jueves, abril 16, 2009

Máquina de mariposas

Estaba sentada en la mesa de dibujo, mi niña. En la mesa de dibujo de su guardería. Estaba tan concentrada dibujando que ni siquiera me vio llegar, así que me quedé mirándola de lejos. Me encanta mirar de lejos a mis hijos, mirarlos cómo son cuando están sin mí. Ella terminó su dibujo y lo metió en un sobre que luego también decoró con más dibujos. Cuando terminó, me acerqué. "Te preparé una sorpresa" – me dijo. Abrí el sobre y vi el dibujo: mariposas de todos colores saliendo de una especie de cubo sacudido, con rayas que mostraban vibraciones, todo en perpetuo movimiento. Maravillada, le pregunté que qué era. "Una máquina de mariposas" – me dijo. Asombrada, le pregunté si eso lo había visto en un libro o en la televisión. "Lo inventé" – respondió. Feliz, me quedé con la máquina de mariposas en la mano.
Se me había hecho tarde para ir a buscar a mi niño, así que salimos corriendo hasta él. Lo buscamos, los monté a los dos en el carro, cada uno en su silla, tiré todo lo que tenía en la mano en la silla del copiloto: ropa sucia, dibujos, un morral de Pokemon, una máquina de mariposas, mi bolso. El calor no se aguantaba porque era uno de esos días en que el clima da muestras de su quiebre: de pronto, en medio de la primavera fresca y florida, vienen vientos calientes arrastrando polvos y alacranes. Un accidente atmosférico, la calina. Un calor extremo, la canícula. Palabras éstas que nunca usé en mi tierra, porque –creedme- allá solo hay calor y calorones, mientras que aquí el calor tiene mil formas, mil palabras. Palabras que traduje como calina, canícula, simún. En fin: que hacía un calor terible, que el carro no tiene aire acondicionado, que nos sentíamos como en un horno y que íbamos a visitar a unas amigas de mi niña que viven a media hora de casa.
Llegamos horneados, las mejillas de mi niño explotaban en rojo, daba miedo ver sus ojitos azules en medio de una cara achicharrada. Mi niña era un mar de sudores. Nos bebimos la última gota de agua de la botella y nos bajamos del carro con muchos tropiezos: suéltate el cinturón, no bajes tu morral, déjale agua a tu hermana, no se les ocurra cruzar la calle sin mí. Cuando agarré mi bolso, me traje sin querer la máquina de mariposas.
La casa estaba tomada por las niñas: dos grandes y una bebé. La madre estaba exhausta, decía que no paraba de limpiar y recoger juguetes todo el día. Mis hijos entraron en acción inmediatamente: correr, jugar, comer chucherías en cualquier rincón. Las niñas prendieron la radio y la televisión al mismo tiempo, pusieron a cantar todos los juguetes con música, sacaron los disfraces, los trenes, los colores. El piso se volvió un mar de migas que la bebé recogía y comía libremente. Yo trataba de detener al menos a mis hijos, pero la madre decía "déjalos, déjalos, son los que menos desorden hacen". En algún momento la madre y yo pudimos sentarnos a tomar un té, hablamos un poco. De pronto la madre hizo silencio, me encontré a mí misma hablando sola en una lengua que no es la mía - que si he de hablar sola, que sea en mi lengua -. Me sentí ridícula. Me callé. Los ojos de la madre se fueron poniendo vidriosos. Va a llorar, pensé y me dio vergüenza mirarla. Luego me di cuenta de que en realidad se iba quedando dormida a pesar del escándalo que hacían los niños y de la bebé que gateaba a su libre albedrío en un piso muy sucio.
La dejé que se durmiera y me encargué de la bebé, de evitar que se comiera los chicles que habían pegado sus hermanas debajo de la mesa o las migas que habían quedado frente al televisor. También traté de poner un poco de orden: barrí, llevé los platos y vasos al lavaplatos, pedí a los niños que recogieran los disfraces.
Cuando la madre se despertó, el desorden era menos avasallante.
A la hora de irnos, comenzaron los problemas: que no, que por qué tan pronto, que no hemos jugado casi nada. Entre llantos y berridos de niños propios y ajenos, salí huyendo de aquella casa.
La calina se había quebrado. Un airecito fresco nos acompaño de regreso.
Pero en casa, otra tormenta: olvidé la maquina de mariposas en aquella casa tomada por niñas. Mi hija lloraba desconsoladamente y cada una de sus lagrimas me dolía notablemente. ¿Por qué no guardé la máquina de mariposas en mi bolso cuando me di cuenta de que la había sacado del carro sin querer? ¿Será posible encontrarla en esa casa llena de muñecas, trenes y migas? ¿ese agujero negro de niñas? ¿ese triángulo de las bermudas de juguetes? ¿esa anarquía de plastilina y colores?
Lloraba mi hija para afuera y yo lloraba para adentro.
Al rato, cuando pudo escuchar todos mis consuelos y se calmó un poco, me dijo: "esta bien, te voy a hacer otra sorpresa"
Al otro día en la mañana, apenas se despertó, se dispuso a dibujar no sin antes decirme: "ya no estoy triste, pero todavía pienso en la máquina de mariposas". Yo también, hija – le contesté – Haremos una expedición para recuperarla, pero en caso de que no la encontremos tienes que saber que yo nunca la voy a olvidar, que va a estar en mi corazón siempre.



La ilustración es de Ana Ventura

6 comentarios:

araya dijo...

Ahh que maravilla de historia!
Si llegas a encontrar la máquina de mariposas escanéala. Me quede encantadísima e intrigadísima.

Carlos Colina dijo...

Me llamo la atención el titulo de tu Blog y pase a echar un vistazo... Me gusto lo que leí. (1er Comentario en un Blog & Hoy casi a mis treinta lavo por primera vez los platos usando guantes de goma)

LL dijo...

Querida Araya, apenas consiga la máquina de mariposas, la escanearé!

Adrenocromo! Escribe un post sobre eso de que a los casi 30 se comienzan a lavar los platos con guantes de goma! Es una gran verdad! Pasaditos los 30, vuelves a lavar sin guantes, no te preocupes! me alegra que te guste lo que lees aquí. Bienvenida!

Elemental dijo...

Es: Vila-Matas, con s al final. No es Vila-Mata, sin s al final.

Carlos Colina dijo...

Querrás decir BienvenidO!!! Nos seguiremos viendo por estos lares.

LL dijo...

Jajaja!

BienvenidO

Vila-MataS

Con vosotros mis disculpas!

Jajaja!