domingo, mayo 09, 2010

Un testimonio llenándose de olvido (y una voyeurista que no puede salvarlo)


Apenas subí a la camionetica, me topé con la viejita y su libro. No recuerdo qué libro era, sólo recuerdo que era italiano. La miré y me reí, cómplice. Ver un idioma latino entre tanto trazo semítico es como encontrarse con un primo o un familiar cercano. La viejita se rió, amable, desde la profundidad de unos ojos amarillos rodeados de arrugas bondadosas. Me senté detrás de ella. Vi su pelo gris, su libro abierto, su pañuelo de algo que se me ocurría seda. Me sentí a gusto.

Subiendo el monte de Zion, un olor a quemado inundó la camionetica. Deben ser los frenos, pensé yo, aunque no había motivo para frenar en una subida. De todos modos, no me preocupe. El olor me trajo gratas memorias: las camioneticas de mi patria; un autobús de los años 50 bajando por Tazón antes de aterrizar en Caracas; un "carrito por puesto" en las curvas de Mochima. Pero a la viejita italiana ese olor no le trajo ningún grato recuerdo y muy nerviosa le dijo al conductor en perfecto hebreo que olía a quemado. El conductor dio una explicación mecánica que no hubiese yo podido entender aún si él la hubiese dado en español. Está todo bien –pensé- y seguí con mis recuerdos.

Otra pasajera, de falda larga y cabeza cubierta, le dijo a la viejita que su voz le era conocida. ¿No es usted la maestra tal? La viejita asintió y comenzaron a recordar viejos tiempos en un internado para señoritas. La viejita había sido maestra, pero no me quedaba claro de qué. ¿Tal vez historia? o ¿literatura? La señora había sido su alumna y con voz brillante de alegría recordaba nombres y anécdotas. En un momento la viejita dijo que había publicado un libro. La señora quiso comprarlo, pero la viejita dijo que no se conseguía en ninguna parte, que había sido una auto-edición, que sólo se conseguía en una pequeñísima librería que era de una vieja amiga. ¿De qué trata el libro? – quiso saber la señora. Es mi testimonio sobre el holocausto- dijo la viejita y a mí me entró un escalofrío. Recordé su risa bondadosa, su libro italiano, el imaginario parentesco que nos unía. Ella había estado allí de niña, antes de llegar a Israel – dijo- y lo había contado en esas páginas. También había contado cómo había podido seguir viviendo con "eso". Increíblemente, había tenido que publicarlo sola. Ahora el libro estaba perdido en una mínima librería del sur de Israel que es como decir la nada. Un testimonio llenándose de olvido.

Cuando llegamos a Jerusalén, cuando nos bajamos de la camionetica, le miré los ojos amarillos nuevamente. Sonreí y ella me contestó con su sonrisa. Quise hablarle, pero no me atreví. Soy una voyeurista en esta lengua.

7 comentarios:

Carlos Colina dijo...

Una suerte que esa vouyerista "documente" algunas de sus vivencias de manera tan interesante.

Un gusto seguirte :)

P.D: Viste, el oficio de escritor es una suerte de Solipsismo-vouyerista.

Carlos Colina dijo...

Ahora un comentario de Policía Ortográfico:

Es TaZón, no Tasón...

LL dijo...

Un gusto que me leas y que me corrijas! De verdad es TaZón? Ya lo cambio!!!
Besos!!

Adelmo dijo...

de casualidad he encontrado este blog y dando una ojeadita a los artículos publicados tienen una particularidad especial, que hace llamativo e invita a seguir leyendo.
No sé cómo se llama la autora, pero desde ya recibe mis saludos.
Hoy me apunto a ser uno de tus seguidores...
Auguri!!!
Felicitaciones!!
Soy Adelmo...

LL dijo...

Muchas gracias, Adelmo!

Unknown dijo...

Me encanta este blog!! Gracias x compartir aca estos escritos.

LL dijo...

Gracias Julissa!