martes, agosto 11, 2009

Volver a Piglia



Estoy releyendo a Piglia.

El verbo "releer" suena muy mal, porque es como si uno ya se hubiese leído todos los libros del planeta y ahora se dedicase a "releer" algunos muy selectos. Y la verdad es que yo no he leído tantos como para darme el lujo de "releer" ninguno. En lugar de eso, debería ponerme a leer por primera vez (y tal vez única) algunas obras claves de la literatura universal, en lugar de pretenciosamente "releer" a Piglia.

No diré "releer", pues, que yo no estoy para "releer" ni una receta de cocina.

Entonces digo: he vuelto a leer a Piglia.

Y he recordado por qué en una época dedique tanta fuerza, horas, cafés y cigarros (fumaba, en ese entonces) a escribir una tesis sobre él. Una tesis que me parece sumamente infantil y pretenciosa y de la que no recuerdo haber escrito ni una palabra. La (h)ojeé en estos días y me pareció escrita por una extraña. Así como cuando de pronto, y de puro ocio, nos ponemos a revisar los números de teléfonos en la memoria del celular y encontramos nombres totalmente desconocidos. Pero, ¿quiénes son estos? ¿Cómo los conocí? ¿Cuándo siquiera escribí sus nombres y números en mi teléfono? A mí me suele pasar. Todavía tengo un "David E." que no logro identificar. Años mirando su teléfono y su nombre sin poder saber ni dónde ni cómo.

Así, en ese estado de memoria, mi tesis me parece escrita por una extraña y disfruto de Piglia como la primera vez.

Prisión perpetua es una obra maestra de la literatura universal. Después de que la vuelva a leer, la volveré a leer, la volveré a leer, la volveré a leer.

Piglia es un teórico de la ficción, de la pasión pura del relato. Contar, para él, es como una especie de actividad metastásica en la que una historia lleva a otra y a otra. Una historia produce otras historias. Los motivos se agrupan y reagrupan de forma aleatoria, se reproducen aunque nunca llegan a ser los mismos del todo, se conectan y desconectan. Prisión perpetua es una especie de laboratorio de la ficción. La ficción claustrofóbica.

Es el trabajo meticuloso de la forma lo que me convierte nuevamente en fan de Piglia: ese tejido fino que hay detrás de un libro lleno de pequeñas anécdotas, microcuentos que se van conectando, voces escuchadas de lejos, a veces distorsionadas. La maravilla de la composición aleatoria, en la que un motivo va reapareciendo en historias sucesivas, pero disímiles. Porque la literatura no es sólo contar, no es sólo la frase corta y el despojo como piensan algunos, es también un juego con la musicalidad, la repetición, el azar y el orden de la anécdota y de las palabras. Narrar es también hacer música.

Vayan, mis queridos cuatro lectores, a leer o a releer o a leer nuevamente a Piglia.

No se puede comprender la literatura contemporánea en español sin Piglia. La verdadera literatura, digo. No la información ni la imitación bien escrita que no paran de publicar las grandes editoriales.

Después de leer tanta cosa mala promocionada como "audacia narrativa" o tanta narración de frase corta y poco adjetivo imitando un estilo norteamericano sin tomar en cuenta la lengua en la que se escribe (lo que en inglés suena contundente, en español suena a carencia), después de tener que abandonar tanto libro malo por la mitad, vuelvo a Piglia.

La ilustración es de Mark Weaber


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