jueves, mayo 24, 2007

Siete consejos para escribir cuentos de quien sólo ha escrito siete cuentos II


Este es el segundo de siete consejos dirigidos en realidad a toda persona (ya se sabe: cambiar las “o” por las “a” o por las “e”) que pretenda escribir cuentos.

2.- Enciérrate.

Si he de aplastar el culo en una silla, que sea en la silla de un café parisino y/o porteño, en una mesa bien ubicada, frente a un café con leche sin azucar o un güisqui doble, dirán algunos. Porque cuenta la leyenda que Sartre escribía en mesas de cafés parisinos. Entre tazas de café, el menú y la colilla derretida en el cenicero, probablemente frente al Sena, en esos cafés cuyas mesas traspasan el límite del recinto y se expanden por las aceras. Miraba, escribía, se dedicaba a la nada o a la nausea. Miraba, fumaba, escribía en servilletas arrugadas. Tal vez Simone de Beauvoir podía hacer otro tanto: escribir en un café, mientras esperaba que llegara uno de sus amantes. Esos cafés amarillos y gris piedra donde un tiempo fluvial transcurre a cuentagotas. O esos cafés rojos, con vino blanco en copas altas y asientos de terciopelo negro que te empegostan la espalda de sudor pero que importa si los dedos se llenan de tinta, si la punta de la pluma recorre la página con agilidad y destreza. Esos cafés míticos que me llevan a ese Tortoni de Borges, Alfonsina Storni y Gardel disecados, donde estuve hace algún tiempo y no pude escribir ni una línea, pero ese es otro cuento. O tal vez el mismo: Escribir en cafés es un mito. O tal vez es practica de almas sublimes que pueden mirar y no mirar a un tiempo. Dejarse estar y sumergirse en ese otro mundo que se va creando en la pagina en blanco. No distraerse con el café, la chica de tetas grandes que esta sentada sola allá en la esquina, el gitano que monta su pasodoble en la punta de nuestra oreja, la niña que pide monedas, el perro que logro colarse y lambucea restos en la basura, el comensal que se queja de un pelo en la sopa, el mesonero como un malabarista entre las mesas y un largo etcétera. Un café puede ser fuente de inspiración, como ya lo dejan sentado infinidad de relatos y novelas (por ejemplo Café de artistas de Camilo José Cela, escritor a quien Bolaño recomienda no leer...) pero en ningún caso puede ser lugar de trabajo para seres comunes y corrientes a quienes nos cuesta caminar y mascar chicle al mismo tiempo, como diría mi sabia hermana. Mi infancia literaria transcurrió en el mítico Jardín Sport de la primogénita del continente. Un café que se fue llenando de cumbia paulatinamente y donde espantábamos el perro con el plato mientras hablábamos de Joyce, por ejemplo. Allí veíamos tejerse y destejerse las historias de las mesas vecinas, pero quien de nosotros pudo siquiera tomar nota, los dedos ocupados por colillas y pitillos. La lengua ocupada en componer frases celebres que eran humo y que no quedaron registradas en ninguna parte, ni siquiera en las memorias adormecidas por el alcohol (que no solo de café vive el poeta) Al menos yo no pude escribir ni una línea en aquel templo de historias a pesar de la cantidad de horas que calenté sus sillas. Tal vez un Hemingway lo hizo en aquel Paris festivo, pero esta que escribe necesita una torre para encerrarse como una loca, sin comer ni bañarse, a escribir historias. Suscribo las sabias palabras de Orhan Pamuk: "Cuando hablo de escribir, la imagen que me viene primero a la mente no es una novela, un poema o una tradición literaria: es la persona que se encierra en un cuarto, se sienta frente a una mesa y, solo, se vuelve hacia dentro de si mismo". Estoy segura que Batia Gur no escribía mientras espantaba las moscas del desierto que revoloteaban su te de menta en una carpa beduina porque como ella misma lo dijo: escribir es un trabajo. Y yo agregaría: si trabajáramos en un café seriamos mesoneros, que como están las cosas seria incluso mas rentable. Pero si lo que te interesa es escribir olvídate del café y la bohemia: Enciérrate.

martes, mayo 15, 2007

Primavera Cero


Abril es el mes más cruel, ya lo dijo Eliot. Citar esto es ya un lugar común como citar a Nietzche con eso de que dios ha muerto. A nadie se le caerá la baba al leerme citando esta manida frase. Nadie dirá que soy una intelectual de altura o que tengo unos grandes referentes o un background privilegiado... y yo no lo escribo por nada de esto, créanme. Es porque en realidad abril ha sido un mes cruel, de esos que te hacen canas y te llenan de arrugas las comisuras de los labios. Entonces acudo al viejo Eliot no como poeta sino como sabio. Qué de razón tenía! Que abril es primavera, que primavera son flores, que flores es polen, que polen en mi nariz es alergia, que alergia es seudofedrina, que no puedo tomar seudofedrina porque amamanto, que a calarse la alergia, etcétera. Eso por un lado, por solo comentar los males del cuerpo. Los males del alma son múltiples y de difícil comentario. Luego están los males de bolsillo: no me gané el premio literario “La hucha de Oro” que era como decir “La gallinita de los huevos de oro”. De entre 4800 concursantes, mi cuento no resaltó, no agarró ni siquiera la mención 25. Y el primer premio eran 30.000 euros que ya los tenía dispuestos para saldar todo tipo de deudas y compromisos económicos... Qué tristeza! A seguir siendo pobre, no me queda otra. ¿Así de triste estarán los otros 4775 escritores que perdieron? ¿Todos habrían hecho planes con ese pocotón de plata como yo? Menos mal que no me dio por ponerme a comprar cosas anticipadamente. Ay, pero que ganas que tenía yo de quedarme con esa hucha. Más que ganas, qué necesidad tenía! (tengo)

Para consuelo, me leo la apología a la pobreza que hace Antonio Gamoneda en su discurso de aceptación al premio Cervantes del 2006. Y espero que en mí la austeridad económica no se transforme también en austeridad literaria, con la mala suerte que tengo!

Mayo parece que viene con mejor pie. O por lo menos eso quiero creer. Este mes mi blog ha recibido un caudal de visitantes inesperados porque es el mes de la madre en varios países de América Latina. Entonces cualquiera que busca cosas en google para quedar bien con su mamacita, cae en estas páginas. Aquí, por supuesto, no consigue nada y sale despavorido. Pero eso que importa porque cada mañana cuando reviso mi contador de visitantes encuentro un caudal de latinoamericanos que hicieron clic una vez en estas páginas y eso es preferible a nada. Que este blog lo he puesto como una quincalla, he colgado una foto mía semidesnuda (yo, no la foto) y a pesar de eso nunca había recibido tantos visitantes como en estas dos primeras semanas de mayo, el mes de la madre. Y bueno, es cierto que nadie encontró ni rosas ni discursos lacrimógenos para conmemorar la fecha, pero tal vez alguno si encontró algo y ya volverá como vuelven mis cuatro queridísimos lectores.

A ellos, a mis cuatro lectores, pido disculpas por las largas pausas que me tomo entre los post y les prometo retomar el rumbo prontamente: luego de este intermedio reflexivo seguiré con los consejos cuentísticos si mayo lo permite y si no, también.