domingo, julio 15, 2007

Siete consejos para escribir cuentos de quien sólo ha escrito siete cuentos V


Este es el quinto consejo de una serie de siete consejos para escribir cuentos en los que he venido pensando a lo largo de ya casi tres meses, para no pensar en por qué será que no estoy escribiendo mucho últimamente y para autoinvocarme a la musa -que no existe, se sabe, pero algo hay que invocar o a algo hay que echarle la culpa - .... También para no pensar en por qué si no escribo, igual mi eliptical trainer sigue llenándose de polvo allá en la esquina...

5.- Invéntate una tradición y unos maestros.

Hay quienes tienen la suerte de vivir junto a maestros, seguirlos. Hay quienes son aceptados en famosos talleres literarios y viven en hordas poéticas o narrativas, leyéndose los unos a los otros de manera casi endogámica. Pero hay quienes viven al margen de todos los centros, lejos de maestros y talleres, de hordas y pandillas, de endogamias e incestos. A ellos mi consejo: invéntate maestros. Y como son ficticios, algunos pueden incluso estar muertos y no por ello dejar de ser tus maestros. A los muertos, prende velas: un altar con flores, frutas y velas. Con los vivos no intentes ningún contacto más que leerlos con adoración y situarte entre ellos, creerte parte de ellos. Y así te vas armando tu propia tradición, tu patiadero. Todo escritor que se respete tiene su propia tradición: unos la muestran explícitamente (como Piglia, Vila – Matas y todos esos a los que les gusta hablar de literatura en sus novelas) y otros la ocultan (o simplemente no son explícitos, son más discretos) Esta idea genial no es mía, sino de Jorge Fornet en su libro sobre Piglia .... Independientemente de si eres explícito o no, necesitas una tradición: en la construcción de esa tradición está la clave de tu propia voz. Y para armarla necesitas bastante trabajo: buscar, pero sobretodo leer. Todo este palabrerío se puede resumir en una sola frase: hay que leer más. Pero leer de verdad, no andar paseando con el libro. Leer que jode, no sólo en el baño. Agudizar el ojo, apurar el paso, leer todo lo que se pueda. “Todo el que lee mucho termina escribiendo”, decía aquel veterano de Vietnam, centro de la novela La velocidad de la luz, de mi maestro Javier Cercas.

En la foto: mi maestro Ricardo Piglia, leyendo. Ven, esto de inventarse maestros es buenísimo porque así uno anda de “tú a tú” (en este caso sería de “tú a vos”) con gente que de otra manera ni nos verían....jajaja!

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