martes, marzo 13, 2007

Carnaval



De regreso de la fiesta de este equivalente a carnaval que hay por estos lados y que les da por llamar Purim, venía yo cantando con mis hijos, los propios y los heredados, recordando el regreso de los templetes y las comparsas del ahora lejano carnaval de Maturín. Y no se me ocurrió otra cosa que cantar las canciones tipo polca en el idioma bíblico que no pararon de sonar en la mencionada fiestecita de disfraces. Canciones que todas parecen la misma canción, repetida infinidad de veces, que iguales son sus ritmos y sus palabras casi ni se entienden. Canciones que dentro de mi cabeza son una única canción, de allí que tendiera a mezclar sus palabras y estrofas como si estuviera borracha, pero, lo juro, sólo tomé un juguito de frambuesa sintética que era lo único que había. (¡amalaya una cerveza!)Entonces mis hijos comenzaron a corregirme “que así no, mamá” , “que no sameaj, sino poreaj”, “que esa es otra canción”, “que esa es la del conejo”, etcétera. ¡Que muy poco sentido del humor tienen los niños cuando se trata de canciones! Entonces me arrecho: “Ah, no, mijitos” y comienzo a cantar canciones de mi tierra, que allí si es verdad que se goza en carnaval. A callarse todos, que ahora lo que canto es calipso del bravo. Allí, mezclando todas las palabras y los rítmicos “estílbanes” no me pueden corregir y no les queda otra que aprender las letras que la madre inventa (a fuerza de sintética, la frambuesa estaba puesta) Cerramos la puerta y armamos el templete. En el colmo del paroxismo, les grito: ¡y no les echo agua porque se me resfrían!