martes, enero 06, 2009

Prohibidas las conglomeraciones II


III

Siempre me creí una outsider, marginal hasta la médula. Siempre me vanaglorié de ello. Puedo vivir -me dije- sin los otros. Puedo llevar la contraria a todo, rehuir a la norma, encerrarme en mi torre hasta nuevo aviso. Pero ya saben: baste que una voz por encima nuestro prohíba salir o reunirse con los demás, para que uno quiera ser nombrado presidente de la junta vecinal y organizador de la fiesta de carnaval.
En los últimos días, tal vez una semana, mi vida ha transcurrido entre las paredes de mi casa, lavando platos o preparándolos, corriendo en dos ocasiones al refugio tras escuchar la sirena, inventado juegos con mis niños. Las noticias nos llegan de refilón, las marcas en el cielo que dejan los aviones que van o vienen de Gaza, las explosiones de allá o de acá, el hermano de alguna amiga que está en "el frente", la sirena, etcétera. Llevamos nuestro encierro dignamente: comemos más que de costumbre, inventamos más que de costumbre, jugamos. En líneas generales estamos bien en esta reclusión, pero hoy me di cuenta que de outsider no tengo tanto, que me hace falta hablar tonterías con otros, incluso desconocidos, que las conglomeraciones son necesarias para vivir. Hoy fuimos a jugar con otros niños en un refugio público, de esos que hay por todas partes en este kibbutz y que yo pensaba que nunca tendría necesidad de visitar. Qué gusto estar con otros, qué maravilla escuchar a las otras madres hablando tonterías. Mis hijos no paraban de correr, no sabían ya con qué jugar, qué comer, qué gritar. Y yo en medio de todas las madres en una conversación a gritos y a ecos, fragmentada y entrecruzada, llena de cosas tontas y cosas graves por igual. Como corolario, en otro refugio se presentaba un grupo de músicos que andan por la zona animando a la gente y que, para mi mayor alegría, cantaba esas canciones que me gustan y sobre todo ésa, la de Arik Einsten.
Ya sé, soy tontísima, caigo en el pan y circo con una facilidad pasmosa, pero que alegría cantar con todas esas madres, esos viejos, esos niños, esos perros (porque hasta eso había) las canciones de utopía que me gustan (y otras) Aunque se trate de una falsa alegría y aunque un refugio sea lo que nos congregue.

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