas mesas traspasan el límite del recinto y se expanden por las aceras. Miraba, escribía, se dedicaba a la nada o a la nausea. Miraba, fumaba, escribía en servilletas arrugadas. Tal vez Simone de Beauvoir podía hacer otro tanto: escribir en un café, mientras esperaba que llegara uno de sus amantes. Esos cafés amarillos y gris piedra donde un tiempo fluvial transcurre a cuentagotas. O esos cafés rojos, con vino blanco en copas altas y asientos de terciopelo negro que te empegostan la espalda de sudor pero que importa si los dedos se llenan de tinta, si la punta de la pluma recorre la página con agilidad y destreza. Esos cafés míticos que me llevan a ese Tortoni de Borges, Alfonsina Storni y Gardel disecados, donde estuve hace algún tiempo y no pude escribir ni una línea, pero ese es otro cuento. O tal vez el mismo: Escribir en cafés es un mito. O tal vez es practica de almas sublimes que pueden mirar y no mirar a un tiempo. Dejarse estar y sumergirse en ese otro mundo que se va creando en la pagina en blanco. No distraerse con el café, la chica de tetas grandes que esta sentada sola allá en la esquina, el gitano que monta su pasodoble en la punta de nuestra oreja, la niña que pide monedas, el perro que logro colarse y lambucea restos en la basura, el comensal que se queja de un pelo en la sopa, el mesonero como un malabarista entre las mesas y un largo etcétera. Un café puede ser fuente de inspiración, como ya lo dejan sentado infinidad de relatos y novelas (por ejemplo Café de artistas de Camilo José Cela, escritor a quien Bolaño recomienda no leer...) pero en ningún caso puede ser lugar de trabajo para seres comunes y corrientes a quienes nos cuesta caminar y mascar chicle al mismo tiempo, como diría mi sabia hermana. Mi infancia literaria transcurrió en el mítico Jardín Sport de la primogénita del continente. Un café que se fue llenando de cumbia paulatinamente y donde espantábamos el perro con el plato mientras hablábamos de Joyce, por ejemplo. Allí veíamos tejerse y destejerse las historias de las mesas vecinas, pero quien de nosotros pudo siquiera tomar nota, los dedos ocupados por colillas y pitillos. La lengua ocupada en componer frases celebres que eran humo y que no quedaron registradas en ninguna parte, ni siquiera en las memorias adormecidas por el alcohol (que no solo de café vive el poeta) Al menos yo no pude escribir ni una línea en aquel templo de historias a pesar de la cantidad de horas que calenté sus sillas. Tal vez un Hemingway lo hizo en aquel Paris festivo, pero esta que escribe necesita una torre para encerrarse como una loca, sin comer ni bañarse, a escribir historias. Suscribo las sabias palabras de Orhan Pamuk: "Cuando hablo de escribir, la imagen que me viene primero a la mente no es una novela, un poema o una tradición literaria: es la persona que se encierra en un cuarto, se sienta frente a una mesa y, solo, se vuelve hacia dentro de si mismo". Estoy segura que Batia Gur no escribía mientras espantaba las moscas del desierto que revoloteaban su te de menta en una carpa beduina porque como ella misma lo dijo: escribir es un trabajo. Y yo agregaría: si trabajáramos en un café seriamos mesoneros, que como están las cosas seria incluso mas rentable. Pero si lo que te interesa es escribir olvídate del café y la bohemia: Enciérrate.

martes, mayo 15, 2007

Primavera Cero


Abril es el mes más cruel, ya lo dijo Eliot. Citar esto es ya un lugar común como citar a Nietzche con eso de que dios ha muerto. A nadie se le caerá la baba al leerme citando esta manida frase. Nadie dirá que soy una intelectual de altura o que tengo unos grandes referentes o un background privilegiado... y yo no lo escribo por nada de esto, créanme. Es porque en realidad abril ha sido un mes cruel, de esos que te hacen canas y te llenan de arrugas las comisuras de los labios. Entonces acudo al viejo Eliot no como poeta sino como sabio. Qué de razón tenía! Que abril es primavera, que primavera son flores, que flores es polen, que polen en mi nariz es alergia, que alergia es seudofedrina, que no puedo tomar seudofedrina porque amamanto, que a calarse la alergia, etcétera. Eso por un lado, por solo comentar los males del cuerpo. Los males del alma son múltiples y de difícil comentario. Luego están los males de bolsillo: no me gané el premio literario “La hucha de Oro” que era como decir “La gallinita de los huevos de oro”. De entre 4800 concursantes, mi cuento no resaltó, no agarró ni siquiera la mención 25. Y el primer premio eran 30.000 euros que ya los tenía dispuestos para saldar todo tipo de deudas y compromisos económicos... Qué tristeza! A seguir siendo pobre, no me queda otra. ¿Así de triste estarán los otros 4775 escritores que perdieron? ¿Todos habrían hecho planes con ese pocotón de plata como yo? Menos mal que no me dio por ponerme a comprar cosas anticipadamente. Ay, pero que ganas que tenía yo de quedarme con esa hucha. Más que ganas, qué necesidad tenía! (tengo)

Para consuelo, me leo la apología a la pobreza que hace Antonio Gamoneda en su discurso de aceptación al premio Cervantes del 2006. Y espero que en mí la austeridad económica no se transforme también en austeridad literaria, con la mala suerte que tengo!

Mayo parece que viene con mejor pie. O por lo menos eso quiero creer. Este mes mi blog ha recibido un caudal de visitantes inesperados porque es el mes de la madre en varios países de América Latina. Entonces cualquiera que busca cosas en google para quedar bien con su mamacita, cae en estas páginas. Aquí, por supuesto, no consigue nada y sale despavorido. Pero eso que importa porque cada mañana cuando reviso mi contador de visitantes encuentro un caudal de latinoamericanos que hicieron clic una vez en estas páginas y eso es preferible a nada. Que este blog lo he puesto como una quincalla, he colgado una foto mía semidesnuda (yo, no la foto) y a pesar de eso nunca había recibido tantos visitantes como en estas dos primeras semanas de mayo, el mes de la madre. Y bueno, es cierto que nadie encontró ni rosas ni discursos lacrimógenos para conmemorar la fecha, pero tal vez alguno si encontró algo y ya volverá como vuelven mis cuatro queridísimos lectores.

A ellos, a mis cuatro lectores, pido disculpas por las largas pausas que me tomo entre los post y les prometo retomar el rumbo prontamente: luego de este intermedio reflexivo seguiré con los consejos cuentísticos si mayo lo permite y si no, también.

lunes, abril 16, 2007

Siete consejos para escribir cuentos de quien sólo ha escrito siete cuentos I


(Y ha publicado sólo uno...)



Este es el primero de siete consejos principalmente dirigidos a mujeres que pretenden escribir cuentos. No porque crea en la literatura femenina, sino porque soy mujer. Sin embargo, creo que pueden ser utilizados por personas de otros géneros, cambiando un poco las referencias y las “a” por las “o” o por las "e". Qué la literatura es intercambiable y ambidiestra.

1.- Aplasta el culo en una silla.

Con el perdón de la imagen y sin ninguna referencia al culo de la pianista gorda del que hablaba Huidobro (¿?), lo primero que debe hacer una persona que desee escribir es aplastar el culo en una silla. Olvídate del paseo, de la celulitis, del “eliptical trainer” que se está llenando de polvo allá en la esquina, de los pantalones de tu adolescencia que ya no te entran, de “ay, que bueno sería salir a mirar tiendas”, del “hay un bar de chinos aquí mismito, vamos a encontrarnos”, y mucho más del “ay, coño, es que pasé todo el día sentada en la oficina”. Libera tu mente de todos esos “prejuicios” y aplástate en tu silla.
Si, es cierto, Virginia Wolf era esquelética, no tenía problemas de falta de ejercicio o de sobra de carnes en su trasero y por eso pasaba largas temporadas sentada y llena de tinta. Probablemente Gertrude Stein era gorda y ya no le importaba un nódulo más en sus posaderas. Creo que Spido Freire es bulímica, por eso no necesita ejercicio. Habría que ver qué tal el trasero de Angélica Gorodisher, la Rowling, Ana Teresa Torres, con el debido respeto. Probablemente han sido favorecidas por la naturaleza y no necesitaron escoger entre la computadora (o el papel y el lápiz) y el eliptical trainer que se llena de polvo allá en la esquina. Evidentemente escogieron escribir sin que eso afectase su fisonomía (o tal vez dictaban sus libros mientras sudaban la gota gorda en una caminadora) Pero tu que no tienes ni caminadora ni a quien dictarle tus libros, tienes que sentarte, aplastarte, hundirte en tu silla. Ya los nervios de la espera de los resultados de cualquier concurso te consumirán las carnes.

domingo, abril 01, 2007

Escalonado

Maor me enseñó a decir “escalonado” en esta lengua antiquísima. Me sorprendió que “escalonado” tuviese en su raíz a la palabra “escalón” y pensé: “pero qué tonta, cómo no se me había ocurrido”. Pero es que a veces cuando estamos sumidos en otra lengua no nos damos cuenta de dónde vienen las palabras, miramos al lenguaje extrañado, en ese sentido de “extrañamiento” del que habla la vieja teoría literaria, como si no fuese natural que de escalón viniese escalonado, cosa que también ocurre en mi lengua, dicho sea de paso. Así, aquella primera vez que puse mi cabeza en sus manos, Maor me enseñó palabra y estilo. Desde entonces y a falta de vocabulario capilar, llevo el pelo escalonado. Eternamente escalonado. ¿Para qué complicarse con un peluquero que no es sólo que no me entiende, sino que vive ocupado en una conversación eterna por el celular adosado a su oreja? Al principio no entendía de qué hablaba ni qué tanto se puede hablar por teléfono mientras se cortan cabellos y más cabellos. Con el paso de los meses y algunas mejoras en mi comprensión auditiva de la lengua extranjera, comencé a identificar números en la amalgama de su conversación telefónica: treinta, cuarenta, cincuenta. Y por supuesto, afirmaciones y negaciones: sí, sí, no, no. Con el paso de los años comprendí que mi peluquero hace apuestas ilegales mientras me corta el pelo eternamente escalonado. También recibe billetes enrolladitos de misteriosos personajes que aparecen y desaparecen como sombras inexplicadas, mientras él corta mis cabellos eternamente escalonados. ¿Cómo se puede llevar a cabo toda esta operación mientras las tijeras hacen su trabajo en una melena complicada por lo abundante de sus crespos? Una estrella, este Maor.
Pero un día, tras mirar mi imagen escalonada en las fotos del recuerdo, me propuse poner orden en mis pelos. Lo primero era averiguar cómo se dice “parejo” en este idioma. A falta de tiempo para preguntar o buscar en un diccionario, me decidí por el truco más efectivo cuando la falta de vocabulario nos azota: decir la palabra a través de su contrario: de este modo “parejo” se dice “no escalonado”. Triunfal, regodeándome en mi capacidad lingüística, entré en una peluquería cada vez más venida a menos. Si mi vocabulario capilar estaba estancado a lo largo de los años, la peluquería iba avanzando en decadencia y malandraje. Me parece que detrás de los lavamanos negros, esos donde damas cada vez más exóticas lavan el pelo, hay una garita. Creo que entre la cantidad exagerada de chicos que vienen a decolorarse el cabello y a hacerse mechas, hay señores que sólo se cortan las punticas, pero le entregan esos billetes enrolladitos y camuflados a mi peluquero. Billetes de alta monta, si mis ojos no me engañan.
Esta es una peluquería para hombres, no exactamente una barbería, pero si que la mayoría de los clientes son hombres o casi hombres, o semi hombres, o semi mujeres, o algo en el medio. Creo que soy la única mujer que pone su cabeza en manos de Maor y su eterna apuesta telefónica. Maor y sus eternas señas y muecas a los que vienen a darle esos billetes enrolladitos o que le susurran secretos por la oreja libre, esa que no tiene el celular adosado. Y así, con orejas ocupadas en conversaciones y envites, no me escuchó mi peluquero la brillantez lingüística con que pretendía yo solucionar el desorden de mis cabellos. “No escalonado” le sonó a “muy pero muy escalonado”. Y así quedé yo como una mota, casi un afro setentoso.
Salí despavorida de aquella garita, no me atreví a decirle a Maor que arreglara el entuerto que hizo en mi cabeza porque justo en ese momento un hombre de negro se le acercaba con un sobre. En mi escalonado entendimiento de la situación, preferí poner cara de agradada y salir corriendo.
Al llegar a casa le dí a mi marido las tijeras de la cocina para que me emparejara ese desastre, que después de todo, si voy a esa peluquería es porque él me la recomendó.

martes, marzo 13, 2007

Carnaval



De regreso de la fiesta de este equivalente a carnaval que hay por estos lados y que les da por llamar Purim, venía yo cantando con mis hijos, los propios y los heredados, recordando el regreso de los templetes y las comparsas del ahora lejano carnaval de Maturín. Y no se me ocurrió otra cosa que cantar las canciones tipo polca en el idioma bíblico que no pararon de sonar en la mencionada fiestecita de disfraces. Canciones que todas parecen la misma canción, repetida infinidad de veces, que iguales son sus ritmos y sus palabras casi ni se entienden. Canciones que dentro de mi cabeza son una única canción, de allí que tendiera a mezclar sus palabras y estrofas como si estuviera borracha, pero, lo juro, sólo tomé un juguito de frambuesa sintética que era lo único que había. (¡amalaya una cerveza!)Entonces mis hijos comenzaron a corregirme “que así no, mamá” , “que no sameaj, sino poreaj”, “que esa es otra canción”, “que esa es la del conejo”, etcétera. ¡Que muy poco sentido del humor tienen los niños cuando se trata de canciones! Entonces me arrecho: “Ah, no, mijitos” y comienzo a cantar canciones de mi tierra, que allí si es verdad que se goza en carnaval. A callarse todos, que ahora lo que canto es calipso del bravo. Allí, mezclando todas las palabras y los rítmicos “estílbanes” no me pueden corregir y no les queda otra que aprender las letras que la madre inventa (a fuerza de sintética, la frambuesa estaba puesta) Cerramos la puerta y armamos el templete. En el colmo del paroxismo, les grito: ¡y no les echo agua porque se me resfrían!

sábado, enero 06, 2007

Cavar un pozo con una aguja


En palabras de Orhan Pamuk, en sus emotivas palabras al aceptar el nobel de literatura de este año, el secreto del escritor no es la inspiración sino la terquedad y la resistencia. Cavar un pozo con una aguja, como reza el dicho turco que él mismo cita. Así, en “El maletín de mi padre”- ese discurso arrechísimo que dio y que ya se ha convertido en una especie de oración, ars poética, receta, credo, etcétera- nos habla de esa terquedad, de esa necesidad de encerrarse horas y horas en la soledad de un cuarto a escribir y así descubrir que no estamos solos, que estamos con las palabras que son mundos, que más que contar podemos componer historias, etc. Dice Pamuk que escribe porque no es feliz y para ser feliz. Ese descontento es el que convierte a una persona normal en escritor. Y ese fue el descontento que el vio en su padre y que no supo entender hasta que recibió ese maletín en el que éste guardó por años sus escritos: su padre fue un escritor relegado convertido en hombre de negocios que no pudo abandonar la terquedad de escribir. El maletín sólo debía ser abierto por el hijo luego de la muerte del padre. El hijo inevitablemente sintió miedo de abrir tal pesado legado: miedo de no gustar de los escritos de su padre, miedo aún mayor de si gustar porque entonces el padre dejaría de ser simplemente un padre. Miedo de descubrir a ese hombre. El discurso es hermosísimo, a mi me hizo llorar por las verdades literarias dichas así como uno quisiera haberlas dicho, como uno las ha sentido alguna vez y no ha podido expresarlas (que ese es el oficio del escritor, no?) Pero también me recordó a un amigo turco que vino a este país hace un par de años con su padre a consultar a un reconocido médico oncólogo. El padre estaba desahuciado, el médico no hizo más que reafirmar el diagnóstico que ya les habían dado en Estambul. Cuando nos encontramos en un bar cerca de su hotel, me dijo que él sabía que su padre iba a morir, que no importaba si venían a ver a ese eminente oncólogo o no, pero que aquel era un viaje de conocimiento: luego de 38 años estaba conociendo a su padre. Estaba abriendo su maletín, pienso yo ahora, inevitablemente ligándolo con ese escritor turco que no he leído, pero cuyo discurso me hizo llorar y recordar esta historia y renovar esas ganas terribles de sentarme apartada de todos a escribir. A cavar un pozo con una aguja, en eso andamos.