jueves, diciembre 11, 2008

El chicle de Marla Singer o "Cosmética del enemigo" de Amelie Nothomb.



Amelie Nothomb se parece físicamente a ese personaje de la película "El club de la pelea", esa chica llamada Marla Singer. Y "Cosmética del enemigo" tiene algo de esa película: el tema del desdoblamiento de la personalidad, de ese enemigo interno que se hace cuerpo e interpela (y enloquece) a los protagonistas. Pero como la película (y en todo caso, el libro de Chuck Palahniuk) es anterior a "Cosmética..." entonces uno se queda como pensando en si Amelié vio la película y tomó la idea o fue casualidad. De todos modos, eso no sería mal de morir, todo ha sido ya contado, diría Borges. La falla de la novela va por otra parte: a mi juicio esta cortísima novela es un cuento estirado, cosa que se ve tanto en la narrativa de los últimos tiempos, al menos en la que me ha tocado leer. Eso de estirar la anécdota como un chicle hasta alcanzar el mínimo de páginas necesarias para una novela corta. El producto de ese estiramiento es un chicle mascado y fofo, sin sabor ni contextura. Pero bueno, no voy a exagerar, que la novela de Marla, que digo Amelie, no es tan fofa y sí tiene lo suyo en las primeras páginas. Una novela muy corta que se lee en una sentada porque además tiene la agilidad que le proporciona el hecho de estar escrita en diálogos. Sigue un esquema tradicional de personajes enfrentados (que según cuentan es el esquema favorito de la autora) Así nos presenta a dos tipos contrapuestos que coinciden en un aeropuerto. El vuelo se retraza y uno se empeña en contarle su vida al otro, a como dé lugar. Dos personajes que se contraponen y que terminan siendo uno solo, como si Sancho Panza fuese el amigo imaginario de Don Quijote, o viceversa. Los diálogos son buenos, aunque en algunos casos tienden a ser demasiado explicativos. No sé, me imagino que a falta de narración, se le hizo necesario explicar y negó al lector la posibilidad de completar los vacíos de información. Ese es el gran problema: no exigir más del lector. Creo que una novela de diálogos debe exigir al lector la tarea de rellenar la escena, la anécdota, no sé. Unas 15 páginas antes de terminar, los diálogos se dedican a repetir y explicar lo que ya el lector armó en su cabeza, es decir, no eran necesarias. Le restan agilidad, perversidad a la historia. Y la explicación final está totalmente fuera de lugar, demás, no hacía falta. Si la novela hubiese terminado unas 15 ó 20 páginas antes, hubiese sido un muy buen cuento, pero nadie le dijo esto a Amelie, o si se lo dijeron ni le importó. Me la imagino irreverente, parada como Marla, estirando un chicle que ya sabe a nicotina, enrollándoselo en los dedos o en la punta de la lengua, mirándome con cara de "y a mi qué, pendeja" y con ojos de "quién eres tu pa criticar, anda, mejor despiértate a las 4 de la mañana a escribir todos los día" o con boca de "a quien le importa", con hombros de "total".

Mientras yo paso siglos colgando la ropa en las cuerdas, descolgándola cuando está seca, doblándola y poniéndola en su lugar; la fastfood de la Nothomb saca un libro cada septiembre.

3 comentarios:

Vanesa H. Greco dijo...

Te ayudo a tender bajo el sol de la identificación.
El mismo sol que dora aureamente a otros escritos quema nuestros textos reduciéndolos al saber de puertas adentro.
Desde Argentina, Vanesa.

LL dijo...

Gracias Vanesa! Acepto la ayuda totalmente identificada también! Un beso!

Dakmar Hernández dijo...

Bella,
¡Qué placer leerte!
Qué terrible descubrimiento el de los chicles que he leído...
Besazos,