viernes, septiembre 29, 2006

15% de mentira

La casualidad o la manía de desperdiciar el tiempo hacen que uno lea cosas que luego quedan flotando en la cabeza durante años o a veces se convierten en leiv motiv de una época de la vida, un capítulo. Hace unos días leí el blog de Alberto Fuguet, un blog cerrado o ciego, mejor dicho, un blog sordo que no acepta comentario de sus lectores, pero a pesar de eso, un blog super interesante con cosas que a cualquiera que le apasione la literatura le gustará leer aunque nadie puede comentarle nada a este señor a quien la fama no le ha hecho muy bien o es que es demasiado tímido... En dicho blog había una entrada sobre una novela de un norteamericano en cuya portada, además de título y foto, decía que se trataba de una novela con un 85% de realidad. Eso le pareció super interesante a Fuguet y a mi también. Lamentablemente mis fondos económicos están destinados en la actualidad a la compra de un futuro contingente de pañales y me es imposible siquiera pensar en la posibilidad de hacer un pedido por amazom, pero la verdad es que me entraron unas ganas terribles de leer esa novela, sobretodo porque debe estar emparentada con la noción de “autoficción” de la que habla Vila-Matas. Últimamente me la paso pensando en esa bendita autoficción, que es la que rige, dicho sea de paso, el blog mudo que pretendo escribir. Pero volviendo al tema, lo que me llama la atención del gringo es que explícitamente mide y señala la cantidad de realidad que hay en su novela. Sería interesante contar con este realidómetro para ver que de tan cierto hay en las novelas de Javier Cercas o de Paul Auster. Incluso, ¿y por qué no?, en las novelas de Spido Freire, quien con cara de ninfa celta se jacta de que todo en sus páginas es pura invención. De cualquier modo pienso que hay un 85% de realidad incluso en nuestros recuerdos y memorias, porque ya saben de lo manipuladora que suele ser nuestra visión de vida.

martes, septiembre 19, 2006

La madre superada Vs. La madre hipopótamo


Esta es la escena: estamos en la piscinita de bebés. Yo con un panzón de 8 meses de embarazo, pero luciendo una tanguita, echándomelas de la embarazada superada que muestra su barriga sin complejos. Mimina eléctrica, corrre para acá, corre para allá. Todo chévere, mientras ella permanece dentro de la piscinita que tiene la suficiente profundidad como para ocultar mis curvaturas, siempre y cuando yo permanezca sentada. ¿Pero hasta cuando podía durar esta situación ideal? Obviamente, la niña es llamada por el mundo ancho y ajeno y se dispone a recorrerlo. Saca sus paticas de la piscinita y corre hasta la piscina grande. La madre grita, pero es como si le gritara a las piedras. Entonces y en vista de que la niña está cada vez más cerca de la piscina grande, a la madre no le queda otra que mover su pesada humanidad, salir del agua donde permanecía quieta y en remojo como un hipopótamo y comenzar a correr para detener a la niña que ya está cerquita del abismo. Mientras corre con el biquincito, se da cuenta que tanto la panza como las nalgas se le mueven exageradamente y por un instante se detiene a pensar que qué será más conveniente agarrarse, ¿la barriga o el culo?? ¿qué se verá más feo en ese temblor apocalíptico? Ese es el instante en que la niña toma ventaja y ya está a punto de lanzarse. Y es en ese minuto que el salvavidas grita: “Niña, detente” con un parlante que tiene resonancia de sirena antiaérea. Todos los presentes miran a la niña detenida al borde del precipicio y luego miran a la madre: ese hipopótamo en estampida que viene agarrándose panza y culo alternativamente.

sábado, septiembre 16, 2006

Bambi y suplicio colectivo


En la entrada de la guardería nos esperaba una pancarta que anunciaba un espectáculo. Mimina ni la vio, ocupada en comerse rápido sus galleticas, antes de entrar al salón, pero la madre de Mimina quedó atrapada por la publicidad: Bambi, en un teatro cercano, la segunda entrada a mitad de precio, el próximo jueves, ¿qué más se puede pedir? Enseguida nos imaginé a las dos en salida de chicas, sólo chicas, en aquel teatro abarrotado de niños y Mimina vibrando como suele vibrar cuando está extremadamente feliz. Entonces recordé mi propia infancia y todos los niños que decían haber llorado por la madre de Bambi, a quien yo no recuerdo haber visto morir o bien porque no entendí o bien porque era una niña de sangre muy fría o bien porque no vi a Bambi nunca.... lo cual es tan triste y escalofriante como las dos primeras posibilidades. Pero sí que recuerdo a los niños tristísimos que relataban la muerte detallada de la pobre venada y me imagino qué de traumas arrastrarán desde entonces. Todo porque a Mister Disney le dio por los dramones y los matricidios. Aún con la imagen del teatro atestado de niños, me recordé a mi misma llorando hace un par de semanas con el último DVD del osito que habita el jardín de los 100 acres. Qué lagrimones tan amargos eché aquella tarde, escondida detrás de un cojín para que los chicos no me vieran. Entonces, lo que pintaba como una salida espectacular, podría convertirse en un episodio de llantenes y traumas, así que me dije a mi misma que no, que ni que la segunda entrada la den gratis, que ni loca meto yo a mi hija en ese suplicio colectivo. Todo esto pensaba mientras veía en la pancarta el dibujo del inocente venadito, con ojos enormes y desde ya llorosos, presagiando la tragedia. Todo esto se cruzaba por mi cabeza hasta que leí unas letras negritas, chiquitas, que explicaban que aunque este Bambi se basaba en la versión original, habían suprimido las escenas dramáticas y el final era alegre y feliz. Ah, no, versiones manipuladas no! me dije a mi misma. Desde ya la censura, no! me repetí. Mi hija debe conocer a los clásicos en sus versiones originales y no tamizados por el happyend....

¿¿Quién entiende a las madres??

lunes, septiembre 11, 2006

Cómo viajar con niños. Parte IV

La ciudad ausente: ¿Última estación?
Antes de dormir, en casa, escribo en el cuaderno de dibujos de Mimina: Cuarta estación: El Moyano. Miseñormarido, aterrado, dice que allí si es verdad que no vamos a entrar ni que tengamos tiempo. Es el manicomio del Doctor Arana, el Hospital Neuropsiquiátrico Braulio A. Moyano, en Brandsen 2570. El pabellón para mujeres donde recala Elena haciéndose pasar por loca o una loca haciéndose pasar por máquina o una mujer policía que investiga los implantes de alucinaciones o una borracha que encubre al inventor de la inteligencia artificial en su versión argentina. Qué linda la dirección: Brandsen 2570 suena extremadamente novelesco y cienciaficcional. Ni la subida de la calle principal del Manicomio en Lídice, ni Bárbula suenan tan bien. O bueno, suenan bien para otro tipo de literatura, tampoco seamos injustos. No quiero entrar – le respondo a Miseñormarido – sólo verlo de lejitos, como a los 36 billares. Que está visto que para hacer turismo literario hay que escoger a autores menos lúgubres o más pintorescos o viajar con menos niños. Bueno, tampoco la pavada, como dicen los porteños, que a un manicomio no me provoca entrar (a ver si me dejan ... jajjaja!) Brandsen era un general – me cuenta Miseñormarido – de la época de Rosas, cree. De la dictadura no, por supuesto. Brandsen es otro suburbio de Buenos Aires, como Quilmes o Adrogué. Pequeñas ciudades satélites que fueron tragadas por la hambrienta ciudad o es que Buenos Aires es una aglomeración de ciudades verdaderamente ciudades, antiguas, completas. Una ciudad o miles de ciudades apelmazadas, enormes. Tomamos el remise, el mismo ya varias veces, el conductor me ve con cara rara. A Palermo, vía Brandsen. No se extraña el tipo y arranca el motor para iniciar un viaje eterno. Mimina se duerme, inevitablemente, como en cada expedición. Luego de no sé cuantos kilómetros, llegamos a dos manicomios infinitos, el Moyano para mujeres y el Borda para hombres (tendrá que ver con el Gaucho Dorda, personaje de otra novela de Piglia??) Dos palacetes monumentales de principio de siglo. ¿Es que tantos locos hay en Buenos Aires y todas sus ciudades réplica que tuvieron que construir tales coliseos? No – me dice Miseñormarido – es que no hay tanto loco suelto como en Venezuela. Nos reímos.

jueves, septiembre 07, 2006

Cómo viajar con niños. Parte III

La ciudad ausente II

Lamentando no haber comprado alguna baratija en el pasaje subterráneo de la 9 de julio, seguimos visitando cafés famosos. Los argentinos creen que fueron ellos los que inventaron los “Cafés” o por lo menos la costumbre de sentarse horas, pasar la vida en un café. En este punto pienso que si eso es así (lo dudo, pero ya que estoy aquí vamos a darles el beneficio de la duda) yo debí haber nacido en Buenos Aires, haber crecido allí, haber vivido en algunos de esos cafesesss. En Cumaná nos conformábamos con el Sport, que tenía ese aire de café arrabalero, con habitúes eternos y mesoneros de películas. Yo sé que exagero, pero el Sport podría estar en Buenos Aires, o el Sport es (era) una versión tropicalizada y pobre de un café porteño. Es sólo por ese aire de lugar eterno, de perpetuo encuentro, de imán para cierta gente. Queremos ir a La Giralda, el “Sport” de Miseñormarido, donde pasó gran parte de su vida argentina, pero nos queda a trasmano, así que terminamos recalando en el Ópera. Un lugar brillante, con mesas de pino y esos mesoneros finísimos, profesionales, que ya no existen. Calmar el hambre de los niños se vuelve un imperativo (yo me sumo a los niños, por el niño que llevo en la panza) Sanduchitos de jamón y queso, cocacolas, cafés que vienen acompañados siempre por un vasito chiquitico de agua que te lo sirven sin que lo pidas (y no lo cobran, porque seguro es agua de chorro, pero en Argentina toman agua de chorro normalmente) ¿Cuánto tiempo podremos estar sentados? Hacemos apuestas. Enseguida los niños se aburren, Mimina pretende dar vueltas por allí (mijita, que en Buenos Aires como en Caracas roban niños, tu no estás en el campo en el que naciste!) Nos descubrimos pagando la cuenta rapidísimo. La próxima vez hay que traerles el bakgamon, las muñequitas – le digo a Miseñormarido. La próxima vez – me dice- habrá que enseñar a fumar a los grandes y a la chiquita dejarla en casa!. Nos vamos corriendo, es de noche, aburrimiento en el público de galería, Mimina no soporta un minuto más en su cochecito. Pedimos un taxi de los baratos (los llaman remises y no son negros como los taxis de línea) y nos largamos a Quilmes, no sin antes pedirle al taxista (o “remisero”) que pase despacio por el 1200 de la Avenida de Mayo, mi tercera estación pigliana. “Los 36 billares” existe, con ese nombre, parece un invento, pero la verdad es que existe! Al Tortoni iba Borges elegantemente vestido y probablemente en su ceguera no distinguía el verde del mármol de las exquisitas mesas, pero sí que percibía en el aire el olor de la caoba lustrada, las tazas impecables, los abrigos de cuero y las pieles del invierno. Sabía Borges, sin una Kodama que se lo refiriera, que el Tortoni era de categoría. Si Borges era habitué del Tortoni, sólo un Júnior - el protagonista tipo Blade Runner de la Ciudad ausente- podía ser habitué de Los 36 billares. Probablemente me equivoque, pero Los 36 billares son el reverso del Tortoni y alguien que sepa más de literatura podría decir que Borges es al Tortoni lo que XXXX es a Los 36 billares. Pero a quién poner en lugar de estas cuatro X? Un dato: no entraban mujeres a este bar (así como hay poquísimas mujeres en la literatura pigliana) hasta hace muy poco tiempo. Y es que las mujeres no juegan billar, se excusan. Es un bar desvencijado, eso sí, últimamente retocado por una comisión estatal que se ha empeñado en restaurar bares ilustres. Lo pasamos de largo, allá está, míralo, qué lindo... A los chicos les habría gustado jugar billar allí, pero no tenemos tiempo y probablemente tampoco dejen entrar niños.... Casi no lo vi y en mi memoria lo recuerdo idéntico a un bar de billares que quedaba frente al cine Atlas en Maturín. Trampas de la cabeza... continuará....

lunes, septiembre 04, 2006

Cómo viajar con niños. Parte II

The Buenos Aires Affaire: La ciudad ausente I.

Minutos antes de arreglar los macundales, pensé: tengo que hacer un paseo literario por Buenos Aires, ir a esos lugares de la mitología borgeana o qué se yo, probablemente contagiada por El mal de Montano, de Vila – Matas. Pero no era para tanto, que esa novela no es que me haya fascinado ni tampoco es que yo sea taaaan experta en Borges ni en literatura argentina. No tenía tiempo de ponerme a leer ni siquiera un resumen de Internet, así que mejor ir a lo que conozco: ir a Ricardo Piglia, autor sobre el que hice mi tesis, argentino como el mate más amargo. Primera parada - pensé- Adrogué, su lugar de nacimiento. Yo no piso Adrogué ni que me maten -me responde Miseñormarido. No entiendo por qué, seguro es por celoso. Que es un suburbio aburridísimo, que nadie va allí a menos que tenga la desgracia de vivir allí, que qué tipo de turismo queres hacer, que el mismísimo Piglia jamás debe haber vuelto a pisar Adrogué. Me convence. De todos modos, ya andaremos por un suburbio de Buenos Aires llamado Quilmes, y bueno hay un bodrio que se llama Flores robadas en los jardines de Quilmes, para que no se diga que el lugar no es literario. Decido releer La ciudad ausente, única novela de Piglia en la que figura Buenos Aires, sin prestar mucha atención al título, no por no querer sino por despistada. Además de reconciliarme con Piglia, me doy cuenta que no es gratuito que la novela lleve ese nombre, sin embargo encuentro 4 lugares que anoto para no olvidar. Primera estación: Hotel Majestic en Piedras y Av. de Mayo: no existe. Hay, si, un edificio antiguo e imponente como casi todos los edificios del centro, que pudo haber sido un hotel, pero quien sabe. Bye, bye Lucía Joyce y Fujita. Segunda estación: pasaje subterráneo de la avenida 9 de julio y la estación Carlos Pelegrini. Existe! ¿De verdad quieres entrar allí?, ¿Para qué quieres entrar allí? – me preguntan los locales. ¿Allí venden juegos piratas de sonyplaystation? – me pregunta Zezé, ansioso. Miseñormarido, que siente que es su deber meterme en ese túnel, ese hueco, ese tugurio, me agarra la mano y dice: vamos! Olor a baño público en las inevitables escaleras de porcelana blanca-gris. Mimina baja en su cochecito, como cleopatra, alzada por sus hermanos, con cara de pocos amigos. Vamos casi al trote y yo presumo que no debe ser ese un lugar muy turístico que digamos. Me dejo arrastrar por Miseñormarido quien casi no mira para los lados, pero me dice que aproveche de ver todo lo que pueda, pero que no nos vamos a detener en ningún momento y bajo ningún concepto. Vamos seguidos por importados y locales. Los primeros buscan juegos piratas con la mirada. Los segundos probablemente pensando que qué vaina hacemos nosotros aquí. Mimina dormida. Toda la baratija de los míticos “todo a 200” está allí, pero no en buhoneros sino en desencajadas “tiendas”. Propagandas del año de la pera. Unas hamburguesas ya armadas desde épocas inmemorables en un mostrador oxidado llaman a lo chicos (siempre hambrientos) Ni se les ocurra, gritan los locales. Chinos, gritos, viejos italianos, una saturación de cosas viejas, sucias, plásticas, vencidas, cada una con su sonido especial, pero no con la música del trópico, no hay música en el centro de Buenos Aires para extrañeza de esta que ha vivido en centros bullangueros toda su vida. Sí un sonido denso, amalgama de voces y pasos y baldosas negras. Piglia tiene tanta razón: allí tienen que vender los casetes con las historias de la máquina. Esa mítica máquina eterna y desdichada -que no hay una cosa sin la otra- y que cuenta las historias de la marginalidad Aquí tienen que estar los casetes- le susurro a Miseñormarido. Entonces él frena el paso y mira y se maravilla y me señala una tienda que tiene la vidriera vacía y con ojos de alucinado dice que es allí, que allí los venden, que los puede ver, que seguro tienen las fotos de Macedonio Fernández, que no hay duda, que Piglia no inventó nada, que cuánto podrán costar. Aquí no van a comprar nada- nos advierten los locales y los chicos chillan. Miseñormarido vuelve en sí, vuelve al trote, otra vez unas escaleras que reproducen a las escaleras del principio, el mismo orín, Mimina como Cleopatra es subida, yo como una autómata -creyéndome la Eva futura, mínime- soy subida, extremadamente feliz soy arrastrada por la comitiva eterna, cada quien queriendo ir por su lado, cada quien lamentándose de algo diferente, los locales contentos por haber pasado el trance, revisando sus bolsillos para ver si aún no les han robado las carteras..... continuará .....

viernes, septiembre 01, 2006

Cómo viajar con niños. Parte I

The Buenos Aires Affair: el café Tortoni.

No tiene nada que ver con Puig, sino con mi viaje. Llegamos en la mañanita, después de dos mil quinientas horas de vuelo atravesando primero el Mediterráneo, Italia, luego África y el Atlántico y finalmente Brasil (y casi diría que la América entera) Qué lejos es esa vaina, no es por nada, con razón esa cantidad de inmigrantes quedaron enclaustrados allí sin posibilidades humanas de emprender el retorno... Si a este vuelo interestelar le suman que a uno de los chicos le dio un fiebrón y lo que teníamos eran unas goticas para bebés, sabrán que llegamos vueltos mierda, con el perdón de la metáfora... Lo primero es Ezeiza lleno de turistas gringos y una cola interminable para que nos sellen el pasaporte. Un chico enfermo, la otra exuberante y plena de energía y nosotros arrastrándonos por las paredes y el piso. Luego el reencuentro con la familia, el abrazo largo, el beso, las ganas de mirar todo, las voces cantarinas y recordar las advertencias “no se te ocurra decir concha ni en juego, la concha que te parió....” jajajaja. El gran Buenos Aires se abre con unos superbloques rojos conectados por pasillos aéreos, autopistas con alcabalas a cada 5 kilómetros, pero antes de todo eso están los árboles más grandes que ví en mi vida. Miseñormarido no sabe como se llaman. Si le pregunto seguramente me dirá que son Jacarandás, pero seguro se equivoca. Abrir maletas, mirar la casa llena de fotos antiguas, tragar mate amargo con el afán de quien se fuma un cigarro tras otro. Nos acostamos a las 6 de la tarde, vencidos por el huso horario. Y a las 4 de la madrugada, despiertos y llenos de energía, felices, gritando en los rincones de la casa. Traéme un pancito con concha dura, mi amor. Ay! Concha no, no, no, es decir: cáscara, caparazón, cubierta, coraza. Segundo día, segundo enfermo: miseñormarido con 40 de fiebre cae largo a largo en lo que era su cama de infancia. Dice que es una fiebre psicológica, con esa manía que tienen los argentinos de atribuirle a la psiquis todo... yo debo ser más básica, porque me parece que se trata del mismo virus que atacó a Cao en el avión. Con todo y eso, al tercer día nos largamos al campo, a la pampa argentina, al rencuentro con el gaucho insufrible o invisible, con el Inodoro Pereira y todos los clichés que se les ocurran. Miseñormarido se instala en una cama de la hacienda hermosísima de los amigos y nosotros nos dedicamos a montar caballos, caminar entre los lirios silvestres (dios mío, lirios que nacen como monte!) navegar en un laguito, jalar mate amargo hasta por las orejas y luego tragar carne que ni les cuento. Quinto día, tercera enferma: Mimina con 39 de fiebre. Dosis doble de antibióticos, al coche y nos largamos a caminar por Quilmes. Y así vamos también a caminar por Corrientes. Esta intelectual que soy yo quiere ir a un famoso café de intelectuales, no recuerdo ya que día, pero sí que ya nadie estaba enfiebrado. El Tortoni es el lugar indicado, es el café donde solía reunirse Borges con su pandilla literaria, Arlt, etc. una especie de lugar mítico para los amantes de la literatura. En el 825 de la Avenida de Mayo está el café antiquísimo (fundado en 1858) Llueve porque es otoño y entramos corriendo, muertos de frío. En estampida, hacemos nuestra aparición triunfal. Los intelectuales levantan los ojos de sus libros o sus cafés, las parejas que bailan tango al final trastabillan un poco el paso porque ha llegado la familia telerín en comitiva completa. Nos sentamos en la única mesa libre. De inmediato Mimina se da cuenta que es la única niña en el lugar y comienza a hacer todo tipo de bailes y monerías para que la vean. A Cao y Zezé les da hambre apenas meten los pies bajo la mesa: Una pizza familiar, por favor. No hay -dice el mesero con cara de profesional. Sólo venden pizzas individuales porque es un café de intelectuales. Y bueno, tres pizzas individuales con tomate y mozarela, dos cafés y si puede, pónganos en una tacita un poquito de leche caliente para la niña. Y comienza la acción: baja los pies de allí, quédate sentada en la silla, no hay coca cola sino pepsi, no te eches el agua encima, no van a ir a jugar billar en este minuto, píntale algo a la niña, que él dijo, que tu dijiste, que la pizza tiene tomates enteros, que no me gusta el queso, que no te la comas toda, que déjame un pedacito, pero si tu no querías, pero ahora quiero, la leche esta muy caliente, espera, pero quiero leche ahora, pero esta caliente, échale un poquito de agua fría a la leche, pero no la eches en la mesa, ¿dónde están las servilletas?, llama al mesonero antes que se haga un charco en el piso. Y de pronto, Miseñormarido que dice que se va a la parte de fumadores un ratico a fumar y no mi amor, tu a mi no me dejas sola con esta jauría y bueno, vamos los dos. Es así como nos escapamos y miramos a los intelectuales hablar de literatura, los cuadros de las paredes de pintores famosos, la gente que baila tango en un salón semiprivado al final, la chica adoradora de Borges se lee la obra completa sentada sola en una mesa frente a un café que se enfría y una colilla que se deshace sola en un cenicero. No trajimos ni un libro para leer- le digo a miseñormarido- ni una hojita para escribir. Me mira serio, infinitamente serio, y me dice: si estás tan urgida de escribir algo, puedes hacerlo en el cuadernito de Mimina y con sus colores de cera. Ay, no! No es para tanto – le digo. En una esquina: Borges, Alfonsina Storni y Gardel, disecados, tertulian en una mesa, una conversación inverosímil e infinita. Y es desde allí que miro hacia nuestra mesa: Mimina viene corriendo hasta mi, gritando, detrás viene Zezé, intentando rescatar su reloj. En fin, que no es fácil ser intelectuales viajeros con hijos.... continuará....