miércoles, noviembre 25, 2009

Perdida en el espacio



Enumeración de cosas que me han pasado en estos días desaparecida del ciberespacio y perdida en el espacio:

1.- Subir Zion es toda una experiencia iniciática. Los oídos se tapan, en la punta de la montaña nos espera un puente flotante, otro mundo que desconocemos quienes vivimos en las tierras bajas. A la pregunta de si la experiencia iniciática se repite en la medida que se repite la subida cada dos o tres días, la respuesta es sí.

2.- Tener una experiencia iniciática cada dos o tres días es agotador, eso sí. Las neuronas no dejan de estremecerse ni un minuto, el asombro se repite con eficiente puntualidad, la cabeza se quiere salir por los oídos. La razón dice que algo debería salir de todo esto. El corazón dice que baste sentirlo.

3.- Babel es una torre virtual que flota sobre mi cabeza. Creo que fue Derrida el que dijo que era el hablante monolingüe de una lengua que no era suya. Igual yo: si quiero hablar en inglés, me salen palabras en la lengua bíblica. Últimamente sólo hablo una lengua que hablo mal. El español es el idioma del corazón y de la casa.

4.- No quiero escribir historias que se desarrollen en este país, pero cada imagen que me hace saltar una historia sólo es posible en este lado del mundo. Por ejemplo: las larguísimas llamadas desde celulares sólo viables en este país y no en mi tierra, donde las llamadas se remiten a "llámame" –fin de la llamada- o "ya voy saliendo para allá" – fin de la llamada-. En síntesis, un problema económico-tecnológico no me permite escribir el gran cuento del hombre que habla por teléfono en un autobús en otro lugar que no sea éste.

5.- Lo mejor que le puede pasar a la curiosidad es ir sentada en un autobús en un país en el que la telefonía celular es tan o más barata que la telefonía fija. Cada quien lleva su casa a cuestas, su teléfono, entonces cuando habla se cree solo, se mete en esa conversación al punto de que los demás no existen. Así, los otros se enteran de pormenores de la vida de quien habla y se produce un nuevo tipo de "voyeurismo": el telefónico. Nadie creería las cosas que he escuchado en esas conversaciones ajenas. Qué agradable que es ir recomponiendo la historia, tratando de imaginar lo que no escuchamos, un juego literario espectacular para llenar los largos viajes en autobuses.

6.- ¿Por qué será que estudiar me hace sentir culpable?

7.- Tenemos tanto perejil y cilantro en el jardín que tuvimos que armar bolsas para regalar porque ya no damos basto. Comemos y comemos y no se acaba nunca. Tendré que preparar un tabule, que sería la ensalada ultimativa de perejil, masacraría y acabaría con gran parte del excedente.

8.- Tenemos en el jardín otra hierba que no sé cómo se llama en español. ¿Será estragón? Me acerco a un punto en el que sé cómo se llaman las cosas en este idioma y no en el mío. Pero es que en español nunca tuve la oportunidad de ver el estragón, prácticamente nunca lo comí. Mi cultura culinaria en español es escasa.

9.- La teoría del excedente de población para explicar la inmigración europea de 1880 a 1850 a América Latina me parece un gran hallazgo. Bueno, pero no soy experta en el tema.

10.- En 1880, más o menos, llegaron los padres de mi abuela a un pueblo ínfimo del oriente venezolano. Vinieron de Córcega, sus ancestros más lejanos habían sido criadores de palomas. ¿Por qué llegaron allí precisamente?

11.- Leer, leer, leer. De todo: inmigración, hiperacusia, historias de instrumentos musicales, lenguaje, identidad, ballet, hadas y brujas, Diamela Eltit, Mario Bellatín.

12.- No escribir nada. O casi nada.

13.- Descubrí que puedo sacar cincuenta libros de la biblioteca de la universidad. CINCUENTA !!

14.- Hay un cuento mío en "Domingos de ficción" de Prodavinci. Clic aquí.

15.- Tenemos una crema – flauta. A veces es crema, a veces es flauta. Cada mañana le digo a mis hijos: Vamos a ver qué quiere ser hoy la crema – flauta, si crema o flauta. Cuando la crema quiere ser crema, sale rosada y pastosa, cae sobre la espalda de mi niño o en la barriguita de mi niña. Esta crema – les digo – la compré cuando tú eras una bebé y cuando tú ni siquiera pensabas nacer- Es una crema enorme, rosada, con ese olor que tienen las cremas para bebés que al final terminan oliendo a pañal repleto más que a perfume suave. Cae espesa y fría sobre la piel de mis niños y es regada con vigorosos masajes por mí, contentos todos porque hoy la crema-flauta quiso ser crema. Cuando la crema quiere ser flauta, emite un ta-ta-tá cuando la aprieto y no sale. O sí, lo único que sale es el sonido, una flauta grave y desafinada que dice do-do-do. Es una crema viejísima – les digo- tiene unos cinco años y ya debe estar vencida y tal vez por eso el olor. Tal vez por eso se cansó de ser crema y quiso ser flauta. Cada quien espera su turno para tocarla, contentos todos porque hoy la crema- flauta quiso ser flauta.