miércoles, febrero 11, 2009

Corazones de lechugas abrumadas



Un día la maestra de mi niña me regaló unos brotes de brócoli, repollo, lechuga. Habían sembrado ese día un pequeño huerto y les habían sobrado algunos brotes. Metí las minúsculas maticas en una bolsa que luego dejé olvidada en el pretil de la ventana apenas llegamos a casa.

Esa noche, antes de dormir, mi hija me hizo jurarle que las sembraría.

Al otro día y con escasas ganas, me dirigí al jardín. A la ventana que da al jardín. Al pretil de la ventana en que dejé olvidada la bolsa plástica llena de brotes. Allí estaban, casi muertos por el vaporón del plástico, no obstante yo había jurado sembrarlos y así lo hice. Preparé la tierra. Bueno, es un decir, qué sé yo de tierras o de cómo prepararlas. Se me ocurrió que debía ararla un poco con un viejo rastrillo, tal vez mojarla. Hice tres pequeños surcos, nueve huequitos con la pala y allí las metí, muy cerquita la una de la otra, que eran mínimas, ya dije.

Los primeros días les poníamos agua constantemente, era toda una atracción ir al costado de la casa y regarlas. Mis hijos se peleaban por hacerlo. Pero el tiempo pasaba y seguían tan pequeñas que se nos fueron olvidando.

Algunas veces me invadía un sentimiento de culpa muy hondo, recordaba a mi hija aquella noche en que le juré que las sembraría, y salía corriendo a regarlas. Crecían poco a poco y casi por arte de magia en medio de una tierra reseca y poco regada. Creo que se alimentaban del rocío, porque en esos días no llovió ni una sola vez pero las mañanas eran blancas de vapor de agua. Ese vapor lechoso era lo que comían nuestras olvidadas plantas.

De pronto crecieron y chocaron las unas con las otras. En mi poca visión de futuro, las sembré tan pegadas que al crecer comenzaron una lucha por el espacio en la que perdieron las más débiles: dos delicadas lechugas detuvieron su crecimiento en vista de la fortaleza de las hojas de los brócolis vecinos que las apabullaban.

Qué poca visión de futuro tuve también cuando comencé a escribir este blog. Este jardín hubiese tenido más éxito si le hubiese puesto por nombre: "Memorias y avatares de una madre en la frontera con Gaza" y en lugar de escribir tanta tontería, hubiese descrito las malaventuras de la zona, como le comenté a un amigo. Entonces me hubiesen llovido lectores y comentarios y, quien sabe, hasta algún día me hubiesen querido publicar un libro con esas crónicas. Pero no me gusta escribir sobre Israel porque nada de lo que uno diga es verdad y mucho menos mentira. Es como tirar una piedra a la nada. Arar en el mar, para seguir con lo telúrico (si es que se le puede llamar telúrico a un huerto casero) Si algo escribo aquí es porque a veces la realidad me sobrepasa. La realidad son esas hojas de brócoli fuertes y rabiosas que nos arrinconan y estremecen como si estuviésemos hechos de lechuga.

Nos comimos las lechugas prematuras en una ensalada que bautizamos como "ensalada de corazones de lechugas abrumadas". Sabían un poco a grama y a tierra, pero el vinagre y el aceite de oliva matan todo.

La próxima vez que siembre, dejaré un mayor espacio entre las plantas. Pero, eso sí, seguiré escribiendo tontería en este blog, aunque nadie me lea y nunca me publiquen. Que yo no tengo nada que ver con "visión de futuro" cuando se trata de escribir!!

Creo que hoy nos comeremos uno de los brócolis.

6 comentarios:

* dijo...

Me parece que el nombre de su blog es el correcto... tiene aqui a la gente que debe tener, quizas si, no somos muchos pero asi como llegue yo practicamente de la nada, pasando de blog en blog asi llegaran otros mas que quizas sientan curiosidad por el nobre y se queden para siempre... o hasta que usted decida continuar con el blog...

LL dijo...

Gracias Popelina! Y tienes razón: aquí está la gente que debo tener.

Bello tu nombre!

Un abrazo!

araya dijo...

Liliana,
Yo siempre te leo y doy fé de que tienes un grupo de lectores apasionados por tus aventuras literarias. No apreciaría de la misma manera ningún blog de amarillismo bélico: sin embargo las pequeñas guerras cotidianas, las guerras oníricas y siempre el factor de angustia de la guerra externa son una ensalada que siempre provoca comer, porque está hecha en casa y nos deja tan abrumados como a tu lechuga.
Salud.

LL dijo...

Querida Araya!

Qué belleza de comentario! Gracias por todo lo que me dices! Y tienes razón, es mejor escribir (y leer) sobre pequeñas guerras cotidianas.

Un beso y un abrazo!!!

Anónimo dijo...

Lilianaaaaaaa! Qué gusto encontrarte y leerte!

Quizá ni te acuerdes de mi. Soy Carmencita. Veamos te doy señas: Fuiste mi preparadora de literatura en la universidad. Fuimos a un Endil en Maturín y tu padre nos llevó atrás en su camioneta a Tania, a no me acuerdo y a mi jajajajaja!!! Yo llevaba un vestido que me había hecho la mujer de Orlando Rodríguez y me lo tenía que agarrar para no volar jajaja.
No tuvimos nunca trato de "amigas" porque eras del grupo saliente y nosotras las pichoncitas. Te graduaste y te fuiste. Claro, nos llegó la noticia de que te habías ido al extranjero y siempre nos preguntábamos ¿Qué será de la vida de Liliana? jajajajaja... cosa de muchachas curiosas por mundos ajenos.
Dinapiera me envió tu blog y aquí estoy leyéndote, alegrándome de ti y de tu vida y riéndome de ver la foto de Esmeralda y Adriana.
Besos, que estés bien. Vuelvo otro día porque ya me anoto como tu lectora.

LL dijo...

Carmencita! Claro que me acuerdo de tí, delgadita y risueña! Ahora, de lo que no me acuerdo para nada es de la anecdota esa del viaje en la camioneta de mi papá! Qué memoria la mía! Me alegra saber de tí y que me leas y me comentes, pero sobre todo, que te rías!Si me escribes al email que está en mi perfil tu dirección, de pronto te mando un libro mío!

Un beso y un abrazo!!