jueves, septiembre 07, 2006

Cómo viajar con niños. Parte III

La ciudad ausente II

Lamentando no haber comprado alguna baratija en el pasaje subterráneo de la 9 de julio, seguimos visitando cafés famosos. Los argentinos creen que fueron ellos los que inventaron los “Cafés” o por lo menos la costumbre de sentarse horas, pasar la vida en un café. En este punto pienso que si eso es así (lo dudo, pero ya que estoy aquí vamos a darles el beneficio de la duda) yo debí haber nacido en Buenos Aires, haber crecido allí, haber vivido en algunos de esos cafesesss. En Cumaná nos conformábamos con el Sport, que tenía ese aire de café arrabalero, con habitúes eternos y mesoneros de películas. Yo sé que exagero, pero el Sport podría estar en Buenos Aires, o el Sport es (era) una versión tropicalizada y pobre de un café porteño. Es sólo por ese aire de lugar eterno, de perpetuo encuentro, de imán para cierta gente. Queremos ir a La Giralda, el “Sport” de Miseñormarido, donde pasó gran parte de su vida argentina, pero nos queda a trasmano, así que terminamos recalando en el Ópera. Un lugar brillante, con mesas de pino y esos mesoneros finísimos, profesionales, que ya no existen. Calmar el hambre de los niños se vuelve un imperativo (yo me sumo a los niños, por el niño que llevo en la panza) Sanduchitos de jamón y queso, cocacolas, cafés que vienen acompañados siempre por un vasito chiquitico de agua que te lo sirven sin que lo pidas (y no lo cobran, porque seguro es agua de chorro, pero en Argentina toman agua de chorro normalmente) ¿Cuánto tiempo podremos estar sentados? Hacemos apuestas. Enseguida los niños se aburren, Mimina pretende dar vueltas por allí (mijita, que en Buenos Aires como en Caracas roban niños, tu no estás en el campo en el que naciste!) Nos descubrimos pagando la cuenta rapidísimo. La próxima vez hay que traerles el bakgamon, las muñequitas – le digo a Miseñormarido. La próxima vez – me dice- habrá que enseñar a fumar a los grandes y a la chiquita dejarla en casa!. Nos vamos corriendo, es de noche, aburrimiento en el público de galería, Mimina no soporta un minuto más en su cochecito. Pedimos un taxi de los baratos (los llaman remises y no son negros como los taxis de línea) y nos largamos a Quilmes, no sin antes pedirle al taxista (o “remisero”) que pase despacio por el 1200 de la Avenida de Mayo, mi tercera estación pigliana. “Los 36 billares” existe, con ese nombre, parece un invento, pero la verdad es que existe! Al Tortoni iba Borges elegantemente vestido y probablemente en su ceguera no distinguía el verde del mármol de las exquisitas mesas, pero sí que percibía en el aire el olor de la caoba lustrada, las tazas impecables, los abrigos de cuero y las pieles del invierno. Sabía Borges, sin una Kodama que se lo refiriera, que el Tortoni era de categoría. Si Borges era habitué del Tortoni, sólo un Júnior - el protagonista tipo Blade Runner de la Ciudad ausente- podía ser habitué de Los 36 billares. Probablemente me equivoque, pero Los 36 billares son el reverso del Tortoni y alguien que sepa más de literatura podría decir que Borges es al Tortoni lo que XXXX es a Los 36 billares. Pero a quién poner en lugar de estas cuatro X? Un dato: no entraban mujeres a este bar (así como hay poquísimas mujeres en la literatura pigliana) hasta hace muy poco tiempo. Y es que las mujeres no juegan billar, se excusan. Es un bar desvencijado, eso sí, últimamente retocado por una comisión estatal que se ha empeñado en restaurar bares ilustres. Lo pasamos de largo, allá está, míralo, qué lindo... A los chicos les habría gustado jugar billar allí, pero no tenemos tiempo y probablemente tampoco dejen entrar niños.... Casi no lo vi y en mi memoria lo recuerdo idéntico a un bar de billares que quedaba frente al cine Atlas en Maturín. Trampas de la cabeza... continuará....

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