lunes, enero 26, 2009

Una gran mentira


Mi vecina es editora de autobiografías. Me alegré al escucharla, al ver la autobiografía que editó y le comenté que yo había escrito un libro, pero de ficción.

- Bueno -me dijo- toda ficción es autobiográfica y toda autobiografía es ficción, ¿verdad?

- Claro - le dije, y agradecí a todos los santos del universo el hecho de que ella no pueda leer en mi idioma, para que no vaya a creer que lo que cuento en mi libro es mi vida y no ficción y me terminen expulsando del vecindario....jajaja!

Si bien es cierto que uno está en lo que escribe, incluso cuando escribe la biografía de otros -como dice mi querido Amos Oz de una forma más elegante-, la relación que uno espera que el lector encuentre es la que ata lo leído a quien lo lee, y no a quien lo escribe, para seguir con Oz, quien por supuesto lo dijo de una forma más clara, usando el ejemplo de la novela como foto de feria, del que ya he hablado antes.

En general, la gente cree (o quiere creer) que lo que lee es parte de la vida del escritor y muchas veces sólo se reconoce en lo que lee, si el escritor es su amigo o conocido. El colmo fue una amiga mía quien creyó reconocerse en un pasaje de la cuarta página de mi libro. Y no avanzó más de allí, tiró mi libro contra la pared y corrió enseguida al teléfono para llamarme (una llamada interestelar, desde el otro lado del océano) y preguntarme si ese paseo por "El Calvario" era el de ella.

- Si y no - le dije- ¿o es que crees que eres la única a la que se le ocurre subir las escaleras de "El Calvario"? Sigue leyendo, mijita, para que veas que no eres tú.

Entonces pensé que puede que se me avecine una pesadilla cuando cualquiera de mis amigos "se reconozca" en esas páginas o, peor, me pretenda reconocer a mí misma. O en vista de que no se reconoce en ningún personaje, se sienta excluido y por tanto me odie o me deje de hablar.

(Pero no es para tanto porque nadie me lee y mi libro se está muriendo de moho en unas cajas, muy lejos de mí)

A mí me gusta la idea del texto como tejido, que no es nada que se me haya ocurrido a mí, sino que viene de la misma etimología de la palabra. Y lo que me gusta de tejer es mezclar diversos tipos de hilos. Mezclar verdades y mentiras. Muchas verdades que no tienen nada que ver la una con la otra, hacen una gran mentira. Sea ese mi lema.

En honor a la ficción, todo surge de lo que nos rodea, pero toma rumbos nuevos. Se desprende de nuestra matriz, como un hijo, y nos abandona.

Yo tengo la teoría de que estamos en un proceso de involución de los postulados postmodernos. La posmodernidad dijo, Manu Chao de fondo, que "todo es mentira en este mundo". Tras ese "desencanto", reapareció con mucho más fuerza la "manía de realidad", de verdad –verdadera (ya saben: reality shows, blogs, facebook, autoficción, autonovela) que se me ocurre caracteriza a la época en que vivimos. Hoy en día la gente prefiere leer autobiografías. Las leen buscando encontrarles un dato falseado, así como leen ficción buscando la coincidencia con la vida real y verdadera del autor.

Es esa manía que los teóricos de la posmodernidad creían derrotada, la que gobierna el gusto literario general, no sólo del que lee, sino del que escribe. Al ansia de verdad de la era afterpostmodernidad, algunos escritores han respondido con la llamada autonovela, que no es más que la mezcla de autobiografía y ficción. Así ha sido definida, como si uno pudiera en verdad estar seguro de la diferencia entre hechos verídicos y hechos ficticios. Ni siquiera el autor dentro de sí puede saberlo, porque la memoria recuerda lo que quiere y como quiere. Para mí, autoficción, autobiografía, novela o autonovela son distintas aristas de un solo y único concepto: ficción.

Todo sigue siendo mentira en este mundo. Pero Saer, ya saben, dice que por el simple hecho de existir, todo relato es verdad. Hay una verdad textual, ¿intradiegética?, que sigue su propio ritmo, respira su aire y poco le importa lo que está fuera de ella.

Por esa manía de destronar lo narrado, de creerlo real-verdad-verdadera, los gringos andan diciendo que Roberto Bolaño era heroinómano porque leyeron un cuento en el que Arturo Belano (su doble) estaba desintoxicándose de heroína. Y como ese, miles de exabruptos. ¿Dirán de Piglia que es un fracasado porque su doble (Emilio Renzi) es un periodista y escritor de media monta, asiduo a "Los 36 billares" y a toda mujer loca como la Coca o Lucía Joyce? Bueno, ya dicen que es misógino porque en sus novelas hay muy pocas mujeres, y , eso sí, muy locas o muy borrachas las pocas que aparecen en sus líneas.

Dicen algunos críticos que "la autonovela es una salida a la crisis de la novela" , pero yo no estoy de acuerdo. Primero que nada porque ya basta de hablar de la crisis de la novela. La novela está en crisis desde hace mil años y no se termina de morir nunca. Y segundo porque la autoficción no es un recurso novedoso para evitar su extinción, porque existe desde tiempos inmemorables, cuando un anónimo – como ha dicho un estudioso mucho más culto que yo- contó sus peripecias en el Lazarillo de Tormes o cuando, se me ocurre, los cronistas de indias inventaron el género de viajes, reseñando el paisaje alucinante del nuevo mundo.

Lo que si es verdad es que hay una moda autoreferencial que comenzó con la metaficción: la mayoría de las novelas de una época hablaban de su propia construcción; ahora cuentan la vida (exagerada y retocada) de un personaje que lleva el mismo nombre del autor (o un alterego identificable con el autor). En muchas hay un personaje-escritor narrándose a sí mismo y a su texto, contando sus lecturas, hablando de sus otros libros.

Lo más fácil del mundo es narrarse uno mismo. La autonarración. El onanismo: esto soy yo, esto lo que leo, esto lo que he vivido. De allí la proliferación de blogs en la red. Pero, ¿un bloguero podrá en verdad enfrentarse al hecho de escribir una novela? –me pregunto y me respondo: claro que sí, en caso de que se decida por el último grito de la moda: la autonovela.

Y como la gran mayoría de las novelas andan en esa onda, no es raro entonces que el lector en general sienta que lo que lee es verdad.

Yo temo que algún día algunos hombres me persigan con un cepillo cilíndrico para que les haga "el favorcito", luego de leer uno de mis cuentos. (un chiste para mí misma, un autochiste)

lunes, enero 19, 2009

¿Una CNN bienintencionada?


Mi hija me dijo que estos días eran muy buenos, muy divertidos. Justo estos días en que el mundo se viene abajo y que hemos estado encerrados en casa tratando de que no nos caigan sus astillas (las del mundo, digo) . Primero me dio un cierto escalofrío, luego me sentí como una versión femenina de Roberto Bellini en "La vida es bella", pero con menos tragedia, claro. O, bueno, con mucha tragedia, pero del lado de allá.

Los padres terminamos manipulando la realidad a nuestra conveniencia, pienso ahora con igual escalofrío. Puede que seamos otra institución de control y vigilancia, otro invento mediático, otro estado dictatorial manoseando imágenes y situaciones, no sé. Una CNN bienintencionada mostrando sólo la nariz rosada del monstruo. En mi caso fue sumamente simple: jugar mucho, no poco parque, comer más chucherías que de costumbre. Mientras los ojos son pequeños, se puede tapar el sol con un dedo. Y a mi qué me importa adoptar los métodos de un estado claustrofóbico, con tal de que mis niños no se enfrenten al resto del monstruo.
Así como yo escamoteo realidades, pero con no tan buenas intenciones, cada quien y cada cual nos muestra sólo lo que le conviene. Aquí, allá. En guerras, en dictaduras. Lo que más me hastía de ese juego es el querer señalar la paja en el ojo ajeno. Ese insistir en que el otro es el que manipula imágenes o miente. Cuenta la sabiduría popular que cuando un hombre le reclama a una mujer porque le esta poniendo los cuernos, es él quien en realidad lo hace. Así, infieles son todos los que nos pretenden señalar que la versión del contrario es incorrecta.

Por otro lado, Saer arremete con "por el sólo hecho de existir, todo cuento es verídico" y yo le creo. La realidad está llena de relatos contrapuestos pero verídicos, y eso es lo que la complica.

Se me ocurre que en la post-postmodernidad, es decir, ahora, a la gente le ha entrado una manía de realidad, de una verdad verdadera que se traduce en una reproducción infrenable de reality shows, blogs en los que un yo se muestra "sin tapujos", guerras televisadas, novelas autobiográficas y autoficciones. De allí esa manía de defender versiones como si fuesen banderas.

Yo también defiendo la versión que inventé para mis hijos. "Son días difíciles- les dije- porque este país no entiende al país vecino, pero pronto pasarán". A mi hijo ni le interesó este argumento, ocupado en chupar una enorme chupeta. Mi hija me dijo: "ojalá pase pronto esta peleadera" y siguió jugando.
P.S. Le cambié el título a este post porque me harté de que me llegara gente que buscando otra cosa que no tiene nada que ver ...

jueves, enero 08, 2009

¿Desvío 4?



Me encontré por casualidad con esta crítica a los desvíos "innecesarios" en un blog semiabandonado de crítica a la narrativa venezolana contemporánea llamado "A. Perdomo C.A.". Digo "semiabandonado" porque les lleva siglos escribir un post, cosa que en el mundo bloguero es imperdonable, a mi juicio. Y yo, evitando meterme en páginas de periódicos llenas de las malas noticias que están ocurriendo más allá de mi ventana, me puse a revisar bitácoras llenas de telaraña.

Desviándome, como siempre.

He aquí lo que dicen:

"¿Cómo lograr que los desvíos sean, en verdad, necesarios, que la obra los exija y que estén allí porque de no estarlo pondrían en peligro la firmeza de la estructura narrativa y podrían dar lugar, en el peor de los casos, a que lo que la novela ha logrado, levantado y sostenido se derrumbe ante el primer viento contrario? Es una pregunta que se han hecho grandes novelistas. En las novelas de Dostoievski, Flaubert, Camus o Conrad; en las de Onetti, García Márquez, Guimaraes Rosa, Vargas Llosa o Bolaño; en las mejores, para no ir muy lejos, de Carlos Noguera, José Balza o Ana Teresa Torres, en poéticas de la novela tan disímiles, los desvíos dejan de ser tales. Las tangenciales devienen arterias básicas para el tránsito o la circulación del relato, para el desarrollo limpio, orgánico y eficaz de la trama principal. Las historias menores pierden su carácter de historias menores y en algún punto se confunden con la historia mayor, se convierten en un mismo cuerpo, que ya no sólo funciona a golpe de corazón y cerebro, que tiene conciencia de que los pulmones, el hígado, el páncreas o los riñones son igualmente importantes para que el cuerpo viva y no se apague a ratos, en días invernales o páginas de sobra, lo que nos mueve y emociona y nos permite existir."

No sé que entienden por desvíos necesarios. Creo que ningún desvío es absolutamente necesario y que una novela no obligatoriamente debe ser un artefacto en el que todo cuadre perfectamente, un relojito bellamente armado, una maquinaria perfecta. Creo en cierta anarquía que gobierna las páginas de novelas como "2666" o "Los detectives salvajes", de Bolaño, a quien me resulta difícil asociar con "un desarrollo limpio, orgánico y eficaz de la trama" y no por eso deja de encantarme. No me imagino a Onetti queriendo escribiendo desvíos necesarios. O por lo menos pensando en cómo hacerlos necesarios.

Los desvíos, a mi juicio, son un devenir inevitable de una historia que crece hacia todos lados. Una historia metastásica. ¿Necesarios o innecesarios? ¿Qué importa? Lo importante es el placer de contar historias, o como diría mi querido Piglia: la pasión pura del relato. Creo.

Bueno, pero yo no he leído la novela a la que se refieren los señores de ese blog, y probablemente lo que quisieron decir es que en ese caso se trata de "relleno" más que de desvíos.

Ojo: no confundir relleno con desvío.

martes, enero 06, 2009

Prohibidas las conglomeraciones II


III

Siempre me creí una outsider, marginal hasta la médula. Siempre me vanaglorié de ello. Puedo vivir -me dije- sin los otros. Puedo llevar la contraria a todo, rehuir a la norma, encerrarme en mi torre hasta nuevo aviso. Pero ya saben: baste que una voz por encima nuestro prohíba salir o reunirse con los demás, para que uno quiera ser nombrado presidente de la junta vecinal y organizador de la fiesta de carnaval.
En los últimos días, tal vez una semana, mi vida ha transcurrido entre las paredes de mi casa, lavando platos o preparándolos, corriendo en dos ocasiones al refugio tras escuchar la sirena, inventado juegos con mis niños. Las noticias nos llegan de refilón, las marcas en el cielo que dejan los aviones que van o vienen de Gaza, las explosiones de allá o de acá, el hermano de alguna amiga que está en "el frente", la sirena, etcétera. Llevamos nuestro encierro dignamente: comemos más que de costumbre, inventamos más que de costumbre, jugamos. En líneas generales estamos bien en esta reclusión, pero hoy me di cuenta que de outsider no tengo tanto, que me hace falta hablar tonterías con otros, incluso desconocidos, que las conglomeraciones son necesarias para vivir. Hoy fuimos a jugar con otros niños en un refugio público, de esos que hay por todas partes en este kibbutz y que yo pensaba que nunca tendría necesidad de visitar. Qué gusto estar con otros, qué maravilla escuchar a las otras madres hablando tonterías. Mis hijos no paraban de correr, no sabían ya con qué jugar, qué comer, qué gritar. Y yo en medio de todas las madres en una conversación a gritos y a ecos, fragmentada y entrecruzada, llena de cosas tontas y cosas graves por igual. Como corolario, en otro refugio se presentaba un grupo de músicos que andan por la zona animando a la gente y que, para mi mayor alegría, cantaba esas canciones que me gustan y sobre todo ésa, la de Arik Einsten.
Ya sé, soy tontísima, caigo en el pan y circo con una facilidad pasmosa, pero que alegría cantar con todas esas madres, esos viejos, esos niños, esos perros (porque hasta eso había) las canciones de utopía que me gustan (y otras) Aunque se trate de una falsa alegría y aunque un refugio sea lo que nos congregue.

viernes, enero 02, 2009

Prohibidas las conglomeraciones

I

Con todo lo que pasa, y porque no me gusta hablar de política ni guerras en mi blog, me iba a abrir otro destinado a tal fin. Le tenía un nombre "Prohibidas las conglomeraciones", que fue lo que más me chocó de las instrucciones recibidas por lo que vendría a ser la "Guardia Nacional" de este lado del mundo. Pero en qué tiempo puedo ponerme a escribir casi nada si me la paso disimulando la "depre" ante mis niños, inventándoles algo que hacer en este encierro, viendo las noticias muy de vez en cuando, cuando ellos no miran. Escucho la radio mientras cocino, pero de la radio es fácil desconectarse e irse (desviarse) por los recovecos de la mente con el zumbido de las voces como música de fondo, ronroneo mal sintonizado. A veces pongo las noticias mientras lavo los platos, pero me pierdo entre los geranios de mi ventana, viendo la soledad de la calle y la belleza del campo que nos rodea. Cipreses a lo lejos, cultivos, cielo gris y rosado, luz blanca de invierno. Increíble el infierno a 10 kilómetros de esta soledad. Cuando regreso, la radio emite los pronósticos del tiempo, se esperan días muy fríos y yo nuevamente me perdí las noticias.

De todos modos las noticias se pueden leer en las explosiones lejanas. De ésas, difícil abstraerse, se cuelan por las rendijas de las ventanas y estremecen los cristales. Si alguno de mis hijos las percibe, a veces están en sus juegos y nos las oyen, pero cuando las perciben digo "parece que va a llover, preparen los paraguas".

Hoy en la mañana, otra vez lavando platos frente a mi ventana, escuché a un locutor en la radio hablar de una biografía de Arik Einstein que acaban de publicar. Arik Einstein, dijo el locutor, un cantante legendario que representa ese Israel que perdimos, ese país lleno de buenos hombres, con no menos buenas intenciones, que querían construir una nación, ese Israel de nuestros padres, hoy tan lejano. Dijo más, pero esto es lo que recuerdo, entonces puso una canción que desde que la escuché por primera vez me ha llenado de una oscura tristeza.

"Tu y yo cambiaremos el mundo/
tu y yo y después vendrán todos los demás/
Ya han dicho eso antes que yo/
no importa, tu y yo cambiaremos el mundo/
Tú y yo comenzaremos desde el principio/
Nos será difícil pero que importa, no es grave/
Ya han dicho esto antes que yo/
no importa, tú y yo cambiaremos el mundo"


Arik Einstein

II

Todos los miércoles solía llevar a mi hija a la clase de ballet en un pueblo cercano. Digo "solía" porque con el asunto de que uno no se puede conglomerar, congregar, juntar con otros, este miércoles no fuimos, no hubo clases. Llevaba yo a mi hija a la clase de ballet, decía, en mi carrito viejo y sin licencia para conducir. Atravesábamos los campos por una carretera que sube y baja colinas y lechos secos de ríos. Todo olía a repollo, a lechuga, a campos sembrados, a la sección de vegetales de los supermercados, a mercado lleno de perejil y cilantro. Mi hijo iba viendo trenes fantasmas y mi hija contaba todo tipo de historias que yo escuchaba a medias porque el carro suena como un helicóptero y porque siempre llevo sintonizado en la radio un programa que estoy segura que nadie de mi edad en este país oye: uno de canciones de los 50 o 60. Las canciones de esa época hablan de un país que se estaba haciendo con las uñas, con esfuerzo y guerras. También había guerras entonces, pero eran de otro tipo porque .... no sé que escribir... No escribo nada. Las canciones, decía, pensaba mientras subía y bajaba con mi carrito en medio de las voces de mis hijos, dejaban ver entre líneas una necesidad de tierra, de país, de nación, de algo que conglomerara a gente que andaba sin rumbo por el mundo, del timbo al tambo, perseguidos, atormentados, maltratados. Humillados y ofendidos, llegaron aquí y cantaron canciones de patria, de tierra, de manos agarradas en orgullosa congregación. A mí esas canciones me gustan porque me recuerdan al Israel que me simpatiza: ese que era un sueño de perseguidos y sobrevivientes del gas y los pogroms. Y cuando atravieso esa carretera en medio de un urgente olor a cilantro o a repollo, me siento en esos años en que se armaron los kibutz, ese sueño socialista. En esos días en que llegaban los barcos llenos de manos para sembrar. Los años de la escasez y del bloqueo, que Amos Oz cuenta con lujo de detalles en algunos de sus libros, cuando la gente comía pan con ajo, mucho ajo para que les quedara en la boca la sensación de haber comido carne.

A veces pienso que Israel fue un país que duró 20 o 30 años y que este espacio en el que vivimos ahora es un limbo signado por la necedad. Un reino de necios. Una máquina de producir odios. Ese Israel que armó esa gente duró tan poco, por eso esas canciones y ese paisaje me afligen profundamente.

No sé de qué fecha es la canción de Arik Einstein, debe ser de los últimos años en que ese sueño existió.

Tu y yo cambiaremos el mundo y luego vendrán los demás, dice. Hoy, sin embargo, están prohibidas las conglomeraciones.