martes, septiembre 01, 2009

Cajas, estaciones, ojos


Parece mentira que yo me alegre porque al parecer va pasando lo peor del verano y nos encaminamos a ese otoño aún caluroso de esta parte del mundo. Yo, que soy fanática del calor ... Pero así es: estoy alegre de sentir ese rayito de fresco en las mañanas, esas mañanas más oscuras, esos días menos crispados, ese calorón que se va yendo, aunque nadie, sólo yo, lo sienta. Los demás me miran como si estuviera loca porque ya no prendo el aire acondicionado o le compré zapatos deportivos a mis hijos para que ya dejen de usar todos los días sus sandalias.

Últimamente los cambios estacionales siempre me alegran. Bueno, todos menos el paso del otoño al invierno. Del resto, me alegro porque de pronto llegan las flores, o el aire huele de otra manera, o porque el sol comienza a tostarlo todo, o porque el calor se va disolviendo. En Venezuela, donde no hay estaciones –lo aclaro para mis 2 lectores interestelares- lo único que se espera es que llueva para que el calor se aplaque o que deje de llover de una buena vez.

Últimamente los cambios estacionales también me llegan junto a cajas grandes o pequeñas del correo. El invierno vino junto a una caja forrada en tela blanca que traía 36 jardines, mis libros. Me preguntaba en ese entonces, con ese frío blanco y mientras destrozaba la tela blanca también que cubría la caja, a quién podría darle yo esos libros. Sorprendentemente, los fui dando aquí, allá, por correo o de mano en mano, y me quedé sin nada. Bueno, con uno sólo, el mío, que procuro no leer pero que de vez en cuando hojeo.

La primavera me trajo libros de amigos internéticos. Amigos de esos que uno nunca ha visto, pero que lee en la web. La primavera me trajo sus libros y una felicidad inaudita de flores abriéndose.

El verano me trajo otro libro de una escritora a quien si conocí personalmente y con quien quedé maravillada por toda la belleza que irradia y por su sabiduría.

Este pre-otoño me llegó con una caja llena de 20 jardines más y 12 libros de un poeta venezolano olvidado, quien –además- es primo de mi mamá. O debería decir "fue" porque murió sin que yo llegase a conocerlo.

Veo en sus fotos los ojos que se repiten en varios miembros de la familia. Ojos italianos o franceses, de Córcega en todo caso. Ojos que me estremecen, porque aunque nunca los ví en persona o no los recuerdo, me son infinitamente familiares. Si estuviese vivo y me lo encontrara en la calle de casualidad, hubiese sabido inmediatamente que formaba parte de mi familia materna.

Ahora comienzo a leer sus libros y a meterme de manera oblicua en su historia, que en algunos puntos es también la historia de la familia. Porque no sólo reconozco en sus ojos a otros ojos familiares, sino que algunas de sus palabras me remiten a los mitos de mi abuela, a esas historias contadas entre tías, a algunas frases de mi mamá, a una manera de relacionarse con el mundo que se repite como sus ojos, con leves diferencias de color o tamaño, aquí o allá.

Agradezco al azar la suerte de que me haya tocado hacer una antología de su obra porque leerlo es toda una experiencia de descubrimiento literario y genealógico.

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