jueves, julio 19, 2007

Siete consejos para escribir cuentos de quien sólo ha escrito siete cuentos VI




Ay, no lo puedo creer: Ya estoy con el sexto consejo. He de confesar que cuando comencé a escribir esto no tenía ni para dos consejos y ya ven!!


6.- Hay que escribir más.

Juan Rulfo escribió una obra minúscula y se convirtió en uno de los grandes de la literatura latinoamericana. Para eso fueron suficientes escasas paginitas, pero llenas de una vida (o de una muerte) nunca antes vista. Otros escribieron 2 grandes libros y ya. Ricardo Piglia, por ejemplo, no ha podido escribir otra novela desde 1997 (ya son 10 años!) aunque en cada entrevista a lo largo de toda una década comenta que está a punto de terminar otra obra de ficción. Pero ¿quién le va a reprochar al “último lector” que no escriba novelas desde hace 10 años?, ¿quién le va a preguntar qué ha estado haciendo en todo ese tiempo además de leer y ensayar? Piglia puede darse el lujo de no hacer nada (o casi nada) porque antes de echarse en su hamaca allá en Princeton, se sentó y se encerró y escucho las voces de los desaparecidos y de los otros, y perdió y se inventó la tradición más larga de la literatura argentina. Pero tú, que no has conmocionado a la literatura local de ninguna manera, ¿te vas a conformar con unos cuenticos aquí y allá? ¿Te vas a poner la chapa de escritor y te vas a dedicar a tocarle el culo a las carajitas en cuanto happening literario se te ponga en la agenda? ¿Te vas a dormir en los laureles o como dirían en mi pueblo: te vas a echar las bolas al hombro? La historia está llena de poetas sin poemas y escritores sin escritos. Gente de obra escasísima (y no por eso un Rulfo o un Rimbaud) que se dedican a tocarse el diente roto con la punta de la lengua, como en el famoso cuento de Pedro Emilio Coll. Si un día un amigo se ganase un loto y monta una editorial alternativa (de esas que estuvieron tan de moda a finales de los 90) y les dice: “dame lo que tengas, que te lo publico”, pues no tendrían nada que darles. Se excusarían seguramente diciendo que no quieren ser publicados por un amigo, etcétera... Todo este palabrerío es sólo para decir que hay que escribir más. Y no porque en la cantidad esté la calidad, sino porque el escritor de oficio escribe, verdaderamente escribe. Hay que llenar folios y más folios, hay que acabar la tinta de la impresora, llenar la memoria de la computadora, armar libros de más de 80 páginas. Como diría el controversial Bolaño, escribir varios cuantos al mismo tiempo, escribir varios libros al mismo tiempo, ser una máquina de escribir. Regodearse en el placer de la pila de hojas que crece frente a nosotros. Hojas llenas del negro de las letras. Muchas, muchas hojas escritas por nuestros dedos. El sonido de nuestros dedos oprimiendo las teclas. El runrún de la impresora escupiendo páginas. El cartucho de tinta recién comprado que se acaba. Placeres infinitos que sólo han experimentado y comprenden aquellos que escriben que jode, ¿verdad?

domingo, julio 15, 2007

Siete consejos para escribir cuentos de quien sólo ha escrito siete cuentos V


Este es el quinto consejo de una serie de siete consejos para escribir cuentos en los que he venido pensando a lo largo de ya casi tres meses, para no pensar en por qué será que no estoy escribiendo mucho últimamente y para autoinvocarme a la musa -que no existe, se sabe, pero algo hay que invocar o a algo hay que echarle la culpa - .... También para no pensar en por qué si no escribo, igual mi eliptical trainer sigue llenándose de polvo allá en la esquina...

5.- Invéntate una tradición y unos maestros.

Hay quienes tienen la suerte de vivir junto a maestros, seguirlos. Hay quienes son aceptados en famosos talleres literarios y viven en hordas poéticas o narrativas, leyéndose los unos a los otros de manera casi endogámica. Pero hay quienes viven al margen de todos los centros, lejos de maestros y talleres, de hordas y pandillas, de endogamias e incestos. A ellos mi consejo: invéntate maestros. Y como son ficticios, algunos pueden incluso estar muertos y no por ello dejar de ser tus maestros. A los muertos, prende velas: un altar con flores, frutas y velas. Con los vivos no intentes ningún contacto más que leerlos con adoración y situarte entre ellos, creerte parte de ellos. Y así te vas armando tu propia tradición, tu patiadero. Todo escritor que se respete tiene su propia tradición: unos la muestran explícitamente (como Piglia, Vila – Matas y todos esos a los que les gusta hablar de literatura en sus novelas) y otros la ocultan (o simplemente no son explícitos, son más discretos) Esta idea genial no es mía, sino de Jorge Fornet en su libro sobre Piglia .... Independientemente de si eres explícito o no, necesitas una tradición: en la construcción de esa tradición está la clave de tu propia voz. Y para armarla necesitas bastante trabajo: buscar, pero sobretodo leer. Todo este palabrerío se puede resumir en una sola frase: hay que leer más. Pero leer de verdad, no andar paseando con el libro. Leer que jode, no sólo en el baño. Agudizar el ojo, apurar el paso, leer todo lo que se pueda. “Todo el que lee mucho termina escribiendo”, decía aquel veterano de Vietnam, centro de la novela La velocidad de la luz, de mi maestro Javier Cercas.

En la foto: mi maestro Ricardo Piglia, leyendo. Ven, esto de inventarse maestros es buenísimo porque así uno anda de “tú a tú” (en este caso sería de “tú a vos”) con gente que de otra manera ni nos verían....jajaja!

sábado, julio 07, 2007

Siete consejos para escribir cuentos de quien sólo ha escrito siete cuentos IV



Espero no haber sonado demasiado esotérica con el consejo anterior, nada que ver. Se trata sólo de la magia de la creación que va desde el orgasmo ilimitado que junta un óvulo a su amante espermatozoide hasta la alegría tontísima de quien termina de escribir un post. Ese momento sublime que tiene que ver con voces y drogas de nuestro propio cuerpo. Pero de lo sublime, pasemos a lo terreno: el cuarto consejo es el desmoronamiento.

4.- Fracasa.

Un triunfo por cada mil fracasos. Quien quiera escribir habrá de caer mil veces en las garras del fracaso. Perder. Abandonar. Tirar los viejos escritos en las aguas pastosas del Manzanares cumanés. O el Orinoco soberbio. O el Nilo con sus mosquitos. O el mar que llaman río, turbio y rojo, allá en Buenos Aires. O en las más próximas aguas, cuales quiera que sean. Dejar que la corriente se lleve todo y traiga aguas nuevas. Levantarse, las rodillas raspadas de la caída, las manos sucias, y seguir. Seguir a toda costa y a pesar de todos. ¿Acaso Rulfo y García Márquez ganaron todos los concursos en los que participaron? Cuenta la leyenda autocompasiva que va de boca en boca entre los perdedores profesionales de competencias literarias que tanto el mexicano como el colombiano perdieron sendos concursos. Entonces ¿por qué uno no va a perder? Yo agradezco haber perdido un concurso hace mil años, agradezco haber estado a punto de recibir una mención y al final no recibirla, agradezco haber sido rechazada de talleres literarios de prestigio porque eso me hizo llorar infinitamente sobre mis cuenticos hasta borrarlos del papel y la memoria. Quemarlos. Abandonar: no sirvo para esto, me dije, no escribo más ... No vuelvo a las letras que duelen como una catástrofe.... para darme cuenta tiempo después que más duele no escribir. ¿Qué hubiese sido de mí sí mis primeros torpes escritos hubiesen sido aceptados por los dioses literarios? Lo mejor fue fracasar y borrar todo aquello, para entonces retomar con más fuerza, con más rabia, con hambre. La piel curtida a fuerza de caídas. No sé, una especie de “Karate Kid” literario o cualquiera de esas películas en las que un bueno-para-nada se transforma en un héroe a fuerza de coñazos: razón tenía Swatzeneger que lo que no mata, fortalece. Aquel poema de Rafael Cadenas es un himno.

martes, julio 03, 2007

Siete consejos para escribir cuentos de quien sólo ha escrito siete cuentos III


Retomando el hilo y sacándome las bambalinas del pelo, este es el tercero de los siete consejos para escribir cuentos que me tienen ocupada en estos días (que ya son meses):

3.- Sé neutro, sé un médium.

La lógica les dice que luego del “aplasta tu culo en una silla” y el “enciérrate” debería venir el “autoflagélate”, pero no es así. Escribir bajo el influjo de la tristeza y del dolor sólo sirve para poetas, creo. Y ni siquiera para ellos, que me perdonen mis amigos poetas, que saben sacarle partido a sufrimientos pasados y ajenos y cuando crean metáforas ya están en la otra orilla del dolor, del lado de allá, mirando de lejos lo que pasó. Nadie escribe bajo el influjo de la emoción, esto ya lo decía Quiroga, así que mejor esperar que la emoción pase, sea dolor o sea placer, que pase, nadie hace nada bueno mientras siente, además de sentir. Y escribir es sentir de otra manera, convertir la realidad en sentido y para eso debemos abandonarnos a los significados que la propia realidad nos entrega .... es que me creí la gran cosa luego del premio y ahora quiero hacer una verdadera ars poética usando palabras que ni yo misma entiendo... jajaja! .... Se neutro, decía, porque es la única manera en que podrás sentir lo que sienten tus personajes. Así dejarás que la historia fluya y sea ella quien decida por donde seguir. Convertirte en un médium atravesado por las voces de los otros (y la tuya misma de vez en cuando, claro, que todo médium es un poco embustero e impostor) Mi querido Javier Cercas decía que si sabes de antemano exactamente todo lo que vas a escribir antes de sentarte a escribir, estás jodido. No lo decía así, pero más o menos. Escribir es terminar diciendo algo que ni tú mismo sabías que ibas a decir. Esas voces, pues, que te poseen cuando encerrado y sentado frente al monitor luchas con la madeja de las palabras. Entonces: a sentarse, a encerrarse, a hacerse el sueco poniendo en cero los sentimientos propios, o lo que es lo mismo: contar lo ajeno como propio y lo propio como ajeno. A dejarse poseer por las historias: las que planeamos contar y las que nacen en el momento de la escritura. Como bien lo ha dicho Rodrigo Fresán en Jardines de Kensington: “Ser escritor es ser alguien que no eligió sino que fue elegido por esa vocación sin retorno del loco socialmente aceptado. Alguien que pasa cinco, nueve, doce horas al día encerrado en una habitación oyendo voces que sólo él puede entender ...”