tag:blogger.com,1999:blog-336836482024-03-07T01:02:53.829-08:00memorias y avatares de una madre intelectualde la maternidad filial a la conceptual y viceversaLLhttp://www.blogger.com/profile/07717215979618911734noreply@blogger.comBlogger123125tag:blogger.com,1999:blog-33683648.post-1029077451196229582012-11-27T22:39:00.000-08:002012-11-27T22:40:13.072-08:00A mis 36 lectores<div style="border-bottom: medium none; border-left: medium none; border-right: medium none; border-top: medium none;">
<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjpeXJelpYHxld5qWjBtxQIWR2ud_PkYsLS_XSKmZjsxyjc3PPQB1R20Nqp5UiYpGIaJ-U3G0__kBCQv9gPGE5QXAt1q2TNokL-dSvcmyTElyQo9JuZccAT0yWzM_OkL_pIzaaMVw/s1600/despedida.png" imageanchor="1" style="clear: right; cssfloat: right; float: right; margin-bottom: 1em; margin-left: 1em;"><img border="0" height="400" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjpeXJelpYHxld5qWjBtxQIWR2ud_PkYsLS_XSKmZjsxyjc3PPQB1R20Nqp5UiYpGIaJ-U3G0__kBCQv9gPGE5QXAt1q2TNokL-dSvcmyTElyQo9JuZccAT0yWzM_OkL_pIzaaMVw/s400/despedida.png" tea="true" width="257" /></a>Queridos 36 lectores!</div>
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Acabo de guardar en el borrador todas las entradas correspondientes a mi abecedario porque quiero convertirlas en otra cosa. Todavía no sé en qué! </div>
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También acabo de decidir que no seguiré escribiendo por aquí, sino en mi otro blog: </div>
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<a href="http://lilianalara.wordpress.com/">http://lilianalara.wordpress.com/</a><br />
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Los abrazo y les agradezco sus lecturas y comentarios.</div>
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<br />LLhttp://www.blogger.com/profile/07717215979618911734noreply@blogger.com2tag:blogger.com,1999:blog-33683648.post-47416522421367069652011-07-11T12:53:00.002-07:002011-07-11T13:01:08.150-07:00Un dechado de verdades<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhAXu1IwFz2jSB0iGatJn_YfLatflWldN_VjhIyqk9ee-1F-lfRxFy08NSVCplfjV1QbQeSrqhpZvxVb0sPRIYWCfanzkC8I_26IWxzmT8-YRKqBShXl7ZoeJT8u71sxv2tKw5yGg/s1600/verdades1.jpg"><img style="MARGIN: 0px 0px 10px 10px; WIDTH: 400px; FLOAT: right; HEIGHT: 400px; CURSOR: hand" id="BLOGGER_PHOTO_ID_5628187044172579922" border="0" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhAXu1IwFz2jSB0iGatJn_YfLatflWldN_VjhIyqk9ee-1F-lfRxFy08NSVCplfjV1QbQeSrqhpZvxVb0sPRIYWCfanzkC8I_26IWxzmT8-YRKqBShXl7ZoeJT8u71sxv2tKw5yGg/s400/verdades1.jpg" /></a><br /><br /><div>I<br /><br />En el mar, mi hijo estaba tan alegre que en medio del tira y encoge de las olas me hizo una confesión:<br /><br />- Mamá, hoy sólo he dicho una mentira.<br /><br />Se merecía el mar, entonces, por haber mentido sólo una vez. Sus ojitos azules, dos marcitos chiquiticos, me miraban esperando que me pusiera contenta porque ése era día de una mentira única, tal vez mínima, sin importancia. Se merecía el mar, entonces, mi hijo por haber dicho una sola mentira y , por si esto no bastara, confesarlo.<br /><br />Yo, indignada, me detuve en seco y casi detengo en mi asombro al mar con sus olas y medusas. Yo, aplastada por la verdad de un hijo mentiroso, dije:<br /><br />- ¿Qué? Es decir que tu dices muchas mentiras cada día.<br />- Sí, claro- sus ojitos azules, dos oceanitos, desfachatados.<br /><br />Yo, que no soy una gran madre y si una desaprovechadora de oportunidades, me despaché con un discurso sobre la importancia de decir la verdad, sobre esa teoría de que una mentira lleva a otra mentira y a otra y a otra y que al final ocurre una gran catástrofe. Y rematé, por supuesto, con Pinocho.<br /><br />Es que a veces me comporto como una madrecita de aquellas que hablan de cocos, con moralejas vencidas y repetidas a lo largo de generaciones.<br /><br />Yo, la tonta, me perdí en un discurso que a mi hijo ni siquiera le interesó, que no escuchó por el sonoro vaivén de las olas.<br /><br />Yo, la absurda, no pregunté lo que debía preguntar: "hijito: ¿cuál fue esa única mentira que dijiste hoy?"<br /><br />Cuando caí en cuenta de mi error, ya era demasiado tarde. Dos días luego del episodio, no podía yo preguntar cuál había sido la única mentira que había dicho mi niño aquel primer día de playa de este verano.<br /><br />Hay preguntas que sólo pueden ser formuladas en un momento justo y fugaz. Si no lo hacemos, perdemos la oportunidad para siempre.<br /><br /><br /><br /><br />II<br /><br />Una mañana antes de las vacaciones de verano, noté que mi hija comía hundida en el plato de cornflakes. No levantaba la cara, apenas los ojos se despegaban con esfuerzo para mirarme y responder a mis preguntas.<br /><br />Yo hablaba y preparaba la lonchera. Le preguntaba si comería una manzana, si prefería llevarla cortada, si quería el pan aplastado en la sanduchera o lo prefería al natural. Ella respondía sin levantar la cara del plato. La boca llena.<br /><br />Entonces me acerqué y le puse una mano en la barbilla y le alcé la cara.<br /><br />Tenía dos círculos brillantes de escarcha y rubor en los cachetes. Parecía una muñeca, bellísima, de porcelana. Dos círculos de un fucsia oscurecido por el rubor de la vergüenza.<br /><br />- ¿Te maquillaste? – le pregunté.<br />- No, es que abrí el estuche y se me cayó un poco el rubor.<br />- Las cosas no caen hacia arriba – dije y ya iba a comenzar mi discurso sobre la verdad y la mentira que indefectiblemente culmina con el pobre Pinocho, pero me detuve. Y detuve todas las olas y las medusas imaginarias que me rondaban y se regodeaban con mi indignación por el terrible descubrimiento de unos hijos mentirosos. ¿Acaso yo soy un dechado de verdades?<br /><br />- Hijita – le dije- puedes maquillarte si quieres, pero no para ir a la escuela porque no dejan… - le quité el exceso de colorete, pero le dejé un poquito, que se veía tan bella mi muñequita.<br /><br /><br />III<br /><br />Somos un mar de mentiras, qué se le va a hacer.<br /><br />Somos caritas maquilladas para ir a la escuela. Mentiritas inventadas para distraernos.<br /><br />Niñas con ganas de maquillarse. Niños que inventan historias. Eso es todo.<br /><br />¿Por qué me tengo que indignar ante las mentiras de mis niños, prever adolescencias turbulentas, darme golpes de pecho, machacar la moraleja pinochesca?<br /><br />¿Acaso uno -que ni siquiera conoce sus propias verdades- debe conocer todas las verdades de los hijos?<br /><br />¿Acaso yo soy un dechado de verdades? </div>LLhttp://www.blogger.com/profile/07717215979618911734noreply@blogger.com5tag:blogger.com,1999:blog-33683648.post-22720512398323975182011-06-14T11:41:00.009-07:002011-06-15T11:30:11.447-07:00La gracia del emperador de China<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEihCR22Y62T0ltrbUfpnYUJBlYfkie6wMTN-B-FHplALfJTGwM9ePbeY18j8xrMIwWdiuJK4fXQQ01AQ1C5YRZnNuJNLM-9yhX0Zgs619-GxSSjdtaRH-DXrBLv2aZdrr5ckriA_g/s1600/vodka.jpg"><img style="MARGIN: 0px 0px 10px 10px; WIDTH: 200px; FLOAT: right; HEIGHT: 400px; CURSOR: hand" id="BLOGGER_PHOTO_ID_5618148714444891906" border="0" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEihCR22Y62T0ltrbUfpnYUJBlYfkie6wMTN-B-FHplALfJTGwM9ePbeY18j8xrMIwWdiuJK4fXQQ01AQ1C5YRZnNuJNLM-9yhX0Zgs619-GxSSjdtaRH-DXrBLv2aZdrr5ckriA_g/s400/vodka.jpg" /></a><br /><br /><br /><br /><div align="justify">Cuando me acerqué a él, me abatió un olor a vodka pura. Pero no a una copita de vodka tomada de un trago seco antes de entrar al examen para perder miedos o entonarse, sino a una garrafa del tamaño de una bombona de gas, un botellón inmenso, intenso. Intensísimo era aquel olor y yo no me podía concentrar en la pregunta, sino en su carnet puesto sobre la mesa, en la foto suya con pelo más largo, más barba, menos olor a vodka –supongo-, su nombre completo, su número de identidad, su carrera: cine. El estudiante de cine me preguntaba no sé qué cosa, algo que no entendía del examen de español que estaba presentando en ese momento y yo sentía que naufragaba en ese aliento. Hay alientos peores, eso sí – pensé antes del naufragio y respiré profundo en la transparencia alcohólica que salía de esa boca junto a una pregunta que ya –sinceramente- no quería yo responder. Sin entender, le dije que si le respondía, entonces sería como si yo misma respondiese el examen. Y me alejé por el pasillo, mirando las otras caras desfiguradas por la vodka mañanera o por el retalín. O ¿sería sólo sueño? ¿Aburrimiento? Los demás estudiantes contestaban sus exámenes sin preguntarme nada, y yo trataba de adivinar quien se había metido "algo" antes de venir a la prueba y quien no. También recriminaba mentalmente al estudiante de cine: mijito querido, si vienes a un examen de español, el botellón inmenso tiene que ser de tequila y no de vodka. O de ron. O de aguardiente. Al menos esa decencia para con esta lengua.<br /><br />La semana pasada estuve sentada en los pupitres y no frente al pizarrón en un curso que estoy tomando. Allí una chica particularmente guapa e inteligentísima me confesó que la única manera de inspirarse y participar felicísima en esa y otras clases era meterse algunas pepas de retalín. Era su única manera, me dijo, de escribir unos ensayos brillantes, presentar exámenes perfectos, ser la primera de la clase. Que no se lo habían recetado, pero lo conseguía fácilmente. <em>Corre como chicle en épocas de exámenes</em>. Era brillante, aquella chica y hoy, que he <a href="http://www.analitica.com/bitblio/rsucre/mandarin.asp">perdido la gracia del emperador de china</a> – como dice ese poema de Ramos Sucre- me provoca salir corriendo a buscarla para que me convide.<br /><br />En lugar de retalín, mis querido alumnos, deberían meterse hongos o yopo, para entrar en concordancia al menos con Latinoamérica. Pienso eso y paseo en silencio entre ellos, los veo escribir sus exámenes, y me pregunto quién sí y quién no. Contesto algunas preguntas sumergida en alientos que no huelen a nada, la verdad. Sólo a chicles y a chocolates o verdaderamente a nada. Esas caras que tienen son sólo de sueño, me parece, y soy yo que estoy borracha por haber respirado la vodka aérea que se remonta en aquel aliento. Vuelvo a ella, le pregunto a esa boca si todo está bien. La boca contesta que si y me brinda otra copa. Juro que es vodka, aunque no sé por qué estoy tan segura. Es también el olor de esos viejos borrachos que se quedaban toda la noche en vela en las plazas de los pueblos, o en las playas, contando unos cuentos inverosímiles.<br /><br />No supo de vodkas ni de pastillas, Ramos Sucre cuando escribió ese verso que me revolotea alrededor de la cabeza en estos días: <em><strong>Yo había perdido la gracia del emperador de China</strong></em>. Yo la he perdido, si señor. Debe ser algo que se pierde cuando uno se va acercando al cumpleaños número cuarenta. Esa cifra nefasta en la que precisamente Ramos Sucre supo de veronal y suicidio. Yo no soy tan dramática, ni tan poética, yo duermo a pata suelta todas las noches y también algunos mediodías. Cuando estoy trsite, me conformo con hartarme de Nutella. Yo he perdido la gracia del emperador de China, pero no me importa porque la tuve levemente. Fue un clic del <em>mouse</em>, un "<em>send</em>", un "<em>I like</em>" de facebook. Luego se fue por donde vino. La gracia etérea de los pequeños triunfos imperceptibles, esos que no quedan registrados en <em>google</em> y por lo tanto no hay manera de demostrarlos. Ni vodkas, ni pastillas, ni veronales, ni poemas. No soy una poeta: tan sólo un ama de casa que escribe o cuenta chismes.<br /><br />Ayer, pero hace 81 años, Ramos Sucre estaba tirado en un piso de mosaicos, muerto a punta de Veronal. Acababa de cumplir 40 años. Eso lo recuerda uno de mis personajes, cuando cumple 40. Cómo no lo voy a recordar yo!<br /><br />Qué vida tan desdichada la de los verdaderos poetas. Como no recordar también a la pobre Pizarnik. Las cosas que tendría en su cabeza. Las cosas que se metía. ¿También veronal? La verdad, hace años que no la leo y si la tengo presente es por aquella novela de sintaxis castrada de Cristina Rivera Garza, <strong>La muerte me da</strong>. Me encanta cuando la lengua en la que está escrita una novela se amolda a la historia. Para crear un mundo hay que crear una lengua. Suena a algo sabido, pero pocas veces ocurre en la práctica. Novelas que quieren crear mundos, pero repiten lenguas. Aplastan lenguas. Punto y seguido y verbos sólo en pretérito indefinido para cualquier historia. La rapidez narrativa – la llaman. Yo creo que es aplastamiento. Abulia.<br /><br />Yo no soy poeta, ni dramática, aunque haya perdido la gracia del emperador de China y me imagine a mis estudiantes atapuzados de vodka, o de retalín, o de ambas cosas para poder pasar el examen.<br /><br />Lo único que quisiera es sentarme a escribir en las mañanas y jugar con mis hijos en las tardes. Pero debo pasar este verano escribiendo sobre literatura, cuando la verdad es que la cabeza me hierve de historias que van saliendo las unas de las otras. Escribiría un libro de cuentos en estos tres meses, pero debo escribir sobre objetivos específicos y generales. Metodología. Marco teórico.<br /><br />El problema no es que pronto vaya a cumplir cuarenta años, sino que a tal avanzada edad uno debería estar haciendo sólo lo que le da placer.<br /><br />Probablemente la cosa no sea que tuve aquella gracia, sino que creí tenerla.<br /><br />Algunas caras ahora brillan. Se dieron cuenta de que el examen era tal cual les dije. El estudiante de cine se ríe. No es la vodka mañanera, sino la certeza del cien. </div>LLhttp://www.blogger.com/profile/07717215979618911734noreply@blogger.com2tag:blogger.com,1999:blog-33683648.post-54640009095024716332011-05-13T11:49:00.002-07:002011-06-15T11:45:26.621-07:00Camisa de fuerza para las volutas<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEg5rRElh8dxeFIdt8l0i3fwum56fcQJEGCsJeUDqbdPifcappsvSH5SPrnxIkk1QvJaCVxBK-0LQr6PVsmoFMQXuk8fVg65wSSd5Kz2Oq-8kFJZm5VGS9dgWlyzuA99Wj6c16eU6Q/s1600/bluyines.jpg"><img style="MARGIN: 0px 0px 10px 10px; WIDTH: 400px; FLOAT: right; HEIGHT: 267px; CURSOR: hand" id="BLOGGER_PHOTO_ID_5606279764235287570" border="0" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEg5rRElh8dxeFIdt8l0i3fwum56fcQJEGCsJeUDqbdPifcappsvSH5SPrnxIkk1QvJaCVxBK-0LQr6PVsmoFMQXuk8fVg65wSSd5Kz2Oq-8kFJZm5VGS9dgWlyzuA99Wj6c16eU6Q/s400/bluyines.jpg" /></a><br /><br /><br /><div align="justify">He aquí que tenía que pedirle otra talla de pantalón a la vendedora. Comencé a decir el número, pero ella me vio las caderas y me lo completó: 40! Muy segura ella de sí misma y de su ojo clínico para reconocer el grosor de unas caderas. No, mi amor – le dije. Bueno, le hubiese querido decir "mi amor", incluso hubiese dado un ojo de la cara por decirle: "miamol" , pero lo que dije fue "ahuvatí" que es la traducción de "mi amor" a esta lengua y que jamás se usa para dirigirse a una persona que no se conoce, sino a un verdadero amor. Pero como en mi lengua y en mi tierra se dice "mi amor" en múltiples casos, lo usé y punto. En este caso mi "mi amor" (mi "ahuvatí") era de indignación. No, mi amor – le dije- Aquí donde tu me ves, yo me voy a meter en una talla 36. La chica, que tenía la suerte de tener unas caderas rígidas y masculinas, levantó las cejas y me volvió a tasar las caderas. Casi estuvo a punto de decirme que si explotaba el pantalón, lo tendría que pagar, pero quedó sobre entendido en la mueca que se formó en sus labios. Tampoco quería perder un cliente, así que fue a buscar el pantalón talla 36.<br /><br />Una vez en el vestidor hasta yo misma dudé de que me sirviera tal pitillo -de talle alto para más complicaciones-, pero con toda la experiencia adquirida en años de usar bluyines apretados, me metí ese pobre pantalón a como dio lugar. La tela era estrech, en todo caso, y como diría mi hermana: esa tela aguanta todo. Salí triunfal de la casilla estrecha que servía de medidor y busqué con la mirada a la vendedora de caderas felizmente masculinas. Me vio y se acercó a mí con una sonrisa: ¿Qué tal te queda? –preguntó- como deseando que cuando yo por fin pudiese hablar saliera un botón disparado por los aires. Me queda perfecto, ahuvatí – le dije. Me miró las caderas embutidas y se sonrío como dándole pocas horas de vida al casi desahuciado pantalón. Soy latina, mi querida – le expliqué - ¿Cuándo has visto tu a una latina que no ande apretada? Supongo que sí – dijo ella- Jennifer López …. Dejó el comentario suspendido y la verdad es que ya yo no la estaba escuchando porque entonces recordé que más que latina soy de un pueblo lluvioso donde todas las mujeres van encajadas en bluyines, que probablemente en otra parte del continente sudamericano no sea así, pero allá sí que lo es. Mujeres embluyinadas día y noche. Bluyines una talla menos de la correcta. Algunas ni se pueden sentar, enterizas, con esa camisa de fuerza para los pliegues, las vueltas y las volutas. Un cinturón de castidad contra la gordura. Que si te pones tu talla de pantalón – reza la sabiduría popular de mi pueblo – enseguida la llenas. Mejor estar apretujada, sin posibilidades físicas de aumentar un solo gramo. Contenida la grasa, las redondeces.<br /><br />He aquí que me dirigí a la caja, convencida de estar llevando a cabo un precepto milenario, una tradición antiquísima, un homenaje a todas mis antepasadas y mis coterráneas. Pagué, orgullosa, como quien efectúa un rito: una vela puesta a mis santos, una flor a mis muertos, una bandera a mis preceptos, una oveja sacrificada a los dioses.<br /><br />Ahora el bluyín descansa en mi closet, esperando que las clases de zumba me hagan efecto y me lleven a perder aunque sea 100 gramos, porque la verdad ….</div>LLhttp://www.blogger.com/profile/07717215979618911734noreply@blogger.com5tag:blogger.com,1999:blog-33683648.post-82187866871294858122011-05-05T12:05:00.004-07:002011-05-05T12:25:20.622-07:00Sábato, los ciegos, la fobia<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEg3En8SGD2o4ix7UROGgPF-xuzzx0FU3fV_QaGKVcHaawzHhl7dMWXd4wvUpRlMKooeZNuC3Z_6HAvCNtmRoc17AX180nv8HvBGWBGYSR5S2jglaPcBpKfVCJrhejGZEkGzOJ8vRg/s1600/tuerto.jpg"><img style="MARGIN: 0px 0px 10px 10px; WIDTH: 400px; FLOAT: right; HEIGHT: 318px; CURSOR: hand" id="BLOGGER_PHOTO_ID_5603310961004798306" border="0" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEg3En8SGD2o4ix7UROGgPF-xuzzx0FU3fV_QaGKVcHaawzHhl7dMWXd4wvUpRlMKooeZNuC3Z_6HAvCNtmRoc17AX180nv8HvBGWBGYSR5S2jglaPcBpKfVCJrhejGZEkGzOJ8vRg/s400/tuerto.jpg" /></a><br /><br /><br /><br /><div align="justify">Huyo de los ciegos.<br />Siempre recuerdo a aquellos ciegos en la estación de Capitolio de hace mil años que supuestamente vendían lotería y baratijas, pero la verdad – según decían- era que robaban. O eran falsos ciegos. O trabajaban para un tuerto. <strong>O era sólo una leyenda urbana cuyo origen venía de aquel informe sobre ciegos que todos leímos a los quince años</strong>.<br />Recuerdo aquel "Informe sobre ciegos"<br />No podía uno leer aquello en la adolescencia y seguir siendo lo que se era. Era la campanilla de la ciega que vendía baratijas en la calle San Martín, frente a la plaza Mayo, que sonaba para despertarnos, para sacarnos de la leve gracia de la adolescencia atontada. Pero si nos hundimos en aquel oscuro informe fue también porque la gracia estaba ya quebrada de antes. Éramos miopes. Tuertos. <strong>Presentíamos la ceguera existencial y definitiva</strong>. Si escuchamos aquella campanilla fue también porque estábamos esperando un empujón para dar el paso allende.<br />Y justo se murió Sábato hace algunos días. <strong>Y entre la horda de adoradores póstumos y la horda de detractores postreros, a mi me dio por recordar el "Informe sobre ciegos", esa joya de la adolescencia, lo único que recuerdo de las clases de literatura de la escuela secundaria</strong>. Y una cosa me llevó a la otra. Recordé que huyo de los ciegos, que me dan pánico sus ojos vacíos, que muchas veces pasó por un instituto para ciegos y huyo de sus bastones. Paso en silencio extremo para que no me vean, para no chocar con sus manos que buscan, sus perros, sus preguntas.<br /><br />No recuerdo exactamente qué hacen los ciegos del informe de Sábato, pero sé que esta fobia viene de allí.<br /><br />Huyo de los ciegos, pero hoy mientras esperaba en un café cercano a aquel nefasto instituto apareció uno. Totalmente ciego. Porque los hay de todo tipos, pero éste era totalmente ciego. Iba buscando con su bastón. El bastón chocaba con las paredes, las mesas. Ojos sellados. Yo estaba lo más callada posible, respiración contenida, adelgazada, invisible. Pero aquel hombre me olió. No contaba yo con eso: el olfato. Y como no pude ponerme inodora, he aquí que el ciego me determinó. <strong>Chocó mis zapatos con su bastón y me preguntó: ¿Dónde estoy?</strong> En un café – le dije. ¿Es el café Vitamin? – preguntó. Sí – le contesté, porque en efecto era el café que él acababa de nombrar y me estremeció su desprotección. Una compasión profunda. Podría alguien decirle cualquier cosa. Darle cuatro vueltas y desubicarlo, sacarle la cartera, quitarle el bastón, cualquier cosa. El hombre abrió unos ojos sin cuenca y me pidió que lo pusiera en dirección al mostrador. Le agarré un hombro. Un hombro fofo porque aquel hombre era gordo. La camisa de cuadros, las axilas transpiradas, canas al lado de las orejas, piel porosa. Lo volteé con cuidado hacia la dirección que debía seguir. Y volví a mi silencio, mi reducción. Inodora no podía ponerme y tuve miedo de que volviera, de que me pidiera que lo sentara, que le pusiera azúcar a su café.<br /><strong>Huyo de los ciegos, de su indefensión, su desabrigo, su orfandad, su tiniebla</strong>. Tengo miedo de saber lo que miran, lo que huelen, lo que sienten. No me gusta que un extraño ponga su destino y su dirección en mis manos. Recuerdo a la ciega insomne de la tercera parte de <strong><em>El talento de los demás, </em></strong>de Alberto Olmos, quien seguramente no leyó el informe de Sábato, pero homenajeó sin proponérselo.<br /><br />Creo que en el fondo todos miran, como aquellos ciegos de Capitolio, y nos usan para un experimento social que todavía no puedo precisar.<br /><br />Aquel ciego llegó al mostrador. Luego, de mano en mano, fue sentado en una mesa contigua a la mía y comió en silencio una bureka y un jugo de naranja. </div>LLhttp://www.blogger.com/profile/07717215979618911734noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-33683648.post-35071696376347820472011-03-24T00:26:00.010-07:002011-03-24T01:17:53.546-07:00Bello el pie de la Kodama<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhViimq8io3ieK_VzyMoRr-V6G88ckmvRGzCVxxxJhTUYcYMLkzQZr-zD2dQZ0LH40TZGTMRNowJOK-9XZ_KERynPgKk6f0Q4L5PYp_Owqlh4HXHEWpTe-BtkESzBe7I-mIxQ_mNA/s1600/chinita.jpg"><img style="MARGIN: 0px 0px 10px 10px; WIDTH: 265px; FLOAT: right; HEIGHT: 400px; CURSOR: hand" id="BLOGGER_PHOTO_ID_5587545255834173730" border="0" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhViimq8io3ieK_VzyMoRr-V6G88ckmvRGzCVxxxJhTUYcYMLkzQZr-zD2dQZ0LH40TZGTMRNowJOK-9XZ_KERynPgKk6f0Q4L5PYp_Owqlh4HXHEWpTe-BtkESzBe7I-mIxQ_mNA/s400/chinita.jpg" /></a><br /><br /><div align="justify">"Bello el pie de la Kodama. Su zapato blanco y puntiagudo"<br /><br />Esa es la conclusión a la que llegué luego de un día corriendo de allá para acá, cuando finalmente me senté en primera fila y miré ese pie de niña japonesa. Pensé también que gran parte de la plata de Borges se debe haber ido en alguna que otra cirugía plástica en la cara rosada de su viuda. Su boca no tiene botox, eso sí. Es una delgada línea, un trazo breve y fino. Pero no hay cirugías para pies, no al menos que yo sepa. Y ese pie es eterno y delgado. Infinito y milenario. <strong>Un pie de niña japonesa. Un pie que no ha sido alcanzado por "el río numeroso de los años".<br /><br /></strong>Ella hablaba y yo miraba su pie calzado en un extraño zapato blanco. Puntiagudo. Me pareció ver en la punta una pequeña chapa metálica, mínima, cubriendo lo agudo o dándole más agudeza. Una cadenita plateada en su tobillo me dijo algo que todavía no entiendo. ¿<strong>Por qué María Kodama lleva una cadenita plateada en su tobillo?</strong> Un detalle mínimo, reservado para quien como yo se dedique a verle los pies debajo de una mesa que no lleva mantel largo. Una mesa sobre la que estaba un micrófono, una jarra de agua y una copa de la que ella bebía con su boquita inexistente.<br /><br />Ella hablaba de misticismo, de Borges, lo citaba, lo inventaba. <strong>Yo escuchaba a medias, ocupada en ver ese pie, ese zapato, esa cadenita, ese tobillo.</strong> Así soy yo, pocas veces escucho lo importante y me pierdo en los detalles. Ese zapato de talón bordado debe ser carísimo. Ese pie de flor de durazno no tiene edad. Esa cadenita es un símbolo, me habla, me dice más de lo que dice la boca. Su boca que habla de Borges.</div><div align="justify"></div><div align="justify"><strong>Maria Kodama es un personaje de Borges y Borges es un personaje de María Kodama</strong>.</div><div align="justify"><br />Veo ese pie y me alegro de haber ido a verla. Casi desisto de la idea pues mientras estaba en Jerusalén hubo un atentado a una cuadra de donde me encontraba. Un frío se me metió en el pecho y me dije: qué sentido tiene nada si hoy estamos aquí y luego somos polvo. A<strong> mi qué me importa esa viuda o Borges. Lo mejor sería encerrarse eternamente en casa.<br /><br /></strong>Pero fui. Y vi su pie. Y la vi ajena a lo que había pasado apenas unas horas. La ciudad convulsionada y yo casi viendo, sin ver nada. El tráfico, los autobuses, la guardia redoblada. Todos allí en esa sala frente a ella estaban ajenos. Sabían, pero no habían estado cerca. Allí estaba su pie y su cadenita. Su mirada rara, casi japonesa. Citando a Borges. <strong>Los versos de Borges alivian, se escuchan por sobre los malos recuerdos, hacen olvidar el lugar en el que se vive. </strong></div><div align="justify"><strong><br /></div></strong><div align="justify">A mí la literatura me alivia. Recordé que lo que más me gusta de Borges es su poesía. Su "gusto por los anacronismos y las leves simetrías". Y cómo no volver a esos pies simétricos y anacrónicos. </div><div align="justify"><br />Cuando llegó el momento de las preguntas, lo único que hubiese querido preguntarle era si Borges le acariciaba los pies. Si ella caminaba con sus piecitos descalzos sobre la espalda del escritor. <strong>No pregunté nada, por supuesto</strong>. Creo que todos allí querían preguntarle lo mismo, detalles íntimos del ciego maestro, pero solo hicieron preguntas adecuadas, correctas, importantes. Escuché las preguntas de los otros y lamenté no poder preguntar nada. Siempre me pierdo en los detalles: un pie, un zapato, una cadenita plateada. Pocas veces puedo preguntar algo serio y por eso generalmente me quedo callada.</div>LLhttp://www.blogger.com/profile/07717215979618911734noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-33683648.post-85416548435504010112011-03-18T02:22:00.002-07:002011-03-18T02:31:18.037-07:00De la construcción del personaje literario a la confección de disfraces<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEil9dzMaMKuN-m-Lhl5JopnqZHhjL9S6FjUbIwmlMOPPM8VAjClLwdJ_IP18_okOuf0jH72y-toTMKiZSi5JtHx_GZbTCUx8g9b_vBZ8mt0-4fYZzno-adToy9hMWxrGraIXqF7dw/s1600/burbujas.jpg"><img style="MARGIN: 0px 0px 10px 10px; WIDTH: 400px; FLOAT: right; HEIGHT: 286px; CURSOR: hand" id="BLOGGER_PHOTO_ID_5585348491919098530" border="0" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEil9dzMaMKuN-m-Lhl5JopnqZHhjL9S6FjUbIwmlMOPPM8VAjClLwdJ_IP18_okOuf0jH72y-toTMKiZSi5JtHx_GZbTCUx8g9b_vBZ8mt0-4fYZzno-adToy9hMWxrGraIXqF7dw/s400/burbujas.jpg" /></a><br /><div align="justify">Construyo personajes como disfraces. Disfraces de mi misma. Frankensteins hechos de pedazos de historias escuchadas al azar, inventadas o vividas. Historias vistas en los recovecos intergalácticos que me rodean. Un hombre que sube a un autobús. Unas fotos de facebook. Yo misma, si fuera otra. Si fuera otro. Si fuera muchos.<br /><br />Tejo, bordo, pego. Botones y cierres. Escarcha y estrellas. Hago mis disfraces. El disfraz de la palabra hecho de materiales que vienen de todas partes. Hechos de memoria. De las trampas de la memoria, se sabe. Ficción.<br /></div><div align="justify">Si hay algo que me apasiona es construir disfraces. Disfraces ficcionales, pero también disfraces de tela y satén.<br /><br />Yo, que no soy buena para las manualidades, yo de manos torpes, yo: la zurda, he confeccionado dos disfraces de tela y fieltro para mis hijos. Con hilos, agujas, botones. Ay, las bondades del fieltro! Ay, las bondades de esa pega superpoderosa cuyo olor me trae recuerdos de infancia.<br /><br />(Hace mil años, cuando el mundo era peligroso, venenoso y poco sano, estaban de moda unas burbujas eternas hechas de una especie de chicle de polietileno. Burbujas eternas y enormes que flotaban tornasoladas en el aire durante siglos. No eran biodegradables aquellas burbujas y la pasta con las que se hacían tenían el olor de la química pura, de la insanía. Mi madre decía – con una visión adelantada a su época – "nada que huela así puede ser bueno" y nos incautaba las burbujas, el tubo del que salía la pasta alucinógena con la que se hacían, el palito desde el que se soplaban. Pero aquel olor siempre nos llamaba, queríamos olerlo hasta que el mundo revoloteara como un murciélago desorientado alrededor de nuestras orejas)<br /><br />Postergando todo, he pasado horas cosiendo delantales, bolsillos, alas, orejas, capas, ojos. Midiendo y cortando. Dibujando y pegando. Y he sido feliz, absolutamente feliz. Cosiendo olvidé mis desconsuelos eternos, mis minúsculas desgracias. Se avanza postergando.<br /><br />Huyendo, se encuentra.<br /><br />He descubierto que puedo leer sin dejar de coser. Que mientras coso, puedo inventar historias. No en vano la palabra texto viene de la palabra tejer. Tendría que buscar la manera de poder escribir mientras coso, tejo, pego botones, bordo ojales.<br /><br />Confeccionando disfraces de tela y cintas he sido tan feliz como escribiéndolos. El producto terminado, puesto sobre la cama y luego en los cuerpos súper alegres de mis hijos, es de una belleza increíble. Creedme: yo, la zurda, la de manos torpes, he confeccionado disfraces de tela y estoy tan orgullosa de ellos como de mis disfraces de palabras. </div>LLhttp://www.blogger.com/profile/07717215979618911734noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-33683648.post-67053760872704084632011-02-13T00:49:00.008-08:002011-07-15T13:13:06.809-07:00Lugares comunes. Composición de lugar de Juan Martini y los no – lugares de Marc Augé, entre otras cosas ...<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiwHN65bhtdk4Y7MKtVWvT30msL_goWoOQFhA-lyP41I1-LO8UpZODfkM4_PQyc7b6ZjneHEPRjQCsL59S5xEXwwhGmVFj0oj6CM3bPctob-D_GsRh-hwsx4js8Y2XIY1VjdD3QRw/s1600/mapa.jpg"><img style="MARGIN: 0px 0px 10px 10px; WIDTH: 400px; FLOAT: right; HEIGHT: 266px; CURSOR: hand" id="BLOGGER_PHOTO_ID_5573094151565716290" border="0" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiwHN65bhtdk4Y7MKtVWvT30msL_goWoOQFhA-lyP41I1-LO8UpZODfkM4_PQyc7b6ZjneHEPRjQCsL59S5xEXwwhGmVFj0oj6CM3bPctob-D_GsRh-hwsx4js8Y2XIY1VjdD3QRw/s400/mapa.jpg" /></a><br /><br /><br /><br /><div align="justify">Hablemos de lugares. O mejor hablemos de cómo he caído sin darme cuenta en los lugares. Seguramente comunes. Hace un par de semanas terminé de leer <em><strong>Composición de lugar</strong></em> de Juan Martini y hace un par de meses que me reúno con una gente en la universidad a hablar sobre lugares y movimientos. Hablamos del manoseado Marc Augé, por ejemplo, de sus no lugares. Hablamos de Turner y su liminalidad. A mí Turner me trae un recuerdo de infancia, inevitablemente. Es automático: me dicen Turner y en la cabeza se me forma la imagen de uno de mis libros de piano de hace mil años. Era ése el apellido del autor. Yo estaba loca por llegar a ese libro porque en él se comenzaba a tocar con las dos manos al mismo tiempo. Ahora que lo pienso, la liminalidad del otro Turner en el fondo también es eso: tocar con las dos manos al mismo tiempo, pero no fijarse en lo que hace la una o la otra, no querer pasar de un punto a otro, sino quedarse en la melodía suspendida entre las dos manos. Quedarse suspendido. De los años 60 a esta parte todos los autores de filosofía o estudios culturales hablan de lo mismo, pero le ponen diversos nombres: diferrance, transversalidad, liminalidad, hibridez, etc. De modo que ya el viejo Turner de mi libro de piano lo había dicho primero que ellos. Las dos manos, pero no lo que hacen separadas sino esa abstracción que queda en el medio.<br /><br />Es cierto: me estoy excediendo y, sobre todo, yendo del tema….<br /><br />Así que volvamos al primer lugar. <em><strong>Composición de lugar</strong></em> es una novela en la que el lugar, por supuesto, no se compone. Mientras busca una historia familiar, el personaje principal, Juan Minelli, sólo se consigue con la imposibilidad de recuperar el lugar de origen. Una novela fragmentaria en la que el protagonista brinca de lugar en lugar incluso dentro de un mismo párrafo. Una errancia entre historias, ciudades, países, tiempos que a la vez es una errancia textual<strong>.</strong> Suena a perogrullada que una historia errática esté contada de manera errática, pero créanme: no siempre. Muchas novelas que abordan el tema de las migraciones y lo nómada son más pulcras que una guía de turismo. Al final la historia queda suspendida y eso me parece perfecto.<br /><br />Corría el año 1984 y mientras las academias leían al Boom y al Postboom, Juan Martini escribía esta apología a la fragmentariedad, al sinsentido, a la identidad difuminada o múltiple, a los no lugares, a la vida en sí misma vivida en un lugar de tránsito. Mientras los autores más sonados de la época se regodeaban en sus pueblecitos latinoamericanos llenos de monjas voladoras y rocolas, Martini estaba en el locus cero de la desmemoria, el exilio, la sobremodernidad. El espacio de su novela es tan borroso que nos es difícil distinguir entre una ciudad y otra. Un cuarto desconectado del mundo. Un tren en movimiento. Una larga espera para poder cruzar un río. El cuerpo de una mujer que puede ser cualquiera. Los lugares y las personas son difusos en estas páginas: se pasa de uno a otro sin preámbulos ni indicaciones.<br /><br />La lengua desde la que está narrada también está descolocada y es terriblemente bella. Una lengua que también narra el desarraigo a través de una sintaxis metastásica, se me ocurre. No en vano Martini ha dicho: "<strong>La lengua es un saber y el error de ese saber. Escribir es incursionar en la lengua como error, hacer de ese error una poética y de esa poética una política</strong>"<br /><br /><br />Hablando de la lengua como error y en el segundo lugar estoy yo "fuera de lugar", valga la redundancia. No sé que hago en medio de un grupo <em>multidisciplinario</em> en el que se habla de pasillos y corredores. Lugares de paso. A alguien se le ocurre decir que es cierto, que todos los aeropuertos son iguales. Entonces me digo a mí misma que eso no lo puedo soportar. Hasta ese momento he permanecido callada porque me avergüenza mi acento o mi vocabulario de supervivencia, pero no aguanto. Abro mi boca, suelto mi lenguarada llena de erres fuertes y jotas demasiado suaves, y digo: "¿Qué? Se nota que ustedes no han puesto un pie en Maiquetía". Nadie sabe a qué me refiero porque, por supuesto, no han puesto un pie en Maiquetía.<strong> </strong>Me miran, pestañean fuerte, dicen "ejem", no se me ocurre qué piensan. "Sí" – insisto – "ese señor, Augé, tampoco salió de Europa, me parece". No me hacen mucho caso y siguen hablando de corredores, pasillos, no lugares, restaurantes de fastfood, anonimato. Lo más seguro es que Augé si haya salido de Europa y yo no haya entendido nada. O tal vez por eso traen a Turner, quien pasó años en África. La historia me absolverá unos días después cuando venga la experta a hablar de la hibridez del aeropuerto Ben Gurion, espero. La experta dirá que allí no todos son iguales, no todos entran en un espacio de tránsito, no todos pueden moverse libremente. Pero lo de Maiquetía, por supuesto, es otra cosa.</div>LLhttp://www.blogger.com/profile/07717215979618911734noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-33683648.post-38877790322293743502011-02-07T01:44:00.003-08:002011-02-07T02:14:00.594-08:00Vamos con retraso<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjDGb2hV9IrRcmA9ZTEFGhC6zZp8ceounMOV_sCJeEc9tvQ5mdKTyUsSSnMEf9BJutZnwCaW65B8Ix6gTvouBHSwG1LEkpiu6Xw1w2FAbmw6Tpr5XnAmgX2iNcbhY_3l2Ez6SVDkw/s1600/carretera1.jpg"><img style="MARGIN: 0px 0px 10px 10px; WIDTH: 400px; FLOAT: right; HEIGHT: 297px; CURSOR: hand" id="BLOGGER_PHOTO_ID_5570884823042794578" border="0" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjDGb2hV9IrRcmA9ZTEFGhC6zZp8ceounMOV_sCJeEc9tvQ5mdKTyUsSSnMEf9BJutZnwCaW65B8Ix6gTvouBHSwG1LEkpiu6Xw1w2FAbmw6Tpr5XnAmgX2iNcbhY_3l2Ez6SVDkw/s400/carretera1.jpg" /></a><br /><div align="justify">El conductor dijo que íbamos con retraso.<br />Un pasajero de corbata asintió enérgicamente.<br /><strong>Pero el muchacho etíope sonrió y dijo que su amigo esperaba en la parada de autobuses del pueblo vecino, que él debía guardarle el puesto, que por favor</strong>.<br />Sonó tan educado, tan dócil, que incluso el señor de corbata dejó a un lado su impaciencia, suspiró y se dedico a mirar por la ventana como quien dice "<em>she ihié</em>", cuya traducción literal sería "que sea", pero que más exactamente es como decir: "que sea lo que dios quiera". <strong>Un abandonarse a los acontecimientos. Un encogerse de hombros</strong>. Ya iba a llegar tarde de todas maneras.<br />La camioneta <em>van</em> llena de pasajeros siguió rumbo al siguiente pueblo, a esa estación donde otro chico etiope estaría esperándonos. Su compañero le guardaba un puesto. Nadie se opuso, después de todo el pueblo estaba en la vía, no suponía ni siquiera un desvío. El único problema era que el conductor no podría recoger otro pasajero en el camino, pues el puesto estaba reservado.<br />Luego de una carretera llena de curvas, cipreses y naranjales, llegamos a la entrada del pueblo. En la parada de autobuses no estaba el muchacho.<strong> El que le guardaba el puesto dijo que lo veía venir, que estaba del otro lado de la calle, que lo esperáramos</strong>. El conductor y todos los pasajeros dirigimos la mirada al punto que el muchacho señalaba pero no lo vimos: sólo a un par de ancianos con un perro cruzando la calle, unas adolescentes y un soldado.<br />- Allí no está – dijo el conductor.<br />-Sí, sí – dijo el muchacho – ya está cruzando la calle, ya está viniendo.<br />- Yo no veo a nadie – dijo el pasajero de la corbata, enfurecido.<br />-No lo puedo esperar – dijo el conductor – ya vamos con demasiado retraso.<br />- Por mí – dijo una mujer gorda que estaba sentada a mi lado – no hay problema en esperarlo. Incluso tal vez me puedo bajar a fumarme un cigarro.<br />- De aquí nadie se baja – gritó el conductor.<br /><strong>- ¿Qué es esto? ¿Una dictadura? – gritó la gorda.<br /></strong>- Te parece justo que tengamos que esperar también a que te fumes ese cigarro- chilló el pasajero de la corbata.<br />- Acaso uno no se puede fumar un cigarro mientras estamos aquí detenidos- la gorda ya había sacado una caja de cigarros y un encendedor- ¿Acaso no estamos ya detenidos? Yo lo que necesito es un minuto …<br /><strong>Mientras la camioneta <em>van</em> era un grito en sí misma, tapándose con el respaldar del asiento de enfrente, el chico etiope hablaba en su idioma por teléfono</strong>. No hace falta saber amhárico para traducir que le reclamaba al otro el hecho de no haber llegado a la parada a tiempo.<br />- ¿Qué pasa? – le gritó el conductor, mirándolo a través del espejo retrovisor.<br />- No ha salido de la casa – dijo el chico etiope y yo recordé que un minuto antes había dicho que lo veía venir, que estaba cruzando la calle - pero tal vez lo podemos esperar, son sólo 5 minutos.<br />El pasajero de la corbata bufó con fuerza. La gorda guardó la caja de cigarros.<br />- <strong>Yo no espero a nadie</strong> – concluyó el conductor y continuamos el viaje. </div>LLhttp://www.blogger.com/profile/07717215979618911734noreply@blogger.com2tag:blogger.com,1999:blog-33683648.post-17388149914851881932011-02-04T11:38:00.006-08:002011-02-04T12:21:59.143-08:00Siestas, fábulas rusas y lo políticamente correcto<div align="justify"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEi0USOT-4_U6YWTodhkXmMwoBdPW2XycKCbYtADBE5Vg6yat8d1txvRLrkmEgoQT_iBP4nK_5v9E45aRlP8ATX1WE3E4Wiq3XET8N8OE7gaQl-Piyg-dcGgFhvE57OiEWj7U3ldrw/s1600/paraguas.jpg"><img style="MARGIN: 0px 0px 10px 10px; WIDTH: 315px; FLOAT: right; HEIGHT: 400px; CURSOR: hand" id="BLOGGER_PHOTO_ID_5569921727698723442" border="0" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEi0USOT-4_U6YWTodhkXmMwoBdPW2XycKCbYtADBE5Vg6yat8d1txvRLrkmEgoQT_iBP4nK_5v9E45aRlP8ATX1WE3E4Wiq3XET8N8OE7gaQl-Piyg-dcGgFhvE57OiEWj7U3ldrw/s400/paraguas.jpg" /></a> I<br /><br />De niña tuve un libro al que quise con todas las fuerzas de mi niñez. Me lo había regalado una tía que viajaba mucho, era verde como una botella de vino y tenía muy pocos dibujos. <strong>Fue el primer libro que leí sin dibujos</strong>. Un libro hecho casi todo de letras, con algunas ilustraciones cada 20 páginas más o menos. Ilustraciones en blanco y negro, mal dibujadas, un poco feas. Eran fábulas rusas y mi tía lo había traído de Rusia, o eso es lo que a mi memoria le gusta creer: que mi tía me había traído de Rusia un libro de fábulas rusas. Mi tía, además, tenía (tiene) un nombre ruso muy común en Venezuela que yo no sabía que era ruso, pero que cuando lo supe me estremecí de felicidad porque encajaba perfectamente en ese recuerdo y con ese libro mágico: <strong>Mi tía la de nombre ruso me trajo de Rusia un libro de fábulas rusas</strong>. Como la memoria es sumamente tramposa y la niñez entiende las cosas a su manera, es posible que de este recuerdo sólo sea cierto el nombre de mi tía y el origen de las fábulas, mas no del libro, porque no me consta que haya sido traído desde Rusia un libro escrito en español. Tampoco me consta que mi tía haya estado en Rusia, aunque sí en Londres y en Copenhague porque vi fotos y escuche anécdotas. De Rusia nunca escuché nada. De Rusia sólo tenía ese libro. <strong>Libro que leí con fervor durante todas las siestas de mi niñez. Durante las siestas no dormidas de mi niñez,</strong> claro, porque entonces solía acostarme con mi hermana en la cama de nuestros padres y en lugar de dormir, le leía ese libro a ella, quien escuchaba atenta, aunque algunas veces se dormía, entonces yo seguía leyendo en voz baja, maravillada, sin dormir ni un segundo, o cuando me dormía, soñando con esas cabañas en medio de la nada, esos zares, esas ocas y esos encantos. <strong>Soñando incluso con el hambre y la pobreza con que empiezan muchas de esas fábulas; con las sopas espesas y los pasteles que luego salen de la nada</strong>. Todos los mediodías, después de almorzar, mi hermana me pedía que le leyera ese libro y desde entonces me convertí en su lectora oficial. ¿Cuántas veces le habré leído "Lugar llamado Kindberg" en nuestra adolescencia? Pero esa es otra historia. </div><div align="justify">Entonces cayó sobre mí la labor de leerle, tácitamente, claro, nadie me pidió expresamente que le leyera nada, todo lo contrario, lo que se quería en aquellos días era que durmiéramos la siesta, como todos los niños de nuestra edad. O eso era lo que decía nuestra madre, que todos los niños de nuestra edad a esa hora estaban durmiendo la siesta, cosa de la cual yo dudaba, aunque nunca pregunté a otro niño qué hacía al mediodía y, en efecto, las pocas veces que estuve en la calle algún mediodía, no vi niños, pero esto pudo ser debido al calorón de esa hora, más que a la disciplina de la siesta.<br />Mil años después, reconocí esas fábulas rusas, aunque mucho más hermosas, o mucho más extrañas de lo que yo las recordaba, en los cuentos de la madre de Amos Oz, en <strong>Historia de amor y oscuridad</strong>, pero esa es también otra historia.<br /><br />II<br /><br />Por allí anda rodando la noticia de que <strong>pretenden censurar a Huckleberry Finn</strong>. Cambiar todas las palabras "políticamente incorrectas" que usa para referirse a negros por otras más dóciles o que no ofendan a nadie. Tal parece que donde dice "nigger" van a poner "esclavo". <strong>Tal vez en aquella época era mejor ser negro a secas que esclavo, pero esto a los señores de la censura no les interesa</strong>. A quien le importa Mark Twain y su mala decisión de escribir 219 veces la palabra nigger. A nadie se le ocurre pensar que estuvo este señor 219 veces frente a la palabra nigger y así la dejó.<br />Entonces me pregunto si <strong>será que van a comenzar a revisar toda la literatura de siglos pasados para extirparle lo que en este siglo mojigato pueda ofender</strong>. <strong>¿Será que la literatura en general, y sobre todo la literatura para niños debe ser pulcra, moral y educativa?</strong> Si es así tendrán que suprimir del planeta tierra toda fábula rusa en la que la muerte, el hambre, las moscas, el engaño, el dolor, las vísceras abundan. </div><div align="justify"><br />De ahora en adelante y en un acto de rebeldía sin precedentes me propongo leerle a mis hijos el Huckleberry Finn no censurado, las crueles – y precisamente por eso apasionantes- fábulas rusas o el subversivo principito. <strong>En todas nuestras siestas nos dedicaremos a lo políticamente incorrecto. </strong></div>LLhttp://www.blogger.com/profile/07717215979618911734noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-33683648.post-55174159002864639472011-01-29T23:06:00.003-08:002011-01-29T23:13:49.567-08:00El viaje ultimativo<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiFoLPyLPCSmlo0R74fL4qMkknk1AwyzpxVpEhotgnL9w_d_tHfTNdx483fMKkcoDrv8E7kj7cdfFQG5y7SwXIgM1X7r8vXDO_melfyOwGRPVwOaDzh0eGtsUh3BobfP8jNMkYYEA/s1600/viaje.jpg"><img style="MARGIN: 0px 0px 10px 10px; WIDTH: 294px; FLOAT: right; HEIGHT: 400px; CURSOR: hand" id="BLOGGER_PHOTO_ID_5567873294247716802" border="0" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiFoLPyLPCSmlo0R74fL4qMkknk1AwyzpxVpEhotgnL9w_d_tHfTNdx483fMKkcoDrv8E7kj7cdfFQG5y7SwXIgM1X7r8vXDO_melfyOwGRPVwOaDzh0eGtsUh3BobfP8jNMkYYEA/s400/viaje.jpg" /></a><br /><div>Tengo un poco abandonado este blog, pero para no perder a mis cuatro lectores, aquí les dejo un texto sobre la lectura que fue publicado en <strong><em>Relectura</em></strong>. Si lo quieren leer allá, pulsen <a href="http://www.relectura.org/cms/content/view/769/75/">aquí</a>. Si lo quieren leer aquí, sigan leyendo.</div><div></div><div>-----------------------------------------------------<br /></div><div align="center"><strong><em><span style="font-size:130%;">El viaje ultimativo</span></em></strong></div><div></div><br /><div>Leer para mí siempre ha significado un "salirse", un "irse-para-otro-lado", un viaje al alcance de la mano y desde niña eso me ha fascinado. De niña leía y releía una colección de fábulas rusas y todos esos libros clásicos que han leído todos los niños, pero recuerdo particularmente a Colmillo Blanco, de Jack London, porque lo leí en un viaje en carro de Maturín a Caracas. Un viaje dentro de otro viaje. Solíamos ir a visitar a mi abuela caraqueña cada vacación de agosto o navidad. Era un viaje tediosísimo, ocho horas en medio de una carretera calurosa y húmeda. Y para no aburrirnos llevábamos comida, libros, juguetes, música. Recuerdo lo difícil que era leer en las curvas que están antes o después de Río Chico, pero aún así yo no podía despegarme de Colmillo Blanco, de esos perros arrastrando trineos, de la sangre en la nieve, de la amistad. Lloré por esa amistad lágrimas amargas mezcladas con el sudor producido por el calor de una carretera que atravesaba árboles enormes, fritangas, chicharroneras, enredaderas, araguaneyes, alcabalas, areperas, trinar de chicharras y hasta flores silvestres: las "aves del paraíso" crecían (y creo que todavía crecen) en esa parte en que la carretera se adentra en una selva vaporosa y densa. Yo iba del vaporón a la nieve en la que el pobre Colmillo Blanco se debatía con otros perros y con su orfandad. Y de la nieve al vaporón en el que de pronto aparecía algo interesante en la ventana o en la conversación de mis padres. Creo que esa es la imagen que el acto de leer tiene para mí: un estar aquí y un estar allá, una dualidad que me apasiona, un vivir otras vidas. Como todo el que vive en dos realidades, quien lee termina contaminando su realidad con la de los libros y viceversa. Así, aquella carretera tenía algo de nieve y Colmillo Blanco se parecía mucho a los perros que "espantaban-con-el-plato" en las areperas de El Corozo. Esa es una experiencia alucinante y alucinógena. Adictiva.<br />Dice Amos Oz que cuando viajamos podemos ver alfeizares y geranios, puertas y gente de negro y de prisa, pero no podemos entrar a sus casas. Leer, en cambio, es entrar a esas casas, a esos cuartos, mirar qué comen, cómo duermen o aman o sufren los otros. Esos hombres de negro y de prisa. Esas mujeres de alfeizares resecos, que cierran las ventanas ante la curiosidad de nuestros ojos, estremeciendo los geranios. Siguiendo a Oz, yo diría que leer es entrar a donde se nos niega la entrada. Viajar es imaginar la vida más allá de las pestañas, pero leer es verdaderamente entrar. Con todo esto no quiero decir que no valga la pena viajar: si me ponen a escoger entre un billete de avión y un libro, demás está decir qué es lo que escojo; lo que quiero decir es que leer es un viaje a la interioridad y al misterio. El viaje ultimativo.</div>LLhttp://www.blogger.com/profile/07717215979618911734noreply@blogger.com3tag:blogger.com,1999:blog-33683648.post-16156904112431889662010-12-13T11:24:00.004-08:002011-06-15T11:47:18.839-07:00Mi pelo, un karma lingüístico<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgJAp1NWb8Q-Qh6VYFzd_oIFbtRZuSJNclk4_PImgkVYdYbuw4pUqv5yBRneAilKC-L1DehNMXOz7fCyUZuVHWrTiCdRinieVlpvIOlKnOFu2t3MnDikFkowZHE4AnVNU3bkZg0lQ/s1600/mi+pelo.jpg"><img style="MARGIN: 0px 0px 10px 10px; WIDTH: 396px; FLOAT: right; HEIGHT: 400px; CURSOR: hand" id="BLOGGER_PHOTO_ID_5550251161179112866" border="0" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgJAp1NWb8Q-Qh6VYFzd_oIFbtRZuSJNclk4_PImgkVYdYbuw4pUqv5yBRneAilKC-L1DehNMXOz7fCyUZuVHWrTiCdRinieVlpvIOlKnOFu2t3MnDikFkowZHE4AnVNU3bkZg0lQ/s400/mi+pelo.jpg" /></a><br /><br /><div align="justify">Mi pelo se ha transformado en un karma lingüístico.<br /><br />No lo quiero tan escalonado, pero aprendí la palabra con mi primer peluquero como ya lo he contado <a href="http://memoriasdelamamacita.blogspot.com/2007/04/escalonado.html">aquí</a> y la repetí por varios años. Escalonado. Escalonado. O también: igual que siempre, igual que siempre. Pero mi primer peluquero se fue hundiendo en una conversación telefónica cada vez más rebuscada; señas y señitas a tipos cada vez más oscuros; las chicas cada vez más exóticas que lavaban las cabezas se sucedían la una a la otra rápidamente hasta quedar la más fea de todas: una que entendía de garitas, tejemanejes y números para las apuestas- se me ocurre. <strong>La peluquería estaba cada vez más vacía y yo cada vez más asimétrica.<br /><br /></strong>Un día, unas cuadras antes de llegar a mi vieja peluquería me preguntaba a mí misma a qué se debía mi fidelidad a ese peluquero cada vez más distraído, oscuro y con las tijeras súper amelladas. <strong>Era, sin lugar a dudas, una fidelidad lingüística: ¿Cómo no cortarme el pelo con él que había sido mi maestro en vocabulario peluqueril desde que llegué a este país?</strong> Además del precio, claro: como su mayor ganancia viene de las apuestas ilegales, los precios de los tratamientos para el cabello, el corte y el secado han permanecido igual a lo largo de los años. Ese día pensé que ya había aprobado con creces el primer nivel de ese curso de idiomas y tal vez podía entrar a otra peluquería sin problemas y sin que mi maestro-peluquero se sintiera defraudado. Creo que también ayudó el hecho de que desde donde estaba pude ver que mi vieja peluquería estaba cerrada.<br /><br />Caminé una cuadra o dos y tropecé con un cartel que decía: "Fulanita, manos de oro". Nadie me creerá, pero ese era el nombre de la peluquería. Bueno, lo de fulanita es sólo para proteger la privacidad de la señora, pero lo de "manos de oro" es un vulgar calco de la realidad. Traducido, claro. Ninguna peluquería que se precie en mi país llevaría tal nombre (me viene a la cabeza aquella que se llamaba "La ingeniería del pelo") , pero en este lado de este lado del mundo pasan cosas muy extrañas...<br /><br />Le expliqué a la señora y a sus manos de oro que no quería el pelo tan escalonado, pero tampoco lo podía usar parejo porque se me abombaba. La señora y sus manos de oro (estuve a punto de escribir : "manos de tijera") me dijeron que me entendían perfectamente, que no me preocupara. <strong>Mientras me cortaban el pelo exactamente como yo quería, me preguntaron – la señora y sus manos – hasta del mal que me iba a morir</strong>. Le hice un resumen de mi vida, de la vida en el campo donde vivo, le hablé de mis hijos, de mi marido, le conté con detalles a qué me dedicaba.<br /><br />- ¿Profesora de español? – me dijeron la señora y sus manos- ¿Y cómo haces para enseñar español si no hablas hebreo?<br /><br />- ¿En qué idioma hemos estado hablando hasta ahora? – le pregunté, arrecha.<br /><br />La señora y sus manos no entendieron la pregunta, me miraron confundidas. Para no desconcentrarla – no fuera a ser cosa que me escalonara el pelo de pronto- bajé la guardia y dije:<br /><br />- No soy profesora de hebreo, sino de español.<br /><br /><strong>El pelo me quedó tal cual como lo quería, pero yo no vuelvo a pisar esa peluquería en la que me cortaron también mi autoestima lingüística.</strong> No importa todo el esfuerzo que haga en hablar correctamente esta lengua, alguna gente oye mi acento y me pone una etiqueta. Ese mismo día en la mañana le había propuesto a mi jefa un curso de literatura iberoamericana en hebreo. Después de este corte, de esta señora y sus manos de oro, creo que retiraré la propuesta y enmudeceré.<br /><br />Volveré al escalonado asimétrico de mi viejo peluquero, a su garita, sus señas y sus señitas. Allí el precio siempre es el mismo, nadie me pregunta por mi vida y puede que me convenga aprender las palabras necesarias para manejarse en las apuestas ilegales, <strong>sobre todo ahora que se me vino abajo mi sueño literario.<br /></strong></div>LLhttp://www.blogger.com/profile/07717215979618911734noreply@blogger.com4tag:blogger.com,1999:blog-33683648.post-30884219722272749642010-12-07T02:14:00.006-08:002010-12-07T02:51:36.208-08:00Ante las ciénagas<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjcQpSqbiYuKpoVWufvIdgwtSexGMX9MvQa7_DI3z60n9DonSRRbfg6MGTF6WRF-6gFkBM0M4fmZIbiJJg3eYix0ITHKYsRnxOlVo8LzBV_hEW_0rP40DOTY479JRmhyphenhyphenzh9zmZQFA/s1600/cienaga.jpg"><img style="MARGIN: 0px 0px 10px 10px; WIDTH: 400px; FLOAT: right; HEIGHT: 300px; CURSOR: hand" id="BLOGGER_PHOTO_ID_5547883920871343138" border="0" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjcQpSqbiYuKpoVWufvIdgwtSexGMX9MvQa7_DI3z60n9DonSRRbfg6MGTF6WRF-6gFkBM0M4fmZIbiJJg3eYix0ITHKYsRnxOlVo8LzBV_hEW_0rP40DOTY479JRmhyphenhyphenzh9zmZQFA/s400/cienaga.jpg" /></a><br /><div align="justify">Me imagino que por confundir una bronquitis con un virus nadie se ha muerto, pero qué mal la he pasado. La semana pasada se abrió en mi casa con un abanico de enfermedades. Primero mi niño, luego mi niña y finalmente yo. Me autodiagnostiqué el mismo virus que habían tenido mis hijos y me eché en una cama a sudar las fiebres y a leer a Yehoshua Kenaz. Avancé páginas y páginas delirantes. Teniendo en cuenta que mi capacidad de leer en hebreo es un poco rudimentaria, me asombró la rapidez con la que fui devorando hojas. Hice una prueba para ver si se me había abierto un tercer ojo para leer literatura hebrea y agarré un cuento largo de Amos Oz. Avancé rapidito también, pero no a mil por hora como con Kenaz. Con Kenaz pude prescindir totalmente del diccionario: imaginar si los adjetivos eran positivos o negativos, mirar las acciones como a través de un tul, suponer descripciones de paisajes entendiendo a penas la mitad de las palabras. En medio de la fiebre, me preguntaba si Yehoshua Kenaz sería un buen escritor. Si era normal que lo estuviese leyendo tan sin diccionario. Sus personajes me conmovieron, eso sí. Pude verlos y decir que sí, que es verdad, que así son algunas viejas que no paran de pintarse los labios y retocarse un peinado acartonado. Y sí, es verdad, así son algunos viejos que no oyen, que viven aislados en la sordera de la terquedad y no la fisiológica. Lo más notable de esta novela sobre viejos es que las acciones se desarrollan en el presente. Si yo hubiese escrito una novela sobre viejos, hubiese sucumbido en la arena movediza de los recuerdos, del pasado, de la memoria. Una dolorosa y verdadera novela sobre viejos debe estar contada en el presente de la historia.<br /><br />Yo suelo embarrar la acción en las ciénagas del pasado.<br /><br />Una ciénaga dorada.<br /><br />Mi novela está casi lista. Se suponía que en esta semana terminaría las correcciones, pero el abanico de enfermedades se abrió en mi casa, ya dije. Como me autodiagnostiqué un virus, suponía que estaría mejor ahora y me pondría finalmente a leer mi novela de un solo tirón, pero no. Un ronroneo en el pecho no me dejaba sentarme a leer nada y la voz de mi madre en el teléfono me llevó corriendo al médico. "¿Y si lo que tienes es una bronquitis?" – me preguntó. Las madres no necesitan ni mirar de cerca para diagnosticar a los hijos. El médico lo corroboró: ración doble de antibióticos y codeína. "¿Estás segura de que no tienes fiebre?" – me preguntó con su cara de viejo marinero. No puedo evitar verlo como un marinero desde que me contó que para pagarse la carrera había trabajado en barcos cargueros y había pasado varias veces por La Guaira. Como no va uno a querer meterse en esta ciénaga pasada, imaginarlo en un bar de La Guaira bebiendo aguardiente con otros marineros o subiendo el teleférico con alguna caraqueña recién conocida. Era la época de las penurias económicas en Israel y Venezuela le parecía a mi médico la metáfora del desenfreno.<br /><br />Hay ciertas ciénagas que llaman. </div><div align="justify"></div><div align="justify"><br /></div><div align="justify"></div><div align="justify">Desde que sé que mi médico estuvo en un puerto venezolano, lo veo con otra cara. Y desde que él sabe que soy venezolana también me ve diferente. Es como si viniéramos de la misma ciénaga. Como si hubiese un punto en el que nuestros pasados se encuentran a pesar de que cuando él estuvo en La Guaira yo no había nacido. Hay un punto en el que nos sabemos – supongo yo, supone él.<br /><br />Él sabe de dónde vengo y yo sé dónde él ha estado .... con todas esas suposiciones, yo puedo escribir una novela cenagosa.<br /><br />He borrado varias ciénagas de mi novela, a ver si la acción se levanta y avanza a pesar del peso del lodo. De algún modo se puede decir que llegué al final, pero hasta que los pulmones me dejen de ronronear no podré leerla de un tirón y decir hasta aquí llegué. Podría leer y ronronear al mismo tiempo, pero no sé por qué me desconcentro. Me imagino que se requiere de buenos pulmones para leer de un tirón. También se requiere de un muy buen estado de ánimo para corregir una novela. Yo apenas me deprimo, quiero borrarlo todo. Apenas me duelen los pulmones, creo que es porque estoy desanimada y no me imagino siquiera la bronquitis.<br /><br />Supongo que nadie se muere de una bronquitis desatendida, pero qué malestar.<br /><br />Unos consejos para todo aquel que haya terminado de escribir una novela y se disponga a corregirla:<br /><br />1.- Nunca corrija con bronquitis.<br />2.- Hay ciénagas que llaman, pero tenga cuidado porque son de arenas movedizas.<br />3.- Borrar ciénagas sin escrúpulos, pero sucumbir de vez en cuando.<br />4.- Un verdadero escritor de novelas sabe cuándo suprimir y cuando sucumbir ante las sinuosas ciénagas del pasado.<br />5.- No se automedique, mucho menos se autodiagnostique. </div>LLhttp://www.blogger.com/profile/07717215979618911734noreply@blogger.com2tag:blogger.com,1999:blog-33683648.post-50118447697044088652010-10-09T12:49:00.004-07:002011-06-15T11:47:49.815-07:00Sombreros y pelucas. Burbujas y ficciones<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgXI2IzhV8DtJwix0mOyt3ybDLM6CkpjBsRF06obFGYkYqJwFyJvl05qhR2Bvt_2g_9z07Idzu4TCmbli0Y8iLNbdhN7bSY031yTfGuVifOnXzLWSnki7_Idac5xdsUBRzdzYjzpw/s1600/fanatismo.jpg"><img style="MARGIN: 0px 0px 10px 10px; WIDTH: 351px; FLOAT: right; HEIGHT: 400px; CURSOR: hand" id="BLOGGER_PHOTO_ID_5526137201758419650" border="0" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgXI2IzhV8DtJwix0mOyt3ybDLM6CkpjBsRF06obFGYkYqJwFyJvl05qhR2Bvt_2g_9z07Idzu4TCmbli0Y8iLNbdhN7bSY031yTfGuVifOnXzLWSnki7_Idac5xdsUBRzdzYjzpw/s400/fanatismo.jpg" /></a><br /><br /><div align="justify">El mundo da vueltas rápidamente, se encoge, es un pañuelo. Lo que está aquí también está allá. Lo mío ya no es tan mío. Puedo comer el mismo yogurt aquí y en Buenos Aires. Sigo viendo mi serie favorita en Caracas y en Tel – aviv. Pero hay pequeños reductos de resistencia. Lugares a los que la velocidad del mundo no afecta, ni los hilos inalámbricos que unen esto con aquello, ni la moda traducida a cualquier lengua. Si alguien es purista de la cultura creerá que hablo de lugares positivos, pequeños templos de lo autóctono, maravillosas células de resistencia cultural. Siento defraudarlos. Me refiero a lugares regidos por fanatismos a los que tanto bien les haría un poco de cocacola y mcdonals. O Shakira meneando sus caderas. O que les repitan todas las temporadas de Lost.<br /><br />Atravieso uno de esos lugares cada vez que voy a la universidad en Jerusalén. De pronto es como si el autobús entrara en otro espacio temporal, en otra era, un triángulo de las bermudas de la historia. La gente que camina por las calles va vestida de negro, con trajes que parecen rescatados de los armarios de la primera guerra mundial. Las mujeres son las que más me impresionan: sombreritos negros, medias panti oscuras, zapatos de los años 20, caras lánguidas sin una gota de maquillaje, chaquetas y blusas muy tapadas, faldas largas. La indumentaria es la misma, no importa qué época del año sea. Siempre van arrastrando cochecitos, o llevan varios niños en las manos. Cruzan una calle muy vieja, miran cosas en los bazares de piedra, arrastran bolsas llenas de comida. No importa lo rápido que pueda ir el mundo, ellas siempre van a contramano. Apenas estudian y se embarazan cada dos años. Se van llenando de hijos y de arrugas. Siempre deben llevar las cabezas cubiertas, pero algunas se las cubren con pelucas. Como si el pelo sintético no fuera pelo. Como si una ficción de pelo no despertara pensamientos lascivos. Como si la ficción no fuera más lujuriosa que la realidad.<br /><br />Los hombres con bucles en las orejas y sobretodos negros siempre van ensombrerados. Cuando llueve cubren sus sombreros con bolsas plásticas transparentes y es como si llevaran una burbuja sobre la cabeza. Sus cabezas están dentro de burbujas. Una vez subió uno muy viejo al autobús en el que yo viajaba. Me arrimé para que se sentara a mi lado, era el único puesto libre que había. Me miró con ojitos de cerdo furioso y gritó: "yo no me siento al lado de mujer". Mejor para mí – pensé – que con ese sobretodo negro a 40 grados centígrados el señor debía estar exudando vapores de azufre.<br /><br />Hay reductos, fortificaciones, enclaves a los que la mundialización de la cultura no ha llegado. Pero que bueno sería que llegara una briznita de otra parte a sonrojarle las mejillas a estas señoras. Ojalá les fuera permitido encender la televisión para mirar una telenovela mexicana con su lloradera traducida. Un comercial de chocolates que les avivara la gula. Un concurso televisado de canto o baile que hiciera que estas señoras soñaran con otra cosa más allá del sumiso servicio a los hombres, el respeto a un dios innombrable y la crianza de niños.<br /><br />Un realityshow con escenas de sexo y llanto. Una computadora enchufada a internet todo el día. Un reguetón bien escabroso para que esos señores vieran que no tiene nada de malo sentarse al lado de una mujer en el autobús, que hay cosas peores.<br /><br />El mundo da vueltas rápidamente y sin embargo los fanatismos se enclaustran, se enconchan, se acorazan, se protegen de toda mella, de toda mezcla, de todo quiebre. Refractan cualquier mestizaje. Se protegen de desterritorializaciones y reterritorializaciones. Se repelen los unos a los otros. Se odian, se cierran, se niegan a cualquier intercambio.<br /><br />Desde la ventana del autobús a veces veo sábanas bordadas a mano que tienen un hueco muy redondo en el medio y que ondean como banderas al comedimiento en los tendederos de la parquedad ....<br /><br />Pero mejor no sigo: uno no debe convertirse en un fanático del antifanatismo, ya lo dijo el preclaro Amos Oz. </div>LLhttp://www.blogger.com/profile/07717215979618911734noreply@blogger.com3tag:blogger.com,1999:blog-33683648.post-1629964966111738192010-09-28T21:47:00.006-07:002010-09-28T22:09:58.376-07:00De cómo no llegué a conocer a Batya Gur<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhDEoR7h62S0vNBxhgT5kauViyoGPfLLTdJwjOp_zVccCVyrt5tk-hUeiwf86i5q2WoX5NHkQm4_lSvgcuLPJGCH3_-3hgYjOX0Uo_P6esbCiCBASAET1KVzF9lb0GiH9qDVaoc8A/s1600/Gur_300.jpg"><img style="MARGIN: 0px 0px 10px 10px; WIDTH: 312px; FLOAT: right; HEIGHT: 400px; CURSOR: hand" id="BLOGGER_PHOTO_ID_5522195345012640738" border="0" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhDEoR7h62S0vNBxhgT5kauViyoGPfLLTdJwjOp_zVccCVyrt5tk-hUeiwf86i5q2WoX5NHkQm4_lSvgcuLPJGCH3_-3hgYjOX0Uo_P6esbCiCBASAET1KVzF9lb0GiH9qDVaoc8A/s400/Gur_300.jpg" /></a><br /><div><br /><div align="justify">La primera novela escrita por un autor israelí que leí en mi vida fue "Asesinato en el kibbutz" de Batya Gur. La leí en español, en una edición de Siruela que me pasó el escritor venezolano Rubi Guerra, quien a su vez la había recibido de otro gran escritor, José Balza. Con todas estas vueltas ilustres y literarias, supuse que se trataba de un gran libro, de modo que lo metí en la maleta - a pesar de sus 429 páginas y su pesada encuadernación- y seguí rumbo a Israel. Pero no lo leí enseguida. Quedó allí, el libro, esperando su turno. Lo comencé a leer cuando ya llevaba cierto tiempo viviendo en este kibbutz al sur de Israel. La novela, dicho sea de paso, se desarrolla en un kibbutz de este mismo sur, así que muchas veces me sentí en el mismísimo centro de los acontecimientos, pero sin el asesinato, claro, ¡dios nos libre!<br /><br />Comencé a entender Israel de la mano de Batya Gur, a través de este libro, el único que he leído de ella. Entendí también el kibbutz. Pero entender Israel de la mano de esta escritora puede no ser un hecho didáctico ni mucho menos sionista. La pluma de Gur se regodea en los quiebres de esas supuestas sociedades perfectas, cerradas, idealizadas como lo son los kibbutzim, pero también las universidades, las orquestas de música clásica, el mundo de la televisión o los círculos de estudios psicoanalíticos. Contestataria y desenfadada, Gur se atrevió a poner en evidencia a la sociedad que la rodeaba, mostró desigualdades y mezquinas rencillas.<br /><br />El alter ego de esta escritora es el protagonista de 5 de sus novelas, el detective Mijael Ojaion (lo escribo tal como suena en hebreo, aunque en las traducciones al español suelen escribir Michael Ohayon) Pues sí, la señora Gur se dedicó al género policial con tal afán que hoy en día es considerada referencia obligada para todos los amantes de este tipo de literatura. Ha sido llamada la Agata Christie israelí. Yo la compararía con Patricia Hightsmith por su aguda mirada en las profundidades del alma, las oscuridades de los colectivos, las facetas impresentables de la sociedad; también por su narración ágil, depurada, perversa.<br /><br />Así como Flaubert dijo “Yo soy Madame Bovary”, de igual modo Batya Gur exclamó a los cuatro vientos: “Yo soy Mijael Ojaion”. ¿Quién dijo que las mujeres no pueden entrar en la psicología masculina con la misma contundencia que los hombres en la femenina? Eso sí, hacerlo es todo un arte. Bovary y Ojaion queden como muestras. Este detective es todo lo contrario de su creadora: judío de origen sefardí, nacido en Marruecos, mientras la Gur nació en Tel- Aviv (en 1947), hija de padres sobrevivientes del holocausto y de origen asquenazí. Graduado en historia y literatura, Ojaion termina abandonando su carrera para ejercer como detective de la policía. Gur, por su lado, también estudió historia y literatura, pero fue profesora de secundaria hasta que se dedicó a la escritura, a los 39 años. En todas sus reseñas biográficas apuntan que Batya Gur publicó su primera novela a una edad tardía. A mi no me parece tan tarde (y nunca es tarde cuando la dicha llega, dicen…) Desde entonces no paró de escribir hasta su temprana muerte, a los 57 años. Una breve vida como escritora, tan sólo 18 años. Pero Batya Gur también fue crítica literaria del periódico Ha´aretz y madre.<br /><br />El título original de “Asesinato en el kibbutz” es “Leina meshutefet”, me atrevo a traducirlo como “Alojamiento compartido” y se refiere a la antigua costumbre de los kibbutzim de poner a los niños a dormir juntos, en “Casas para niños”, a cargo de una o dos cuidadoras y no con sus padres. En la aventura relatada en esta novela, el detective Ojaion se adentra en esa sociedad cerrada por excelencia que es el kibbutz para averiguar la muerte de una de sus integrantes. El crimen tiene que ver con esa costumbre de separar los niños de sus padres, pero no contaré más. En algún punto al final de la historia, uno de los personajes le reclama a su madre el hecho de haberlo dejado abandonado en una de esas casas: “¿Cómo pudisteis tener la caradura de decidir que la unidad familiar era perniciosa para la sociedad…?” Luego concluye: “Quiero ser yo quien arrope a mis niños por la noche, a los que todavía lo necesitan. Quiero oírlos cuando tosan, en la habitación de al lado, y cuando tengan pesadillas quiero que vengan a mi cama y no que vayan a un interfono, o que tengan que salir en la oscuridad de la noche a buscar nuestra habitación, tropezándose con las piedras, pensando que cada sombra es un monstruo…” Allí está el germen de la muerte que investiga Ojaion, pero también está el reflejo de su propio drama personal: divorciado, con un hijo al que ve cada vez menos. Y perdedor, como todo buen detective que se precie de tal.<br /><br />Cuando me enteré del verdadero título de esta novela, la historia cobró otro giro para mí. Gur escribió una crítica terrible a ese procedimiento nefasto – a mi juicio – de separar padres e hijos en pro del trabajo y la productividad que hasta hace 20 años se seguía practicando en algunos kibbutzim negados al cambio. Haber presentado la historia como un policial, desde la perspectiva de este hombre, le permitió la distancia necesaria para no hacer de esta novela una bomba lacrimógena y para hurgar con lupa detectivesca en las miserias de los sistemas que pretenden anular al individuo. Últimamente han surgido muchas críticas y revisiones del tema, así como también testimonios de los niños que crecieron bajo este régimen. Un documental que ha dado mucho de que hablar es “Ialdei hashemesh” (Los hijos del sol) de Tal Ram, estrenado en el año 2007. Pero ese es otro asunto.<br /><br />Lo cierto es que un solo libro me bastó para volverme fan de Batya Gur y un día me dije a mi misma que la buscaría. Seguramente ella daba conferencias, cursos, presentaría libros. Pero antes de encontrarla, tenía que poner a tono mi hebreo y para eso lo único que se me ocurría era leer alguna de sus novelas en su idioma original. ¿Cómo hablará Mijael Ojaion en la lengua de la Biblia? – me preguntaba. En la biblioteca del kibbutz en el que vivo estaban todos sus libros. Saqué uno, el más delgado, tampoco había que exagerar, que yo sabía que leer esta lengua semítica iba a ser ardua tarea.<br /><br />Aquella noche fresca de mayo de 2005, regresé de la biblioteca, puse el libro sobre la mesa de la cocina, prendí el televisor para ver las noticias. En ese mismo instante el conductor del noticiero anunciaba su muerte.<br /><br /><div align="justify"></div></div><div align="justify"><strong>(<span style="font-size:85%;">Este texto fue publicado en el semanario Nuevo Mundo Israelita de Caracas</span>)</strong></div></div>LLhttp://www.blogger.com/profile/07717215979618911734noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-33683648.post-5876851160267911692010-09-21T05:38:00.006-07:002010-09-21T05:55:37.656-07:00Locus cero<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiCwqcxISBo9w-GIKp7gte8vqp8DRAGnNAsybTXvS78GZsLJn09JWjDSPhKVt2vwDaEHHwGlyIViLod65rc_Siv7HLruUbzYZAHLKEM0jK7aoLaErJ7k5Kw_xfLKAj5fA81HupHXQ/s1600/locus+cero.jpg"><img style="MARGIN: 0px 0px 10px 10px; WIDTH: 283px; FLOAT: right; HEIGHT: 400px; CURSOR: hand" id="BLOGGER_PHOTO_ID_5519346047416784530" border="0" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiCwqcxISBo9w-GIKp7gte8vqp8DRAGnNAsybTXvS78GZsLJn09JWjDSPhKVt2vwDaEHHwGlyIViLod65rc_Siv7HLruUbzYZAHLKEM0jK7aoLaErJ7k5Kw_xfLKAj5fA81HupHXQ/s400/locus+cero.jpg" /></a><br /><br /><div align="justify">Ricardo Piglia acaba de publicar una novela que se desarrolla en un pueblo. Para colmo de males, la historia transcurre en el año 1972, cuando los pueblos eran más pueblos. Cuenta Piglia que en los 70, junto a un grupo de escritores amigos - entre los que sólo recuerdo a mi querido Saer- se propusieron escribir desde y sobre la ciudad. ¿Una temprana reacción en contra del realismo mágico y el post-boom con sus innumerables pueblos y pueblecitos? No lo sé.<br /><br />No he leído todo lo de Saer, pero lo poco que he leído no se desarrolla completamente en una ciudad. De Piglia sí he leído todo y puedo decir otro tanto: sus historias se desarrollan más que en ciudades, en suburbios. ¿No viaja Renzi a un pueblo en la provincia de Entre Ríos a buscar a su tío? ¿No está Junior siempre en lo peor de lo peor del suburbio citadino? O mejor: aún cuando están en ciudades, los personajes vienen arrastrando historias de las pampas, de una isla en el río Tigre. La ciudad atravesada por lo rural, lo que viene de fuera, lo recóndito. En "La ciudad ausente" la ciudad está ausente, valga la redundancia.<br /><br />Y ahora Piglia ubica su historia directamente en un pueblo.<br /><br />Podría decir que hay una literatura neo – rural en ciernes si no fuese porque no creo que se pueda hacer una división exacta entre lo rural y lo urbano.<br /><br />Yo no creo en la literatura urbana, mucho menos si se trata de la urbe caraqueña. Es cierto: el tráfico, el anonimato, la violencia, la muchedumbre. Pero también en cierto que muchos tienen que ir a buscar el agua para bañarse con un perolito, que en ciertas zonas de Caracas abunda la santería y la mitología, que se va la luz, que llueve y se acaba el mundo, que los autobuses no llegan a tiempo, que el metro parece un camión que transporta ganado, que algunas señoras se saben la vida de todos los habitantes de su calle, etc. Es decir: que a las grandes soledades y preocupaciones de la urbe hay que sumarles ciertas preocupaciones por la subsistencia que tienen fuertes reminiscencias rurales. A las voces múltiples y ultra contemporáneas de lo urbano hay que sumarle las mitologías antiquísimas y las creencias milenarias. Al artista encerrado en su recoveco mental y apartamental, hay que añadirle la conserje chismosa y pueblerina.<br /><br />Es cierto: las propagandas, la cultura pop, la música contemporánea, las tecnologías de la comunicación. Pero: ¿acaso en el espacio rural no se puede tener acceso a los mismo si uno se empeña? ¿Para qué son los satélites, entonces? ¿el teléfono? ¿Internet?<br /><br />Si acaso hubiese un renacer de lo rural en la literatura, sería siempre una ruralidad entrecomillada. Porque ni lo rural es rural, ni lo urbano es urbano. Las categorías binarias fueron abolidas hace muchísimo tiempo.<br /><br />A algunos escritores les gusta hacer de la ciudad un personaje literario que mueve los resortes de la historia, que organiza las pasiones de los personajes. Pero muchos escritores nómadas prefieren desdibujar el espacio, ubicar sus historias en lugares imaginarios o distantes. Lo que de ahora en adelante llamaré "locus cero".<br /><br />Cuando me vine a vivir a este fin de mundo, a este campo, a esta periferia, pensé que nunca serían leídas mis historias porque a quién le interesa leer algo sobre ciudades fantasmas del oriente venezolano, por un lado. O a quien le parecerán interesantes las historias escritas desde este lugar en la nada, por otro. Me sorprendió leer que Amos Oz se preguntaba lo mismo. Bueno, casi lo mismo: quién querría leer algo sobre ese Jerusalén cotidiano, tan pueblo, tan nada, en el que él vivía. Se decía Oz que no podría ser escritor porque no vivía en el centro del mundo: París, Londres, Nueva York. Salvando las distancias, yo me decía a mí misma que no podría ser escritora si no vivía en Caracas (a lo sumo, Margarita o Mérida) Y una vez emigrada, Madrid o París. Oz me contestó que el lugar en el que uno se encuentra es el centro del mundo. Maturín es el centro de mi mundo venezolano. También Cumaná y alrededores. Allí "me encuentro" –entrecomillas, claro- Mi mundo israelí tiene su centro en algunas pequeñas ciudades del sur, dos calles de Tel – aviv y este campo. Desde aquí me entrecomillo. </div>LLhttp://www.blogger.com/profile/07717215979618911734noreply@blogger.com4tag:blogger.com,1999:blog-33683648.post-35494359119739151872010-09-12T03:12:00.003-07:002010-09-12T03:26:42.448-07:00Parto<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEh2QCRcAAc2q9DOojuiPvTu4KKrmX_BrIr8EBAy0jtH3vqVyZxeZ8H5WNqEI0VZDtpZmjYAs58MyUgkBTBhvAWzg_rtwKazgkyovU6gXYnuVDfY6zjumMcZumuvTgrRCkjF6Q8JaQ/s1600/globo.jpg"><img style="MARGIN: 0px 0px 10px 10px; WIDTH: 396px; FLOAT: right; HEIGHT: 360px; CURSOR: hand" id="BLOGGER_PHOTO_ID_5515970559891177154" border="0" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEh2QCRcAAc2q9DOojuiPvTu4KKrmX_BrIr8EBAy0jtH3vqVyZxeZ8H5WNqEI0VZDtpZmjYAs58MyUgkBTBhvAWzg_rtwKazgkyovU6gXYnuVDfY6zjumMcZumuvTgrRCkjF6Q8JaQ/s400/globo.jpg" /></a><br /><div>(Este texto los escribí para <a href="http://superdemokraticos.com/es/entbindung/">Los superdemokráticos</a>) <div></div><br /></div><div>Mi vida, al igual que la de muchas madres – no diré nada nuevo-, se divide en un antes y un después de ese momento celestial en el que me encontré a mí misma hecha un mar de gritos, sangre, placenta, excrementos y vida. Ese momento, después del dolor extremo, en que una enfermera risueña me puso en el pecho una pequeña cosa agelatinada, una bolita caliente y azul que olía a mi cuerpo por dentro y abría una boca profunda para llorar con toda la fuerza de sus pulmones recién estrenados. Sinead O´Connors – otra mujer que se volvió loca luego de ser madre- canta en una vieja pero memorable canción que todos los bebés nacen gritando el nombre de Dios. A mí me consta doblemente. Primero en una tarde de febrero, luego a primera hora de la mañana de un día de noviembre: mis dos bebés, mis dos bolitas de carne nuevecita y caliente, gritaron al nacer el nombre de Dios con toda la fuerza de la vida que comienza, con todo el miedo que debe dar nacer. El miedo de ver la luz en quien sabe dónde, de venir a no se sabe qué. Y después siguieron llorando con esa misma fuerza durante los primeros meses. Según Sinead O´Connors los bebés siguen llorando luego de nacer porque ya no recuerdan el nombre de Dios. No será ella una experta en pediatría, pero yo le creo. Pasé noches en vela consolando bebés sin pegar un ojo. Con fuerza de sirena antiaérea, mis bebés le gritaron al mundo que tenían hambre, frío, cólicos, miedo. Pasé noches amamantándolos, tratando de calmar un hambre infinita que parecía ser hambre de otra cosa. En cada desvelo me aparté de mí misma. Partí.<br /><br />Mi vida, al igual que la de muchas madres – no diré nada nuevo, repito-, se divide en un antes y un después de ese momento en que vi la luz de esos ojitos. Desde entonces cualquier otra cosa me parece secundaria. Soy una mejor persona desde ese instante. Soy hija de mis hijos porque el día en que nacieron también nací de nuevo y ahora vamos pasando por la infancia entrelazados. Feliz de volver a ciertos juegos, pero con el desasosiego de pasar de nuevo por ciertos temores. Soy mejor persona, sin embargo, por el bien de mis críos mataría y mentiría sin ningún remordimiento. Me gusta encontrar en mí pensamientos criminales en pos del bien de mis hijos. Lejos de sentirme culpable, me siento fuerte. Desde pequeños insectos, pasando por asquerosas criaturas, sin detenerme si quiera en lo humano, eliminaría cualquier cosa que represente un peligro para mis hijos. Soy mejor persona en un sentido que está más allá del bien y del mal.<br /><br />No soy ya un individuo, no soy indivisible: desde ese minuto sublime del parto estoy partida, tengo varios corazones latiendo a un mismo tiempo. No soy ciudadano de ningún lugar, patria o bandera: vivo al servicio de dos principitos provenientes de planetas lejanos, asteroides pequeños y sublimes. Canto sus himnos de caramelos, me pongo firme ante sus banderas dibujadas con lápices de cera, creo en sus historias, les preparo sus comidas favoritas, les leo cuentos y más cuentos. Dicen que la madre es la patria, pero a mí me gusta invertir los dichos: mis hijos son mi patria. Por sus sonrisitas, me enrolo en el ejército más bravío. Dicen que la madre es la lengua, pero es mentira. El idioma que hablamos viene marcado por sus respiraciones.<br /><br />Soy una ciudadana imperfecta: en lugar de pensar en leyes o colectivos, paso horas jugando a las reinas dormidas o al pollito inglés. En lugar de leer el periódico, paso horas imaginando tonterías junto a mis niños: si tuviésemos un loro en esta casa, qué diría… y todo tipo de cosas sin mayor utilidad porque no tenemos un loro, o porque los loros de este lado del mundo hablan menos que los tropicales.<br /><br />No tengo autonomía, no soy UNA. No tengo todo el tiempo que quisiera para escribir, no puedo trabajar más horas ni quedarme durmiendo hasta tarde una mañana de domingo porque dos boquitas me reclaman. Me voy de mi ego, eso sí. El parto es también partir de uno mismo, vivir más allá del ego, irse, desconcentrarse, dejar de mirarse el ombligo, dividirse en más de dos mitades. Se que un día mis hijos partirán, quedaré sola otra vez conmigo misma, dormiré a pata suelta cada mañana, pero también sé que entonces seré otra. Nunca volveré a ser lo que fui. Siempre estaré partida.<br /><br />No mentiré: también está la literatura, el amor, la vida, la supervivencia. Pero a la hora de la verdad, lo único que me importa son esos dos pares de ojitos. Luego está todo lo demás, incluso yo misma. </div>LLhttp://www.blogger.com/profile/07717215979618911734noreply@blogger.com5tag:blogger.com,1999:blog-33683648.post-78377490220683797342010-08-16T11:30:00.003-07:002010-08-16T11:37:14.431-07:00Las lágrimas, la escuela, Foucault y yo misma<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjgvbc4QqSaCnbdNHSzNlhxyIqsKs8mIyVASXzUUXJdUpbQWk-1pr1Au_OMUAU0jPXln6Jk2TZpKOC_-pUWPuJatHfDczqyD5l5BeamrB-sWmoTmAy89_7B3Dnyq0VqL5a_9ICIRA/s1600/xilofono.jpg"><img style="MARGIN: 0px 0px 10px 10px; WIDTH: 267px; FLOAT: right; HEIGHT: 400px; CURSOR: hand" id="BLOGGER_PHOTO_ID_5506078549266280258" border="0" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjgvbc4QqSaCnbdNHSzNlhxyIqsKs8mIyVASXzUUXJdUpbQWk-1pr1Au_OMUAU0jPXln6Jk2TZpKOC_-pUWPuJatHfDczqyD5l5BeamrB-sWmoTmAy89_7B3Dnyq0VqL5a_9ICIRA/s400/xilofono.jpg" /></a><br /><div><br /><div align="justify"><em><strong><span style="font-size:85%;"> "Es tan misterioso el país de las lágrimas"<br /> Antoine de Saint-Exupery<br /></span></strong></em><br /><br />Mi hija no ha parado de llorar desde hace un par de días. Dice que piensa en cosas tristes y que las lágrimas le salen sin querer. Dice que va a comer chocolates a ver si se le pasa. Le busco una caja inmensa de bombones, pero le advierto que la única manera de quitarse la tristeza está en su corazón, que los chocolates no ayudan.<br /><br />Acabamos con la caja de bombones. Ella llora hacia afuera. Yo lloro hacia adentro.<br /><br />Lloro escondida, para que mis hijos no me vean. Lloro porque mi hija llora y no sé cuál es el motivo. Soy una madre inmadura que llora. Mi hijo me ve con los ojos rojos y me pregunta que qué me pasa. Alergia, le digo. Estás triste, me dice. Pronto cumplirá cuatro años.<br /><br />Mi hija quiere ser de nuevo una bebé. Me lo dice mientras habló con una amiga. Me lo dice en español para que nadie la entienda. Le traduzco la frase a mi amiga. Mi amiga me dice que son las reacciones normales de una niña que va a comenzar en la escuela. Se le viene encima algo desconocido, exigencias, responsabilidades- me dice. Soy una madre inexperta que cree que la escuela es solo la emoción de los colores y las cartucheras, los cuadernos con olor a nuevo y los sacapuntas.<br /><br />No es que no sepa que la escuela es represión. Ha dicho Foucault que la escuela, los museos, los manicomios son lugares donde "normalizar" al otro. Y aunque la escuela contemporánea se crea un dechado de virtudes en lo que se refiere al respeto de las diferencias, la verdad es que todo sigue más o menos igual. La escuela es una máquina que aplana las diferencias, destruye la creatividad, aparta y separa. Eso lo sé, no por Foucault sino por mí misma, pero cuando se trata de mi hija sólo pienso en la emoción de sacarle puntas a 12 colores nuevos y pegar etiquetas en los cuadernos.<br /><br />Por supuesto que mi hija no piensa en Foucault cuando llora. Ni piensa en mi que fui una alumna muy buena pero incomprendida, nunca la favorita de las maestras, siempre la que se sentaba en el último puesto y a la que muchos miraban mal. Mi hija tal vez piensa en un autobús muy grande y amarillo al que tendrá que subir sola. Un salón lleno de pupitres con niños extraños. Unas tareas que deben ser entregadas a tiempo.<br /><br />Hoy le pondremos su nombre a cada lápiz, borrador, cuaderno. Hoy seré más sabia y no lloraré escondida. No lloraré de ninguna manera. Hoy consolaré sus miedos mientras nos comemos otra caja de bombones. </div></div>LLhttp://www.blogger.com/profile/07717215979618911734noreply@blogger.com4tag:blogger.com,1999:blog-33683648.post-89583079152697375962010-08-12T12:27:00.004-07:002010-08-12T12:42:23.192-07:00La culpa es de la nostalgia<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgznKzrequUFBpftaPRkgljW-UYspADEll4o7V9ldL29wCmNPAC5hyO5dky7N8BzvA-NWizadkKIujN-UQR4vQ1W1Xlr3Ax3g8z_K49tn6RG2tpb-BFVTh6oxo2yoyCN2RAUEIgbw/s1600/nostalgia.jpg"><img style="MARGIN: 0px 0px 10px 10px; WIDTH: 327px; FLOAT: right; HEIGHT: 400px; CURSOR: hand" id="BLOGGER_PHOTO_ID_5504610975268494178" border="0" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgznKzrequUFBpftaPRkgljW-UYspADEll4o7V9ldL29wCmNPAC5hyO5dky7N8BzvA-NWizadkKIujN-UQR4vQ1W1Xlr3Ax3g8z_K49tn6RG2tpb-BFVTh6oxo2yoyCN2RAUEIgbw/s400/nostalgia.jpg" /></a><br /><div>Hace unos 5 días o más llegué de Venezuela. Todavía no he cambiado la hora venezolana en mi reloj. Ayer en la piscina una señora me preguntó que qué hora era y le hice una seña diciendo que el reloj no servía. Ella pensó que era que yo no sabía decir la hora en este idioma y me pidió que le mostrara el reloj, que no hacía falta que hablara. Venía con sus caderas inconmensurables, su mar de pliegues y rollos, haciendo un tsunami en la quietud azul de la piscina. Venía hacia mi dispuesta a torcerme el brazo y mirar la hora en mi reloj. Señora – le dije- este reloj tiene la hora de otro país. Se detuvo y con ella se detuvieron las aguas, las otras madres que se bañaban con sus hijos, los demás niños, mis niños. Mijita – me dijo – ¿por qué no has cambiado la hora todavía? Me la quedé mirando y no respondí nada.<br /><br />¿Por qué no he cambiado la hora todavía?<br /><br />Por nostalgia, seguramente.<br /><br />Por nostalgia me como todos los chocolates que supuestamente traje para regalar. Me los como escondida, para no compartirlos ni siquiera con mis hijos. Por nostalgia me he fajado a cocinar tequeños, arroz con pollo, arepitas de anís, estoy ablandando un arroz para prepara una chicha. Por nostalgia limpio la casa y desempolvo los viejos adornos que estuve a punto de botar en mi último arranque minimalista. Por nostalgia baño a mis hijos en poncheras, teniendo una piscina a pocos metros de la casa.<br /><br />La vecina se queja de que no me había dejado ver desde que llegué y le hablo de la nostalgia y del jetlag.<br /><br />En fin: que la nostalgia me vale para cometer todo tipo de atropellos.<br /><br />Y la nostalgia me vale también para escribir tan poco y tan mal.<br /><br />Dejo estos link por si tienen ganas de leerme o escucharme en mejores momentos:<br /><br />En el excelente proyecto "<a href="http://superdemokraticos.com/es">Los superdemocráticos</a>":<br /><br /><a href="http://superdemokraticos.com/es/zerbrochene-fliesen/">Baldosas quebradas</a>, <a href="http://superdemokraticos.com/es/nullpunkt-panoptikum/">Panóptico punto cero</a>, <a href="http://superdemokraticos.com/es/espanol-las-caderas-de-america-red/">Las caderas de América</a>.<br /><br />En el espectacular blog "Cuatro cuentos":<br /><br /><a href="http://cuatrocuentos.wordpress.com/2010/07/17/liliana-lara-pistolas-de-plata/">Pistolas de plata</a>.<br /><br />Y en el mejor programa literario de la historia venezolana pueden escuchar una entrevista que me hicieron. Bueno "escuchar" es un decir, porque la verdad es que soy novata en radio y hablé todo el tiempo mirando a mis interlocutores (dos guapos!!) y no al micrófono (ese no era nada guapo!) Click a<a href="http://relecturas.podomatic.com/entry/index/2010-07-15T18_10_20-07_00">quí</a>.<br /><br />Supongo que la nostalgia también será la excusa para dedicarme al autobombo.<br /><br /></div>LLhttp://www.blogger.com/profile/07717215979618911734noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-33683648.post-74827427720010223682010-06-21T11:15:00.004-07:002010-06-21T11:27:36.485-07:00Maravillada!<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhlzV3aRMzphS3Q0A4ZGCdufozJvOOzqmOYfyyiw07E4T0P6SVVVMjXsMjHYT1v0wDwHh-PwlW8kyH1fT6MZWA28TBadN8enApIAQZT-yfjS5AVl8r1uvR9N16iJX1K7_aiW38PQg/s1600/chinches.jpg"><img style="MARGIN: 0px 0px 10px 10px; WIDTH: 400px; FLOAT: right; HEIGHT: 399px; CURSOR: hand" id="BLOGGER_PHOTO_ID_5485293526972632578" border="0" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhlzV3aRMzphS3Q0A4ZGCdufozJvOOzqmOYfyyiw07E4T0P6SVVVMjXsMjHYT1v0wDwHh-PwlW8kyH1fT6MZWA28TBadN8enApIAQZT-yfjS5AVl8r1uvR9N16iJX1K7_aiW38PQg/s400/chinches.jpg" /></a><br /><div> </div><div> </div><div>Sigo maravillada con estas cosas que sólo pasan por la magia internética!<br /><br /></div><div> </div><div><a href="http://superdemokraticos.com/es/angosturabitter/">Aquí </a>pueden leer un artículo mío en <strong>Los superdemocráticos</strong>.<br /><br /></div><div><a href="http://superdemokraticos.com/angosturabitter/">Aquí</a> lo pueden leer en alemán.<br /><br /></div><div> </div><div>Y <a href="http://www.freitag.de/superdemokraticos/1024-angosturabitter">aquí</a> en Der Freitag. </div>LLhttp://www.blogger.com/profile/07717215979618911734noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-33683648.post-70551180308197144462010-06-14T11:43:00.013-07:002011-06-15T11:48:29.040-07:00Schwarze Puppe y Superdemokráticos<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEir2hC4LLG4qXvabBJ3tLc9pniTyb8jqrzTjfvqc8l5XqHCyEUL_dIhXITJ7KSw-dXEPu-eOFjE-kQnKqVyQk7k4qOoTBhhyphenhyphenyElkjH6KEe4HA5GSt7yDjFVNW9mgFumi9HG1hPTGA/s1600/lossuperdemokraticos_logo_farbe_rgb_web.jpg"><img style="MARGIN: 0px 0px 10px 10px; WIDTH: 400px; FLOAT: right; HEIGHT: 140px; CURSOR: hand" id="BLOGGER_PHOTO_ID_5482707003668866450" border="0" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEir2hC4LLG4qXvabBJ3tLc9pniTyb8jqrzTjfvqc8l5XqHCyEUL_dIhXITJ7KSw-dXEPu-eOFjE-kQnKqVyQk7k4qOoTBhhyphenhyphenyElkjH6KEe4HA5GSt7yDjFVNW9mgFumi9HG1hPTGA/s400/lossuperdemokraticos_logo_farbe_rgb_web.jpg" /></a><br /><br /><div><br /><br /><div><br /><br /><div align="justify">Por esas maravillas que ocurren en la red, voy a participar durante estos próximos cuatro meses en un proyecto espectacular: <a href="http://superdemokraticos.com/es/hintergrund/">Los superdemokráticos</a>. Junto a otros autores latinoamericanos y alemanes, escribiré sobre historia, ciudadanía, cuerpo y globalización. <a href="http://superdemokraticos.com/es/autoren/">Aquí</a> la lista de autores, con un mapa tan afable que tiene a Israel en pleno Caribe, una isla frente a la costa venezolana. !Qué belleza! El proyecto es bilingüe, así que además de leer a mis compañeros de idioma, tendré la oportunidad de conocer a esos escritores alemanes que de otra manera no podría haber leído! (El Google Translate, se sabe, está cobrando vida propia, y en lugar de traducir, combina infinitamente las palabras para crear historias, como la mítica máquina pigliana) Y seré leída en alemán! Dios mío! El periódico Freitag publicó un especial con textos de varios de los participantes, también el mío. Pueden verlo <a href="http://www.freitag.de/superdemokraticos/1023-schwarze-puppe">aquí</a>. Sueno de lo mejor en alemán! A ver qué tal en español:<br /><br /><strong><span style="font-size:180%;">Muñeca negra<br /></span></strong><br />Antes de entrar a la primera clase de mi curso de español, veo a mis alumnos desde lejos. No me ven, no me reconocen. Hablan de sus viajes a Latinoamérica, sus mochilas, sus diccionarios, de las palabras que aprendieron en los bares, los barrancos, las quincallas. Yo los veo desde lejos y sé que esperan que la maestra sea una mezcla de Jennifer López con Penélope Cruz, con frutas de Carmen Miranda y plumas de La Tongolele. Pero entro yo: latinoamericana apagada, casi blanca con boca y nariz de negra, pero caderas y curvas enfundadas en un sobrio apátrida. La clase no irá de la siesta a la fiesta, todo lo contrario: les haré exámenes orales, escritos, de selección múltiple – digo frunciendo las cejas, queriendo borrar todo lugar común de lo latinoamericano. Al rato llego a mi casa cansada. Llevar la máscara de la neutralidad pesa. Me tiro en la cama y me pongo mil cobijas. Ante la mirada asombrada de mi marido, digo: "Es que ya no soy venezolana". A lo que él me responde: "pero mijita, si pareces una vendedora de souvenirs para turistas, mírate en un espejo". Prefiero no mirarme porque pienso que encontraré una cara desdibujada, unos cabellos que ya no son tan crespos por lo seco de este clima, una piel cada vez más clara por tanto invierno, unos zarcillos sumamente israelíes.<br />Miro mi casa y descubro que la neutralidad también se va apoderando de ella. Mi marido señala en un estante sus revistas de rock argentino, sus maracas brasileras, sus flautas de todos los países. Pero yo me empeño en ver los muebles que sacamos de paquetes del grosor de una caja para pizza, diseñados por un frío sueco y elaborados por un explotado chino. Entonces él me señala el poema de Rafael Cadenas pegado en la pared como un símbolo patrio y pronuncia la palabra nefasta: "hibridez". No es neutralidad, es hibridez. Y abrimos la despensa de la cocina para regodearnos en nuestra hibridez culinaria. Y en el cuarto de los niños, entre todos los monstruos, las Bratz y las hidras, encontramos una muñeca de trapo negra como la noche más negra de cualquier costa del Caribe bañada de selva. Una muñeca que yo compré en una carretera venezolana a orillas del mar. Un lugar en el que la gente desconoce el término "políticamente correcto" y las muñecas son negras porque sí. Porque hay a quienes les gustan las muñecas rosadas y hay quienes las prefieren negras. Recuerdo que un día mi hija sacó a pasear a esa muñeca. La llevaba en un bolsillo de su pequeño morral y una señora que estaba detrás de nosotros se quedó mirándola como quien ve un monigote para hacer vudú. Los ojos desorbitados, casi se persigna. Entonces pensé: esa muñeca que mi hija besa a cada rato y quiere sacar a pasear, para los otros es un bicho horrible, un choque cultural, un susto. Esa muñeca que mi hija adora, que piensa que fue mía de niña, que yo compré porque me recordó mi infancia, esa muñeca a los otros les remite a una tiniebla. Una muñeca igual a la que mi mamá me compró hace mil años, probablemente recordando su infancia también. Por el teléfono mi madre me aclara que en Venezuela ya las niñas no quieren ni ver a esas muñecas.<br />Soy un limbo, un entresijo, una contrariedad: una muñeca negra me recuerda un país en el que ya las niñas no quiere ver muñecas negras. Y mis hijos están creciendo con una muñeca negra que asusta a los de aquí y espanta a los de allá. Soy como esa muñeca negra, sólo comprendida por la identidad doméstica.<br />A la segunda clase de español no llevaré ni frutas ni plumas, que no sabría dónde ponérmelas, pero sí un tecnomerengue de Rita Indiana para que nos sean más leves las diferencias entre el ser y el estar. </div></div></div>LLhttp://www.blogger.com/profile/07717215979618911734noreply@blogger.com4tag:blogger.com,1999:blog-33683648.post-64368521218932504222010-05-09T23:37:00.006-07:002010-05-11T20:14:22.300-07:00Un testimonio llenándose de olvido (y una voyeurista que no puede salvarlo)<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgzdO7Xsvg7Q4dahBqwR0SbfyNUQsmTmTYdmqln8qoHorvYpX7YQYQsRJMdTNlUw3RfGd2acFSMa13ctXdra5KSd0_Tq2YsyAOc9I-DAiTMueJOn6wImfNk_p1Q39vKcya3CTsR1Q/s1600/tren+viejo.jpg"><img style="MARGIN: 0px 0px 10px 10px; WIDTH: 400px; FLOAT: right; HEIGHT: 300px; CURSOR: hand" id="BLOGGER_PHOTO_ID_5469528929381075634" border="0" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgzdO7Xsvg7Q4dahBqwR0SbfyNUQsmTmTYdmqln8qoHorvYpX7YQYQsRJMdTNlUw3RfGd2acFSMa13ctXdra5KSd0_Tq2YsyAOc9I-DAiTMueJOn6wImfNk_p1Q39vKcya3CTsR1Q/s400/tren+viejo.jpg" /></a><br /><div align="justify">Apenas subí a la camionetica, me topé con la viejita y su libro. No recuerdo qué libro era, sólo recuerdo que era italiano. La miré y me reí, cómplice. Ver un idioma latino entre tanto trazo semítico es como encontrarse con un primo o un familiar cercano. La viejita se rió, amable, desde la profundidad de unos ojos amarillos rodeados de arrugas bondadosas. Me senté detrás de ella. Vi su pelo gris, su libro abierto, su pañuelo de algo que se me ocurría seda. Me sentí a gusto. </div><div align="justify"></div><div align="justify"><br />Subiendo el monte de Zion, un olor a quemado inundó la camionetica. Deben ser los frenos, pensé yo, aunque no había motivo para frenar en una subida. De todos modos, no me preocupe. El olor me trajo gratas memorias: las camioneticas de mi patria; un autobús de los años 50 bajando por Tazón antes de aterrizar en Caracas; un "carrito por puesto" en las curvas de Mochima. Pero a la viejita italiana ese olor no le trajo ningún grato recuerdo y muy nerviosa le dijo al conductor en perfecto hebreo que olía a quemado. El conductor dio una explicación mecánica que no hubiese yo podido entender aún si él la hubiese dado en español. Está todo bien –pensé- y seguí con mis recuerdos. </div><div align="justify"></div><div align="justify"><br />Otra pasajera, de falda larga y cabeza cubierta, le dijo a la viejita que su voz le era conocida. ¿No es usted la maestra tal? La viejita asintió y comenzaron a recordar viejos tiempos en un internado para señoritas. La viejita había sido maestra, pero no me quedaba claro de qué. ¿Tal vez historia? o ¿literatura? La señora había sido su alumna y con voz brillante de alegría recordaba nombres y anécdotas. En un momento la viejita dijo que había publicado un libro. La señora quiso comprarlo, pero la viejita dijo que no se conseguía en ninguna parte, que había sido una auto-edición, que sólo se conseguía en una pequeñísima librería que era de una vieja amiga. ¿De qué trata el libro? – quiso saber la señora. Es mi testimonio sobre el holocausto- dijo la viejita y a mí me entró un escalofrío. Recordé su risa bondadosa, su libro italiano, el imaginario parentesco que nos unía. Ella había estado allí de niña, antes de llegar a Israel – dijo- y lo había contado en esas páginas. También había contado cómo había podido seguir viviendo con "eso". Increíblemente, había tenido que publicarlo sola. Ahora el libro estaba perdido en una mínima librería del sur de Israel que es como decir la nada. Un testimonio llenándose de olvido. </div><div align="justify"></div><div align="justify"><br />Cuando llegamos a Jerusalén, cuando nos bajamos de la camionetica, le miré los ojos amarillos nuevamente. Sonreí y ella me contestó con su sonrisa. Quise hablarle, pero no me atreví. Soy una voyeurista en esta lengua.</div>LLhttp://www.blogger.com/profile/07717215979618911734noreply@blogger.com7tag:blogger.com,1999:blog-33683648.post-28287755228071326802010-04-23T01:52:00.006-07:002010-04-23T03:39:32.718-07:00De las profesiones y los lugares del escritor<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEihKaaRVISHdgwTdCsXedQK08_g5bPActbMghMyJNrp4VtU2xYnVgbAtVxra6l0jqDwX3fZzXBX9is97ovWgIqrHG6UDWtjLw5Ks57F0vd8LLEe3FmuPuAwYRO10Ii8ephVxD88SQ/s1600/manos.jpg"><img style="MARGIN: 0px 0px 10px 10px; WIDTH: 400px; FLOAT: right; HEIGHT: 400px; CURSOR: hand" id="BLOGGER_PHOTO_ID_5463254397599073682" border="0" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEihKaaRVISHdgwTdCsXedQK08_g5bPActbMghMyJNrp4VtU2xYnVgbAtVxra6l0jqDwX3fZzXBX9is97ovWgIqrHG6UDWtjLw5Ks57F0vd8LLEe3FmuPuAwYRO10Ii8ephVxD88SQ/s400/manos.jpg" /></a><br /><div>La fortuna o el azar hizo que me fuera dado el privilegio de participar en una mesa redonda sobre blogs y literatura. Mi compañero de conversación era el taxista-escritor que lleva el exitoso blog "<a href="http://blogs.20minutos.es/nilibreniocupado/">Ni libre ni ocupado</a>". Un taxista poeta que descubre historias en su carro, en las calles de Madrid, en las conversaciones de sus pasajeros pero también en sus silencios, en los objetos que olvidan en el asiento trasero, en la ecuación que une el punto de partida con el punto de llegada del recorrido del taxi. Después de escucharlo, no me quedó ninguna duda de que la mejor profesión para un escritor es la de taxista.<br /><br />O la de cartero: una señora del público dijo que ese era su trabajo y comentó todas las historias que se podían inventar en cada carta llevada o en cada postal leída.<br /><br />O la de bibliotecaria: la bella chica de la biblioteca comentó todos los cuentos que imagina tras escuchar a los usuarios y sus extrañas selecciones de libros.<br /><br />Un escritor, además de leer muchísimo, debería dedicarse a profesiones como esas: bibliotecarios, carteros, taxistas. Lugares privilegiados para la observación detallada y descarada de los otros. Lugares donde las historias nacen.<br /><br />Kafka era oficinista.<br /><br />Tuve un tío/abuelo telegrafista que escribió dos novelas que no he leído.<br /><br />Un escritor desempleado o empleado en alguna profesión nefasta de esas que pisotean la creatividad, debe buscar la manera de estar en esos lugares donde las historias nacen. Yo, por mi parte, trato de estar mucho tiempo en la peluquería o en los autobuses. En los ministerios y en las estaciones de tren. En las plazas y en los baños públicos. Pero también pasó largos ratos ojeando las intimidades ciberespaciales que se desparraman en la red en forma de fotos, blogs, avatares, comentarios. Navego por ese enjambre de voces ajenas y anónimas. Tejo historias con la nada, lo inasible, lo inalámbrico. </div>LLhttp://www.blogger.com/profile/07717215979618911734noreply@blogger.com7tag:blogger.com,1999:blog-33683648.post-18989100723482880052010-04-09T12:00:00.003-07:002011-06-15T11:48:52.253-07:00De la lengua húmeda a la lengua florida<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhlWvNkEFJkZwvGX7Rw824lPwdBcga9wDQzIVL7nsyXYP8MBRMeS901webxEJZo09MY6y-l3pBW7wn5bRc_Ul48UB9pyVl6Q6mrjCxUPLUa7GDedXQ7OLIJBePcZ9rCbLhTkwORtA/s1600/helado.jpg"><img style="MARGIN: 0px 0px 10px 10px; WIDTH: 400px; FLOAT: right; HEIGHT: 297px; CURSOR: hand" id="BLOGGER_PHOTO_ID_5458216522737112066" border="0" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhlWvNkEFJkZwvGX7Rw824lPwdBcga9wDQzIVL7nsyXYP8MBRMeS901webxEJZo09MY6y-l3pBW7wn5bRc_Ul48UB9pyVl6Q6mrjCxUPLUa7GDedXQ7OLIJBePcZ9rCbLhTkwORtA/s400/helado.jpg" /></a><br /><br /><div>Mi vida en este idioma sigue dos movimientos:<br /><br />Uno en el que no hago más que simular que hablo en un nivel aceptable. Un constante poner caras, repetir lo que los otros acaban de decir, dejar frases a medio terminar. Un hablar con puntos suspensivos.<br /><br />El otro movimiento va en caída libre: un "vente tú" y un "sálvese quien pueda".<br /><br />En el primer movimiento soy una pésima actriz que no ha aprendido el libreto, pero simula y disimula como la que más. Con mi máscara hebrea, me pavoneo, me río, me hago la loca, contesto aunque no entienda la pregunta. ¿Acaso en nuestra lengua materna contestamos exactamente lo que se nos pregunta? Nunca me quedo callada porque el silencio en otra lengua es señal de ignorancia. En esta instancia me esmero con la pronunciación, las muletillas, los gestos de la lengua máscara. Hablo, ya lo dije, con puntos suspensivos que los demás completan con palabras ultra elevadas, frases célebres, citas de la biblia. Entonces queda como que era yo la que quería decir eso, como que fueron los otros los que no me dejaron terminar, pero mira tú, ¡qué bien sintonizados que estamos!!<br /><br />En la caída libre me valgo de cualquier palabra en cualquier idioma para tratar de traducir un chiste intraducible porque tengo ganas de reírme a la venezolana y no consigo con quién. Por lo general el interlocutor queda con ojos de huevos fritos, se rasca la cabeza y decide retirarme el saludo de una vez y para siempre, no traer nunca más a sus hijos a que jueguen con los míos, pedir que me deporten, que me lleven de los pelos, loca que no hace más que embarrar la lengua nacional. Entonces pido disculpas por no tener un hebreo húmedo, cuando la verdad es que quise decir un hebreo florido. Dos adjetivos que me suenan casi igual.<br /><br />En el primer movimiento, en cambio, soy una intelectual con mucho acento, como esos profesores de barba y cadencia rusa que el populacho suele asociar con Einsteins resurrectos. Barba y acento ruso son sinónimos de sabiduría. Pelo ondulado y acento venezolano no tanto, pero bueno ... supongamos que... En mi primer movimiento digo que leer y escribir me cuestan sólo porque estoy acostumbrada a leer y escribir rapidísimo en español y no tengo paciencia.<br /><br />En el segundo movimiento, asumo que la poca risa que causan mis chistes se deben a la falta de humor local, a lo chato del pensamiento, a un pesado pasado y a un futuro incierto. No al acento, no a la mala pronunciación, no a la intraducibilidad de los chistes, no a la falta de palabras.<br /><br />En el primero movimiento, suelo hablar de cosas de las que no tenía ganas de hablar, pero sí tenía las palabras. Entonces todos me miran, levantan las cejas y asienten.<br /><br />En el segundo movimiento, suelo hablar de lo que quiero y de vez en cuando consigo una mirada benevolente o una sonrisa a moco tendido. Soy más feliz en este punto: ¿Acaso en nuestra lengua materna todos nos miran y asienten o no son sólo unos pocos los que nos abrazan con su risa?<br /><br />No me gusta ser la educada con acento, sino la peliloca disléxica, pero tengo que simular, disimular, secar mi lengua húmeda y hacerla pasar por florida. </div>LLhttp://www.blogger.com/profile/07717215979618911734noreply@blogger.com2tag:blogger.com,1999:blog-33683648.post-43192424976241869702010-03-31T00:05:00.005-07:002010-03-31T02:59:43.634-07:00¿Hacerle frente a los miedos o irse corriendo a comprar helados?<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjEt7SY58G5PY4ye8wpjQ6i9RuM3OBkeMB2l9hG1sbLCBNR6B4Gu67_y05miX2ighwUTKRKFf_1wUtu4IChYYQIE5YV5B6iCTxHgHbP4PhCmiDcFsBoSsL7bsD9FuqGx_T3ELusPw/s1600/superbloque.jpg"><img style="MARGIN: 0px 0px 10px 10px; WIDTH: 332px; FLOAT: right; HEIGHT: 400px; CURSOR: hand" id="BLOGGER_PHOTO_ID_5454694863329434098" border="0" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjEt7SY58G5PY4ye8wpjQ6i9RuM3OBkeMB2l9hG1sbLCBNR6B4Gu67_y05miX2ighwUTKRKFf_1wUtu4IChYYQIE5YV5B6iCTxHgHbP4PhCmiDcFsBoSsL7bsD9FuqGx_T3ELusPw/s400/superbloque.jpg" /></a>En la punta de la montaña estaba la boca de la gruta. Le habían puesto una escalera de metal para que la gente bajara sin la posibilidad de caerse. Apenas mi niña vio ese hueco por el que todos estaban entrando, dijo con vocecita temblorosa: "no".<br /><br />- Claro que sí -le dije- tenemos que entrar allí como todos los demás padres y los demás niños.<br /><br />Luego, cambiando la voz, adoptando el tono solemne de las grandes enseñanzas, agregué.<br /><br />- Hay que hacerle frente a los miedos.<br /><br />Bajamos por la escalerita hasta la atmósfera fría de la gruta. Temblaba de miedo mi niña y de emoción mi niño. Yo, en medio, temblaba a los ritmos disparejos que me venían de ellos. En las paredes habían tallado espacios para colocar velas y una madre precavida las había traído, las había encendido. La gruta helada parecía temblar con el vaivén de las sombras que producían las llamas.<br /><br />- Hay que hacerle frente a los miedos- me dije esta vez a mí misma, mientras mi niña decía que no con una vocecita que apenas se escuchaba y mi hijo decía que sí con toda la fuerza de sus pulmones. Un sí que repercutió en todas las paredes de piedra blanca.<br /><br />Luego de un túnel estrecho y en el que había que caminar encorvado, había una especie de sala. Uno de los padres detuvo allí la excursión subterránea para explicar no sé qué cosa sobre historia o geología. La respiración de 10 niños con sus respectivos padres agotaba el aire.<br /><br />- Aquí no cabemos – dije.<br /><br />- Y pensar que aquí vivía gente hace mil años – dijo un padre al lado mío.<br /><br />Y entonces nada más pensar en esa gente la nariz se me cerró. Era como si de pronto el aire frío se hubiese convertido en piedra irrespirable. Miré a mi marido y le dije bajito para que nadie escuchara – y también porque con la glotis a punto de sellarme la garganta, era poco lo que podía yo hablar- Vamonos de aquí.<br /><br />Apenas di media vuelta, mi hija dijo "sí" con su vocecita y emprendió la retirada. Mi hijo dijo "no" con su vocezota y se negó a caminar. Separarse del grupo significaba quedarse a oscuras. Mi esposo trataba de iluminar el túnel estrecho con la luz de su teléfono celular. Las velas que habían puesto en la entrada casi se habían consumido. Mi hijo se negaba a avanzar, no se quería ir. El aire no me entraba por la nariz, como si fuese una masa espesa de frío y voces muy antiguas. Estaba a punto de ponerme a gritar en el espacio estrecho de ese túnel de piedra, oscuro como la ceguera definitiva, con un aire irrespirable, iluminado de vez en cuando por la débil luz azul de un teléfono celular. Y pensar que aquí vivía gente hace mil años – se repetía esa frase en mi recuerdo. Estaba a punto de ponerme a gritar, pero pensé en mis hijos. Hay que hacerle frente a los miedos – me dije- y me tragué el grito, aguanté la respiración, halé a mi hijo y caminé, caminé, caminé hasta la luz.<br /><br />Soy claustrofóbica. No soporto los túneles, ni las cuevas, ni los toboganes cerrados.<br /><br />Y tengo otra fobia que no sé cómo se llama: no soporto estar en un lugar donde la gente ha tenido que vivir de forma inhumana, escondida, agachada. No importa que eso haya pasado hace miles de siglos. Odio las catacumbas, las mazmorras, las ruinas, las casas destruidas o abandonadas, los castillos medievales. Se me cierran todas las vías respiratorias apenas pienso en la gente que sufrió en esos espacios y sólo me provoca gritar y gritar y gritar.<br /><br />Cuando salimos de aquel infierno, evitando cualquier pregunta, queja, moraleja o gran enseñanza, dije:<br /><br />- Vamos, vamos a comprarnos unas barquillas de chocolate - y nos fuimos corriendo a perseguir al carrito de los helados.LLhttp://www.blogger.com/profile/07717215979618911734noreply@blogger.com4