domingo, noviembre 25, 2007

En el futuro será peor


"Y sí me siento parte de una generación; de una generación que no adquirió su amor por las historias, por los libros y por contar cuentos, sólo leyendo o sólo estudiando autores famosos de aquí y de allá o de dónde sea. Yo decidí escribir mis propios relatos después de ver miles de horas de televisión, de haber leído toneladas de suplementos, de haber dibujado resmas enteras de papel bond, de haber jugado Pac-Man hasta el cansancio, de haber llenado álbumes y álbumes de barajitas, de haber pasado horas en el cine, de haber sufrido humillaciones indecibles en mi país, de haberme aburrido de lo lindo leyendo los cuentos y novelas que propone el programa de bachillerato venezolano, de haber oído horas y horas de Radio Difusora Venezuela, de haber aprendido a manejar a los 28 años y de haber soñado durante siglos con tener un Javelin y una escopeta.
Lo que quiero decir es que, a partir de mi generación, escribir un cuento no es lo que era antes porque en el correr de estos años se han puesto a circular miles de artefactos y de recursos que han cambiado la forma de percibir la narrativa de nuestra propia vida, lo que, a su vez, ha cambiado nuestra forma de estudiar nuestro propio pasado y el pasado en general de la humanidad. Quien lea lo que escriben los miembros de esta generación pensando en patrones viejos, está jodido. Y les advierto que en el futuro será peor… "
Roberto Echeto, en una entrevista.

jueves, noviembre 22, 2007

Lluvia desde abajo


Llueve, pero tengo que llevar a los niños a la guardería porque me prometí a mí misma comenzar a escribir en esta mañana libre la novela que cambiará a la literatura de habla hispana.

El carro está tan lejos de la casa que es lo mismo ir caminando a la guardería.

Primer conflicto: a mi niña le gustan los vestidos. Vestidos rosados, llenos de vuelos, con telas vaporosas como alas de mariposas o exhalaciones de hadas. Fuuuuuuaaaaahhhh.

- No quiero usar pantalones –me dice mirándome con sus ojos redondos como vasos de cocacola.

- Hace frío – le digo, sacándole la pillama. (si, pillama)

- Quiero un vestido – insiste con sus ojos a punto de efervescencias gaseosas, como cocacolas agitadas.

Llueve, pero en realidad son goticas mínimas. En Maturín dirían que está garuando (y yo me extraño al saber que esta palabra existe, no es un modismo) Una lluvia mojatontos pero con un frío de perros. Necesitamos pantalones y sweteres. Todos.

Solución: Saco la artillería pesada: un abrigo polar azul marino, con elefante bordado y pelusas blancas alrededor de la capucha. Saco los accesorios de ocasión: bufanda rosa como un algodón de azúcar con colorante artificial. Gorro rosa de igual material, para llevar debajo del capuchón. Paraguas de Dora la exploradora. Guantes.
Así los ojos revierten el proceso de efervescencia. Se alegran y brillan con esa luz casi táctil con la que brillan cuando están dichosos. Temblando de emoción, mi niña se transforma en una esquimal.

- El invierno no es tan malo, ¿viste? – le digo – Tienes que usar toda esta ropa, estos gorros, estos guantes y el paraguas de Dora. ¿Cómo van las hadas en invierno?

- Te las voy a dibujar cuando regrese – dice- para que las veas.

Vestir al bebé es otro problema: nunca le han gustado los gorros. Así, va con capuchón, pero sin gorro. Zapatos de suela limpísima, porque aún no camina.

Segundo conflicto: La esquimal, el hada que viaja al polo norte, la niña que apenas muestra los ojos debajo de toda esa indumentaria, ve un pozo de agua y va corriendo a saltar dentro de él, para que sus profundidades cacao vuelen por los aires convertidas en gotas y caigan en todas partes. Una lluvia desde abajo con la que no contábamos.

El bebé, salpicado de marrón, se arranca la capucha y aplaude, se ríe infinitamente feliz y ha decidido que apenas pueda caminar va a hacer lo mismo: brincar pozos, hacer volar sus aguas por los aires.

Solución: Cambiar los gritos por risa. ¿Qué se le va a hacer? El hada esquimal decidió convertirse en tonina. El bebé, en una galleta chocolatechips.

Llegamos tarde a la guardería y a la computadora.

Otro día sin comenzar a escribir la supuesta novela. Excusas: el tiempo que vuela, el mal tiempo que nos sobrevuela con sus lluvias y granizos, dos esquimales hermosos y encharcados, cerros de ropa mojada para lavar, secar, doblar.

sábado, noviembre 17, 2007

la realidad ausente


Toda ciencia ficción es política, dicen los entendidos. Y la ciencia ficción le valió a Ricardo Piglia para hablar de realidades implantadas por un estado omnipresente en hospitales neurosiquiátricos, pero también en medios de comunicación, museos, prisiones. Así, La ciudad ausente relata la multiplicidad de realidades contrapuestas en eterna lucha en medio de una ciudad desdibujada. Cada persona parece vivir en un contexto distinto. No se trata sólo de la realidad que pretende imponer el estado en contra de la realidad que es protegida por los espacios de la contracultura. Es mucho más complejo: una especie de esquizofrenia social en la que cada individuo parece vivir en un espacio paralelo, delimitado y único. En medio de la ausencia de un hilo conductor de lo social (porque el que se pretende establecer como conductor no es más que la manipulación de un estado totalitario), una máquina destartalada, o una mujer eternizada por la cibernética –según algunas versiones – se autoproclama refugio de las voces de los otros. Así guarda grabadas historias de los que han sido desplazados, los perdedores, esas otras versiones que a una Historia con mayúsculas no le interesa. Pero estas grabaciones no son más que un apelmazamiento de voces: como transmisiones de una radio vieja y mal sintonizada se sobreponen una sobre la otra sin orden ni concierto. Es la pluralidad con su barullo e inconexión en oposición al bloque del poder.

Cambiar el lenguaje es también cambiar la realidad, dicen los que saben. Y como Piglia se vale de la ciencia ficción para contarnos esto, yo me valgo de Piglia para corroborarlo. En La ciudad ausente las palabras se van despojando de sentidos, primero en una pequeña historia: una niña cuya capacidad lingüística es un jardín cerrado al que su padre debe acceder despojándose de su propio lenguaje. Después, porque ese núcleo anecdótico contagia a toda la novela. Quien quiera cambiar el mundo que cambie el nombre de las cosas. Así, algunos asesinos son mártires, depende de en cuál lado de la frontera te encuentres. Y de este modo, se roba desde ministerios con nombres pomposos.

Para mí, La ciudad ausente es la mejor novela de Piglia. La que me atrapó. Siempre la tuve fotocopiada (por falta de plata o porque era difícil conseguirla) hasta que un día le hice una entrevista a un argentino muy rubio pero bongosero de una orquesta de salsa imposible. A él le había parecido un bodrio y no dudó en regalármela. Y ya ven, para mí fue LA NOVELA que marcó una época de mi vida. No releería nada más de Piglia. Incluso, ahora ya no le tengo paciencia a su extremada erudición, pero a La ciudad ausente vuelvo cada vez que puedo. La penúltima vez que la releí fue antes de emprender viaje a Buenos Aires porque pretendía hacer un “viaje literario” que terminó en pizzas familiares, lápices de cera y algunos post con consejos para viajar con niños.

Ahora la releo porque algo en estas realidades en las que vivo (las de mi país y las del país en el que vivo) me la recordaron.

jueves, noviembre 08, 2007

Libros abandonados


Debe ser parte de esa “educación” de comerse todo lo que tienes en el plato porque en África o aquí mismito hay niños que se mueren de hambre, debe ser por eso que uno también tiene que leer cualquier libro que comienza y no se atreve a dejarlo por la mitad, aunque el caso lo amerite. No obstante hay casos que borran años de cantaletas maternas a la hora de comer: cuando una abuela nos presentaba un plato de vísceras, no había educación que valiera. Así, hay libros como platos de vísceras que nos atrevemos a dejar por la mitad o al primer bocado, sintiéndonos culpables, claro (porque a uno le gusta leer/comer bastante, ¿no?). En estos días me puse a pensar en qué libros he dejado por la mitad o no he podido pasar de las primeras páginas. Muy pocos, ya he dicho que soy “educadita” y tiendo a terminar todo lo que comienzo (si,si,si...jajaja), pero últimamente la falta de tiempo que perder me ha hecho abandonar mis principios y dejar algunos libros por la mitad. El primero que recuerdo haber abandonado fue Nocturno de Chile de Bolaño. Sí, sí, mi querido Bolaño no es infalible. Y miren que he leído varios de este señor y lo tengo en un alta estima, no me cuento entre sus envidiosos detractores que lo odian no más porque se ha vuelto autor de culto y estoy segura que no han pasado de dos novelas de él. Yo, en cambio, lo adoro, lo he leído con gusto, soy su defensora a capa y espada, he leído casi todo lo de él (menos esos inventos póstumos). Pero Nocturno de Chile me aburrió mortalmente. Si Amberes es una novelita rara y medio fastidiosa, nada que ver con el monólogo ladilla de Nocturno de Chile. Me dolió dejar este libro, confieso, pero lo dejé porque a estas alturas de mi vida no tengo tiempo para perder y hace años que me atrevo a dejar comida en el plato (hay que cuidar la línea...) Pero bueno, lo dejé con dolor, pensando que tal vez se ponía mejor luego y que me lo iba a perder, etcétera. El segundo libro que recuerdo haber dejado a medias no me dio tanta lástima: La virgen de los sicarios de Fernando Vallejo. Al parecer a los colombianos les ha dado por las novelas de sicarios, esto lo leí en alguna parte, pero no recuerdo dónde …. Del realismo mágico al sicariato…. Y Fernando Vallejo no ha podido escapar a esta consigna ni aún nacionalizándose mexicano. La novela es un compendio de lugares comunes y de esa necesidad de “escandalizar al burgués” que luego me enteré caracteriza al autor. Narra la relación sadomasoquista y homosexual entre un viejo gay y un niño sicario que está buenísimo y que es malísimo con el pobre señor. ¿Donde vi o leí esto antes? Gran parte de la literatura y la cinematografía gay gira en torno a este tópico. Es decir: nada nuevo bajo el sol. Pero bueno, ya decía Borges que todas las historias ya han sido escritas, esto no es lo que me aburrió. Me aburrió la violencia, el escándalo, pero sobre todo que se sintiera lo forzado de ese escándalo, algo así como que el narrador dijera “asómbrense, oficinistas, amas de casa, profesorcitos de literatura” Cuando Montero Glez arma a Charolito, ese gitano arrabalero que es el protagonista de Sed de Champán no lo hizo tan forzadamente escandaloso. Yo, por mi parte, disfruté de su arrabaléz (si se puede decir así) y su bajofondismo en cada línea. Pero no es de cómo abordar lo escandaloso en la literatura de lo que estoy hablando, sino de los libros que abandonamos, que no soportamos y nos damos el lujo de dejar por la mitad.
El tercer libro que recuerdo haber dejado por la mitad fue Tokio Blues (Norwegian Woods) de Haruki Murakami. Aunque lo comencé muy entusiasmada y escuché la cancioncita de los Beatles varias veces, debo confesar que me pareció un plomo. Lentísimo. Redundantísimo. Me alegró saber que yo no era la única que pensaba lo mismo sobre esta novela de este autor tan de moda. Pero algún día la retomaré, porque según cuentan en este post, al final se pone buena.

El abandono de libros tal vez tiene que ver también con que los libros que leo casi todos no los he comprado. Son de una biblioteca estupenda como la de Alejandría. Tal vez si tuviera que pagar por los libros (mas allá de la suscripción anual), me daría más dolor no terminarlos. No sé. Lo cierto es que, aun cuando a uno le gusta comer, hay platos imposibles.

¿Qué libros has abandonado tú?