jueves, diciembre 31, 2009

Pantaletas amarillas contra el mainstream



Días que se suceden y que nunca completan un año.

Ese es mi tiempo desde que vivo lejos de la civilización occidental.

De pronto me encuentro a mí misma sin hacer planes para el próximo año, ni promesas, ni "borrón y cuenta nueva". Por no decir: sin las uvas, la abuela llorando, "un año que viene y otro que se va", la cuenta regresiva, el encaramarse a cualquier silla, tirar monedas por la ventana, comer lentejas y todas esas tradiciones que en su momento me parecían ridículas y que ahora son tan lejanas, tan ajenas como si me hubiese metido en la máquina del tiempo y hubiese aparecido en otra era, otro planeta. Tradiciones de una civilización extinta. De pronto me encuentro sin año nuevo, viviendo un año viejo y larguísimo y ya sin siquiera añorar las pantaletas amarillas.

No me acostumbro a celebrar el fin de año en septiembre, como es la usanza entre la gente que me rodea. No celebro, digo "felizaño" por educación, no me emociona la manzana y la miel, ni el pescado con salsa picante de remolacha, ni las bolas de harina flotando en un caldo transparente. Más extranjera que nunca, como todo lo que me sirven sin poner mala cara, saludo sin sentirlo, recibo algunas tarjetas por educación, puedo incluso ir a alguna fiesta, pero no siento que acaba el año, no hago planes de ningún tipo, ni promesas, ni buenos o malos propósitos. No saco cuenta de lo pasado, no borro, sigo sumando en una operación de adición infinita y el 31 de diciembre me llega sin darme cuenta, sin revuelos, sin gente hablando de lo malo que fue y de lo peor que vendrá. Aquí casi nadie celebra, "no hay ambiente en las calles", y yo tampoco me siento en el mood del año nuevo. Tal vez alguna fiesta perdida, exagerada y remedadora de una tradición gringa, tan artificial como un halloween venezolano. Y yo prefiero quedarme en casa.

No hago una lista de deseos ni me propongo una dieta ni terminar la novela ni comenzar a estudiar algo ni nada. Tal como si se tratara de un día cualquiera a mediados de año. Un día igual a otros días que se suceden sin concierto.

Pero una voz, debajo del moho de mis recuerdos muertos, me dice que compre una botella de algo que parezca champaña, que vaya a una tienda de delicateses a comprar aunque sea un panetone, que vea en la televisión como celebran la llegada del año nuevo en Sydney. Que no me deje opacar por el status quo, el stablishment, el mainstream y en un acto de resistencia cultural sin precedentes me compre unas pantaletas amarillas.