martes, diciembre 07, 2010

Ante las ciénagas


Me imagino que por confundir una bronquitis con un virus nadie se ha muerto, pero qué mal la he pasado. La semana pasada se abrió en mi casa con un abanico de enfermedades. Primero mi niño, luego mi niña y finalmente yo. Me autodiagnostiqué el mismo virus que habían tenido mis hijos y me eché en una cama a sudar las fiebres y a leer a Yehoshua Kenaz. Avancé páginas y páginas delirantes. Teniendo en cuenta que mi capacidad de leer en hebreo es un poco rudimentaria, me asombró la rapidez con la que fui devorando hojas. Hice una prueba para ver si se me había abierto un tercer ojo para leer literatura hebrea y agarré un cuento largo de Amos Oz. Avancé rapidito también, pero no a mil por hora como con Kenaz. Con Kenaz pude prescindir totalmente del diccionario: imaginar si los adjetivos eran positivos o negativos, mirar las acciones como a través de un tul, suponer descripciones de paisajes entendiendo a penas la mitad de las palabras. En medio de la fiebre, me preguntaba si Yehoshua Kenaz sería un buen escritor. Si era normal que lo estuviese leyendo tan sin diccionario. Sus personajes me conmovieron, eso sí. Pude verlos y decir que sí, que es verdad, que así son algunas viejas que no paran de pintarse los labios y retocarse un peinado acartonado. Y sí, es verdad, así son algunos viejos que no oyen, que viven aislados en la sordera de la terquedad y no la fisiológica. Lo más notable de esta novela sobre viejos es que las acciones se desarrollan en el presente. Si yo hubiese escrito una novela sobre viejos, hubiese sucumbido en la arena movediza de los recuerdos, del pasado, de la memoria. Una dolorosa y verdadera novela sobre viejos debe estar contada en el presente de la historia.

Yo suelo embarrar la acción en las ciénagas del pasado.

Una ciénaga dorada.

Mi novela está casi lista. Se suponía que en esta semana terminaría las correcciones, pero el abanico de enfermedades se abrió en mi casa, ya dije. Como me autodiagnostiqué un virus, suponía que estaría mejor ahora y me pondría finalmente a leer mi novela de un solo tirón, pero no. Un ronroneo en el pecho no me dejaba sentarme a leer nada y la voz de mi madre en el teléfono me llevó corriendo al médico. "¿Y si lo que tienes es una bronquitis?" – me preguntó. Las madres no necesitan ni mirar de cerca para diagnosticar a los hijos. El médico lo corroboró: ración doble de antibióticos y codeína. "¿Estás segura de que no tienes fiebre?" – me preguntó con su cara de viejo marinero. No puedo evitar verlo como un marinero desde que me contó que para pagarse la carrera había trabajado en barcos cargueros y había pasado varias veces por La Guaira. Como no va uno a querer meterse en esta ciénaga pasada, imaginarlo en un bar de La Guaira bebiendo aguardiente con otros marineros o subiendo el teleférico con alguna caraqueña recién conocida. Era la época de las penurias económicas en Israel y Venezuela le parecía a mi médico la metáfora del desenfreno.

Hay ciertas ciénagas que llaman.

Desde que sé que mi médico estuvo en un puerto venezolano, lo veo con otra cara. Y desde que él sabe que soy venezolana también me ve diferente. Es como si viniéramos de la misma ciénaga. Como si hubiese un punto en el que nuestros pasados se encuentran a pesar de que cuando él estuvo en La Guaira yo no había nacido. Hay un punto en el que nos sabemos – supongo yo, supone él.

Él sabe de dónde vengo y yo sé dónde él ha estado .... con todas esas suposiciones, yo puedo escribir una novela cenagosa.

He borrado varias ciénagas de mi novela, a ver si la acción se levanta y avanza a pesar del peso del lodo. De algún modo se puede decir que llegué al final, pero hasta que los pulmones me dejen de ronronear no podré leerla de un tirón y decir hasta aquí llegué. Podría leer y ronronear al mismo tiempo, pero no sé por qué me desconcentro. Me imagino que se requiere de buenos pulmones para leer de un tirón. También se requiere de un muy buen estado de ánimo para corregir una novela. Yo apenas me deprimo, quiero borrarlo todo. Apenas me duelen los pulmones, creo que es porque estoy desanimada y no me imagino siquiera la bronquitis.

Supongo que nadie se muere de una bronquitis desatendida, pero qué malestar.

Unos consejos para todo aquel que haya terminado de escribir una novela y se disponga a corregirla:

1.- Nunca corrija con bronquitis.
2.- Hay ciénagas que llaman, pero tenga cuidado porque son de arenas movedizas.
3.- Borrar ciénagas sin escrúpulos, pero sucumbir de vez en cuando.
4.- Un verdadero escritor de novelas sabe cuándo suprimir y cuando sucumbir ante las sinuosas ciénagas del pasado.
5.- No se automedique, mucho menos se autodiagnostique.

2 comentarios:

Joan Rull Camps dijo...

Llegué a este blog buscando imagenes sobre cienagas y econtré lo que buscaba, y una cosa más: una buena metafora para guiarme en una narración que debo realizar para un informe de psicología forense. Sí, la realidad siempre acaba colgando de una buena narración. ;D

Un saludo!

LL dijo...

Me alegra que hayas encontrado lo que buscabas!!! Ciénagas + psicología forense suena terriblemente interesante!
Un beso!