sábado, enero 29, 2011

El viaje ultimativo


Tengo un poco abandonado este blog, pero para no perder a mis cuatro lectores, aquí les dejo un texto sobre la lectura que fue publicado en Relectura. Si lo quieren leer allá, pulsen aquí. Si lo quieren leer aquí, sigan leyendo.
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El viaje ultimativo

Leer para mí siempre ha significado un "salirse", un "irse-para-otro-lado", un viaje al alcance de la mano y desde niña eso me ha fascinado. De niña leía y releía una colección de fábulas rusas y todos esos libros clásicos que han leído todos los niños, pero recuerdo particularmente a Colmillo Blanco, de Jack London, porque lo leí en un viaje en carro de Maturín a Caracas. Un viaje dentro de otro viaje. Solíamos ir a visitar a mi abuela caraqueña cada vacación de agosto o navidad. Era un viaje tediosísimo, ocho horas en medio de una carretera calurosa y húmeda. Y para no aburrirnos llevábamos comida, libros, juguetes, música. Recuerdo lo difícil que era leer en las curvas que están antes o después de Río Chico, pero aún así yo no podía despegarme de Colmillo Blanco, de esos perros arrastrando trineos, de la sangre en la nieve, de la amistad. Lloré por esa amistad lágrimas amargas mezcladas con el sudor producido por el calor de una carretera que atravesaba árboles enormes, fritangas, chicharroneras, enredaderas, araguaneyes, alcabalas, areperas, trinar de chicharras y hasta flores silvestres: las "aves del paraíso" crecían (y creo que todavía crecen) en esa parte en que la carretera se adentra en una selva vaporosa y densa. Yo iba del vaporón a la nieve en la que el pobre Colmillo Blanco se debatía con otros perros y con su orfandad. Y de la nieve al vaporón en el que de pronto aparecía algo interesante en la ventana o en la conversación de mis padres. Creo que esa es la imagen que el acto de leer tiene para mí: un estar aquí y un estar allá, una dualidad que me apasiona, un vivir otras vidas. Como todo el que vive en dos realidades, quien lee termina contaminando su realidad con la de los libros y viceversa. Así, aquella carretera tenía algo de nieve y Colmillo Blanco se parecía mucho a los perros que "espantaban-con-el-plato" en las areperas de El Corozo. Esa es una experiencia alucinante y alucinógena. Adictiva.
Dice Amos Oz que cuando viajamos podemos ver alfeizares y geranios, puertas y gente de negro y de prisa, pero no podemos entrar a sus casas. Leer, en cambio, es entrar a esas casas, a esos cuartos, mirar qué comen, cómo duermen o aman o sufren los otros. Esos hombres de negro y de prisa. Esas mujeres de alfeizares resecos, que cierran las ventanas ante la curiosidad de nuestros ojos, estremeciendo los geranios. Siguiendo a Oz, yo diría que leer es entrar a donde se nos niega la entrada. Viajar es imaginar la vida más allá de las pestañas, pero leer es verdaderamente entrar. Con todo esto no quiero decir que no valga la pena viajar: si me ponen a escoger entre un billete de avión y un libro, demás está decir qué es lo que escojo; lo que quiero decir es que leer es un viaje a la interioridad y al misterio. El viaje ultimativo.