martes, febrero 02, 2010

Místicas



Sacamos nuestros libros al mismo tiempo. El de ella era un librito pequeño y manoseado con tapa de cuero y letras cabalísticas. El mío estaba manoseado también porque era un libro de la biblioteca de Alejandría, esa mítica biblioteca.... El de ella le cabía en la palma de la mano. El mío era grande y blanco y con letras latinas. El de ella tenía páginas delgadas como alas de libélulas, el mío tenía páginas de un blanco imponente. Podría seguir páginas y páginas con eso de "el de ella ..., el mío ...." . Así de diferentes eran los libros que leíamos, sentadas hombro contra hombro en el asiento del autobús que nos conducía a la ciudad sagrada. No obstante, el fervor era el mismo. Ella leía sus oraciones, sus mandatos celestiales, la voluntad de su dios. Iba de falda larga, cabeza cubierta, cuello abotonado. Yo leía a Marcelo Cohen con su "Oído absoluto", su peripecia y su poesía. Iba yo también extremadamente cubierta, pero por el frío. El fervor era el mismo y recuerdo que pensé si yo sería capaz de abrazar una religión que me impusiera a ciertas horas abandonarlo todo y sumergirme en santas escrituras o cubrir mi cabello. Cubriría mi cabello gustosa – me contesté- que después de todo es tan indomable y de un teñido insoportable. Me abandonaría a santas escrituras – continué – sólo si me llevan al éxtasis que me provoca Marcelo Cohen con sus metáforas imposibles y sus territorios caprichosos. Sí – casi lo dije en voz alta: Mi religión sería la literatura.

Ella leía. Yo leía. Ella con sus preceptos divinos. Yo con mi universo fantástico.

Felices. Extasiadas. Místicas.

Cuando terminó de leer, ella besó el manoseado librito y lo guardó en su bolso.

En ese momento, uno de los personajes de Marcelo Cohen hablaba de la música en un párrafo exquisito. ¿Por qué no? – Me dije - y también besé mi libro. Extasiada.

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