sábado, mayo 30, 2009

Bailarinas

Nos acercamos al taxista casi al mismo tiempo, pero yo me quedé callada. La otra chica habló enseguida, con firmeza, como quien dice "este-taxi-es-mío" o "yo llegué primero". Decía el nombre de una calle y un número, peleaba el precio, se quejaba porque el taxista no quería usar el taxímetro. Recuerdo que me impresionó su bolso enorme y plateado. ¿Qué llevará allí?- me preguntaba mientras oía de lejos el regateo. El taxista siempre se dirigía a ella en plural: "vengan", "las llevo", "¿cuánto quieren pagar?" Me sentí en la obligación de explicarle que - aunque yo estaba allí, codo a codo con la chica del bolso plateado, escuchando la transacción - no estábamos juntas. Entonces me echó un vistazo como diciendo: "imposible que no estén juntas si se encuentran frente a mi cual siamesas idénticas". Los ojos ya le habían vuelto a sus cuencas cuando por fin se decidió a preguntar que para dónde iba yo. Le respondí: iba a un templo-de-la-cultura donde se presentaría el ballet nacional de España. Propuso llevarnos a las dos por un precio irrisorio, en su opinión. Primero a la chica, luego a mí: así cada una ahorraríamos una moneda de 10, él ahorraría gasolina, la ciudad economizaría en polución, el tráfico escatimaría un carro. Todo por el bien de la humanidad, el medio ambiente, la federación de taxistas y la economía de la chica y la mía. El bolso enorme y plateado decía que la economía de la chica no estaba tan mal como la mía, pero de todos modos, ella aceptó el trato.
Era rusa, se le notaba en el acento y en la ropa. Llevaba la cara lavada, aunque se adivinaba en la superficie de la piel que su costumbre era un maquillaje fuerte.
Nunca en mi vida pasé por lugares tan lúgubres en esta ciudad. Un desfile de depósitos y galpones hechos de chapas de metal y todo cada vez más oscuro. El carro se detuvo en un callejón sin salida lleno de conteiners para la basura atestados. Una luz atrajo mi vista hasta el local al que habíamos llevado a la chica. En fucsia fosforescente resaltaba el nombre: Baby Doll.
Mi compañera de viaje pagó y se bajó del carro. El taxista deshizo lo andado, volvimos a la luz de las calles normales, esas donde parejas caminan de la mano, chicas van en bicicleta, hombres en monopatín, todo de lo más cool. Y yo me quedé pensando en ese momento en el que el taxista pensó que la bailarina rusa de la cartera plateada y yo íbamos juntas al mismo sitio.
Tal vez parezco una bailarina latinoamericana con la cara lavada que va al Baby Doll.
No tengo una cartera plateada, eso sí.
El taxi parecía haber roto la barrera del tiempo y el espacio. Ahorré una moneda de 10, pero visité dos ciudades en menos de 20 minutos. En la ciudad luminosa todos ignoraban esas calles de fábricas abandonadas, talleres, conteiner, galpones de chapa, basura y bailarinas rusas.
Las bailarinas de ese lado eran españolas y con trajes de satén bailaban una música antiquísima, en medio de sonetos de Garcilaso de La Vega recitados por Miguel Bosé.

A la salida, las vi pasar contentas, fumando.


Nadie me confundiría con ellas, a pesar de que hablamos la misma lengua.


La ilustración: "Bailarinas rusas" de Edgar Degas.

miércoles, mayo 20, 2009

El corazón de J.T.Leroy es mentiroso


Yo llego tarde a todos los chismes, incluso a los literarios.

En estos días me topé con un libro en la biblioteca de Alejandría. No tenía tiempo de ponerme a buscar en sus largas estanterías y agarré lo primero que vi sobre una mesa: "El corazón es mentiroso" de J.T. Leroy. Sobre un fondo púrpura, se leían en la contraportada algunos comentarios de quienes habían leído el libro (The New York Times, Dennis Cooper, John Waters), entre los que se repetía una y otra vez la frase "prosa auténtica". Según las letras blancas de la contratapa, J. T. Leroy pensó en suicidarse a los 14 años, pero un psicólogo le recomendó que escribiera y de allí salió este libro autobiográfico, convertido en lectura obligatoria en la Universidad de Yale.

Qué gusto mal sano por la literatura "auténtica", el reality show literario- pensé – tienen estos gringos. Y decidida a averiguar si el éxito de este autor de culto de 16 años radicaba sólo en la cualidad autobiográfica de su prosa, me metí en esas historias de drogas, sadismo y prostitución. Me sorprendió una narración eficaz, llena de imágenes, pausas, elipsis, es decir: sumamente literaria. Lo "genuino" había sido pasado por el tamiz de lo "artístico" a tal punto que comencé a sospechar la activa intervención de un "editor" o del mismo psicólogo.

Y como nada está oculto entre google y wikipedia, pude cerciorarme de que mis sospechas no eran infundadas: Pues resulta ser que el "wonder boy" de la literatura norteamericana es una cuarentona. Páginas y páginas refieren el fraude, porque además, la cuarentona utilizó a una sobrina veinteañera (la chica-chico de la foto) para que personificara a su pseudónimo en las presentaciones de sus libros y películas basadas en sus libros.

Los gringos se sintieron defraudados, estafados: el niño prodigio no existe, sus historias son ficciones, la literatura es literatura. Esperaban otro Jim Carroll con The Basketball Diaries -ese escabroso diario de un heroinómano y taxi boy de 13 años que escandalizó a finales de los 70- pero se encontraron con una historia ficticia y con un escritor inventado. Me imagino que en una época signada por la estética del reality show y la autoficción esto debe haber sido tan doloroso como un latigazo. Y a la pobre Laura Albert, la escritora detrás del adolescente maldito, le han sacado un dineral en demandas y hasta han querido meterla presa. Muchos se han sentido burlados, ya no digamos algunos productores o editores, porque creyeron que leían lo autentico en lo ficticio. ¿Cómo creer en esas historias si no están contadas por su protagonista, ese Lazarillo de Tormes de la oscuridad callejera norteamericana? Acusaron a Laura Albert como si fuera la única que ha usado pseudónimos o que ha inventado historias. Como si la ficción no fuera un tejido de verdades y mentiras. Como si la literatura fuese una crónica exacta de lo real. Como si la realidad real existiera.

A mí, particularmente, me encantó saber que J.T. Leroy es Laura Albert porque esto devuelve a la ficción a su lugar. Ella creó una historia, creó un personaje para que la contara, y ese personaje salió del papel, se hizo carne y engañó a los adoradores de lo "auténtico".

Ella creó un dios de lo genuino hecho de ficciones.

"El corazón es mentiroso" - más allá de ser una colección de historias llenas de los tétricos lugares comunes de la literatura dark, pero bien narradas - es una interesantísima ficción doble, un performance completo, que barre con las fronteras entre realidad y ficción dejando claro que ni la una ni la otra existen.
Y por si todo esto no fuese suficiente, ahora la chica que personificaba al escritor inventado acaba de publicar unas memorias en las que cuenta lo que sintió al ser J.T Leroy. ¿Las habrá escrito ella?

jueves, mayo 07, 2009

El perro de Nina Hagen

Este video va dedicado a los escasos lectores de mi cuento: "El perro de Nina Hagen"

Ese cuento no es autobiográfico, pero -como toda ficción - parte de quien lo escribe: mi infancia se divide en antes y después de haber visto el perro de Nina Hagen. El cuento, sin embargo, es la sumatoria de varias y diversas infancias que tuvieron el placer de ver a Nina Hagen cuando camino a Río hizo una breve parada en Caracas .... (verla en la tele, no vayan a creer ...)

Luego de años queriendo volver a ver al perro de Nina, finalmente lo conseguí en este video.
Si prestan atención, pueden verle hasta la lengüita!
Jajaja!