lunes, junio 21, 2010

Maravillada!


Sigo maravillada con estas cosas que sólo pasan por la magia internética!

Aquí pueden leer un artículo mío en Los superdemocráticos.

Aquí lo pueden leer en alemán.

Y aquí en Der Freitag.

lunes, junio 14, 2010

Schwarze Puppe y Superdemokráticos







Por esas maravillas que ocurren en la red, voy a participar durante estos próximos cuatro meses en un proyecto espectacular: Los superdemokráticos. Junto a otros autores latinoamericanos y alemanes, escribiré sobre historia, ciudadanía, cuerpo y globalización. Aquí la lista de autores, con un mapa tan afable que tiene a Israel en pleno Caribe, una isla frente a la costa venezolana. !Qué belleza! El proyecto es bilingüe, así que además de leer a mis compañeros de idioma, tendré la oportunidad de conocer a esos escritores alemanes que de otra manera no podría haber leído! (El Google Translate, se sabe, está cobrando vida propia, y en lugar de traducir, combina infinitamente las palabras para crear historias, como la mítica máquina pigliana) Y seré leída en alemán! Dios mío! El periódico Freitag publicó un especial con textos de varios de los participantes, también el mío. Pueden verlo aquí. Sueno de lo mejor en alemán! A ver qué tal en español:

Muñeca negra

Antes de entrar a la primera clase de mi curso de español, veo a mis alumnos desde lejos. No me ven, no me reconocen. Hablan de sus viajes a Latinoamérica, sus mochilas, sus diccionarios, de las palabras que aprendieron en los bares, los barrancos, las quincallas. Yo los veo desde lejos y sé que esperan que la maestra sea una mezcla de Jennifer López con Penélope Cruz, con frutas de Carmen Miranda y plumas de La Tongolele. Pero entro yo: latinoamericana apagada, casi blanca con boca y nariz de negra, pero caderas y curvas enfundadas en un sobrio apátrida. La clase no irá de la siesta a la fiesta, todo lo contrario: les haré exámenes orales, escritos, de selección múltiple – digo frunciendo las cejas, queriendo borrar todo lugar común de lo latinoamericano. Al rato llego a mi casa cansada. Llevar la máscara de la neutralidad pesa. Me tiro en la cama y me pongo mil cobijas. Ante la mirada asombrada de mi marido, digo: "Es que ya no soy venezolana". A lo que él me responde: "pero mijita, si pareces una vendedora de souvenirs para turistas, mírate en un espejo". Prefiero no mirarme porque pienso que encontraré una cara desdibujada, unos cabellos que ya no son tan crespos por lo seco de este clima, una piel cada vez más clara por tanto invierno, unos zarcillos sumamente israelíes.
Miro mi casa y descubro que la neutralidad también se va apoderando de ella. Mi marido señala en un estante sus revistas de rock argentino, sus maracas brasileras, sus flautas de todos los países. Pero yo me empeño en ver los muebles que sacamos de paquetes del grosor de una caja para pizza, diseñados por un frío sueco y elaborados por un explotado chino. Entonces él me señala el poema de Rafael Cadenas pegado en la pared como un símbolo patrio y pronuncia la palabra nefasta: "hibridez". No es neutralidad, es hibridez. Y abrimos la despensa de la cocina para regodearnos en nuestra hibridez culinaria. Y en el cuarto de los niños, entre todos los monstruos, las Bratz y las hidras, encontramos una muñeca de trapo negra como la noche más negra de cualquier costa del Caribe bañada de selva. Una muñeca que yo compré en una carretera venezolana a orillas del mar. Un lugar en el que la gente desconoce el término "políticamente correcto" y las muñecas son negras porque sí. Porque hay a quienes les gustan las muñecas rosadas y hay quienes las prefieren negras. Recuerdo que un día mi hija sacó a pasear a esa muñeca. La llevaba en un bolsillo de su pequeño morral y una señora que estaba detrás de nosotros se quedó mirándola como quien ve un monigote para hacer vudú. Los ojos desorbitados, casi se persigna. Entonces pensé: esa muñeca que mi hija besa a cada rato y quiere sacar a pasear, para los otros es un bicho horrible, un choque cultural, un susto. Esa muñeca que mi hija adora, que piensa que fue mía de niña, que yo compré porque me recordó mi infancia, esa muñeca a los otros les remite a una tiniebla. Una muñeca igual a la que mi mamá me compró hace mil años, probablemente recordando su infancia también. Por el teléfono mi madre me aclara que en Venezuela ya las niñas no quieren ni ver a esas muñecas.
Soy un limbo, un entresijo, una contrariedad: una muñeca negra me recuerda un país en el que ya las niñas no quiere ver muñecas negras. Y mis hijos están creciendo con una muñeca negra que asusta a los de aquí y espanta a los de allá. Soy como esa muñeca negra, sólo comprendida por la identidad doméstica.
A la segunda clase de español no llevaré ni frutas ni plumas, que no sabría dónde ponérmelas, pero sí un tecnomerengue de Rita Indiana para que nos sean más leves las diferencias entre el ser y el estar.