viernes, abril 23, 2010

De las profesiones y los lugares del escritor


La fortuna o el azar hizo que me fuera dado el privilegio de participar en una mesa redonda sobre blogs y literatura. Mi compañero de conversación era el taxista-escritor que lleva el exitoso blog "Ni libre ni ocupado". Un taxista poeta que descubre historias en su carro, en las calles de Madrid, en las conversaciones de sus pasajeros pero también en sus silencios, en los objetos que olvidan en el asiento trasero, en la ecuación que une el punto de partida con el punto de llegada del recorrido del taxi. Después de escucharlo, no me quedó ninguna duda de que la mejor profesión para un escritor es la de taxista.

O la de cartero: una señora del público dijo que ese era su trabajo y comentó todas las historias que se podían inventar en cada carta llevada o en cada postal leída.

O la de bibliotecaria: la bella chica de la biblioteca comentó todos los cuentos que imagina tras escuchar a los usuarios y sus extrañas selecciones de libros.

Un escritor, además de leer muchísimo, debería dedicarse a profesiones como esas: bibliotecarios, carteros, taxistas. Lugares privilegiados para la observación detallada y descarada de los otros. Lugares donde las historias nacen.

Kafka era oficinista.

Tuve un tío/abuelo telegrafista que escribió dos novelas que no he leído.

Un escritor desempleado o empleado en alguna profesión nefasta de esas que pisotean la creatividad, debe buscar la manera de estar en esos lugares donde las historias nacen. Yo, por mi parte, trato de estar mucho tiempo en la peluquería o en los autobuses. En los ministerios y en las estaciones de tren. En las plazas y en los baños públicos. Pero también pasó largos ratos ojeando las intimidades ciberespaciales que se desparraman en la red en forma de fotos, blogs, avatares, comentarios. Navego por ese enjambre de voces ajenas y anónimas. Tejo historias con la nada, lo inasible, lo inalámbrico.

viernes, abril 09, 2010

De la lengua húmeda a la lengua florida



Mi vida en este idioma sigue dos movimientos:

Uno en el que no hago más que simular que hablo en un nivel aceptable. Un constante poner caras, repetir lo que los otros acaban de decir, dejar frases a medio terminar. Un hablar con puntos suspensivos.

El otro movimiento va en caída libre: un "vente tú" y un "sálvese quien pueda".

En el primer movimiento soy una pésima actriz que no ha aprendido el libreto, pero simula y disimula como la que más. Con mi máscara hebrea, me pavoneo, me río, me hago la loca, contesto aunque no entienda la pregunta. ¿Acaso en nuestra lengua materna contestamos exactamente lo que se nos pregunta? Nunca me quedo callada porque el silencio en otra lengua es señal de ignorancia. En esta instancia me esmero con la pronunciación, las muletillas, los gestos de la lengua máscara. Hablo, ya lo dije, con puntos suspensivos que los demás completan con palabras ultra elevadas, frases célebres, citas de la biblia. Entonces queda como que era yo la que quería decir eso, como que fueron los otros los que no me dejaron terminar, pero mira tú, ¡qué bien sintonizados que estamos!!

En la caída libre me valgo de cualquier palabra en cualquier idioma para tratar de traducir un chiste intraducible porque tengo ganas de reírme a la venezolana y no consigo con quién. Por lo general el interlocutor queda con ojos de huevos fritos, se rasca la cabeza y decide retirarme el saludo de una vez y para siempre, no traer nunca más a sus hijos a que jueguen con los míos, pedir que me deporten, que me lleven de los pelos, loca que no hace más que embarrar la lengua nacional. Entonces pido disculpas por no tener un hebreo húmedo, cuando la verdad es que quise decir un hebreo florido. Dos adjetivos que me suenan casi igual.

En el primer movimiento, en cambio, soy una intelectual con mucho acento, como esos profesores de barba y cadencia rusa que el populacho suele asociar con Einsteins resurrectos. Barba y acento ruso son sinónimos de sabiduría. Pelo ondulado y acento venezolano no tanto, pero bueno ... supongamos que... En mi primer movimiento digo que leer y escribir me cuestan sólo porque estoy acostumbrada a leer y escribir rapidísimo en español y no tengo paciencia.

En el segundo movimiento, asumo que la poca risa que causan mis chistes se deben a la falta de humor local, a lo chato del pensamiento, a un pesado pasado y a un futuro incierto. No al acento, no a la mala pronunciación, no a la intraducibilidad de los chistes, no a la falta de palabras.

En el primero movimiento, suelo hablar de cosas de las que no tenía ganas de hablar, pero sí tenía las palabras. Entonces todos me miran, levantan las cejas y asienten.

En el segundo movimiento, suelo hablar de lo que quiero y de vez en cuando consigo una mirada benevolente o una sonrisa a moco tendido. Soy más feliz en este punto: ¿Acaso en nuestra lengua materna todos nos miran y asienten o no son sólo unos pocos los que nos abrazan con su risa?

No me gusta ser la educada con acento, sino la peliloca disléxica, pero tengo que simular, disimular, secar mi lengua húmeda y hacerla pasar por florida.