lunes, agosto 16, 2010

Las lágrimas, la escuela, Foucault y yo misma



"Es tan misterioso el país de las lágrimas"
Antoine de Saint-Exupery


Mi hija no ha parado de llorar desde hace un par de días. Dice que piensa en cosas tristes y que las lágrimas le salen sin querer. Dice que va a comer chocolates a ver si se le pasa. Le busco una caja inmensa de bombones, pero le advierto que la única manera de quitarse la tristeza está en su corazón, que los chocolates no ayudan.

Acabamos con la caja de bombones. Ella llora hacia afuera. Yo lloro hacia adentro.

Lloro escondida, para que mis hijos no me vean. Lloro porque mi hija llora y no sé cuál es el motivo. Soy una madre inmadura que llora. Mi hijo me ve con los ojos rojos y me pregunta que qué me pasa. Alergia, le digo. Estás triste, me dice. Pronto cumplirá cuatro años.

Mi hija quiere ser de nuevo una bebé. Me lo dice mientras habló con una amiga. Me lo dice en español para que nadie la entienda. Le traduzco la frase a mi amiga. Mi amiga me dice que son las reacciones normales de una niña que va a comenzar en la escuela. Se le viene encima algo desconocido, exigencias, responsabilidades- me dice. Soy una madre inexperta que cree que la escuela es solo la emoción de los colores y las cartucheras, los cuadernos con olor a nuevo y los sacapuntas.

No es que no sepa que la escuela es represión. Ha dicho Foucault que la escuela, los museos, los manicomios son lugares donde "normalizar" al otro. Y aunque la escuela contemporánea se crea un dechado de virtudes en lo que se refiere al respeto de las diferencias, la verdad es que todo sigue más o menos igual. La escuela es una máquina que aplana las diferencias, destruye la creatividad, aparta y separa. Eso lo sé, no por Foucault sino por mí misma, pero cuando se trata de mi hija sólo pienso en la emoción de sacarle puntas a 12 colores nuevos y pegar etiquetas en los cuadernos.

Por supuesto que mi hija no piensa en Foucault cuando llora. Ni piensa en mi que fui una alumna muy buena pero incomprendida, nunca la favorita de las maestras, siempre la que se sentaba en el último puesto y a la que muchos miraban mal. Mi hija tal vez piensa en un autobús muy grande y amarillo al que tendrá que subir sola. Un salón lleno de pupitres con niños extraños. Unas tareas que deben ser entregadas a tiempo.

Hoy le pondremos su nombre a cada lápiz, borrador, cuaderno. Hoy seré más sabia y no lloraré escondida. No lloraré de ninguna manera. Hoy consolaré sus miedos mientras nos comemos otra caja de bombones.

jueves, agosto 12, 2010

La culpa es de la nostalgia


Hace unos 5 días o más llegué de Venezuela. Todavía no he cambiado la hora venezolana en mi reloj. Ayer en la piscina una señora me preguntó que qué hora era y le hice una seña diciendo que el reloj no servía. Ella pensó que era que yo no sabía decir la hora en este idioma y me pidió que le mostrara el reloj, que no hacía falta que hablara. Venía con sus caderas inconmensurables, su mar de pliegues y rollos, haciendo un tsunami en la quietud azul de la piscina. Venía hacia mi dispuesta a torcerme el brazo y mirar la hora en mi reloj. Señora – le dije- este reloj tiene la hora de otro país. Se detuvo y con ella se detuvieron las aguas, las otras madres que se bañaban con sus hijos, los demás niños, mis niños. Mijita – me dijo – ¿por qué no has cambiado la hora todavía? Me la quedé mirando y no respondí nada.

¿Por qué no he cambiado la hora todavía?

Por nostalgia, seguramente.

Por nostalgia me como todos los chocolates que supuestamente traje para regalar. Me los como escondida, para no compartirlos ni siquiera con mis hijos. Por nostalgia me he fajado a cocinar tequeños, arroz con pollo, arepitas de anís, estoy ablandando un arroz para prepara una chicha. Por nostalgia limpio la casa y desempolvo los viejos adornos que estuve a punto de botar en mi último arranque minimalista. Por nostalgia baño a mis hijos en poncheras, teniendo una piscina a pocos metros de la casa.

La vecina se queja de que no me había dejado ver desde que llegué y le hablo de la nostalgia y del jetlag.

En fin: que la nostalgia me vale para cometer todo tipo de atropellos.

Y la nostalgia me vale también para escribir tan poco y tan mal.

Dejo estos link por si tienen ganas de leerme o escucharme en mejores momentos:

En el excelente proyecto "Los superdemocráticos":

Baldosas quebradas, Panóptico punto cero, Las caderas de América.

En el espectacular blog "Cuatro cuentos":

Pistolas de plata.

Y en el mejor programa literario de la historia venezolana pueden escuchar una entrevista que me hicieron. Bueno "escuchar" es un decir, porque la verdad es que soy novata en radio y hablé todo el tiempo mirando a mis interlocutores (dos guapos!!) y no al micrófono (ese no era nada guapo!) Click aquí.

Supongo que la nostalgia también será la excusa para dedicarme al autobombo.